Poemas de Julio Torres Recinos para leer.
Noviembre llega
y con él tiemblan
las primeras nieves
en el cielo.
Los pájaros preparan
su salida
rumbo sur
dicen que con la magia
del viento
pueden estar
en el Golfo
en un día.
Yo había pensado
mandarte una carta
con ellos, los pájaros.
Quería enviarte
en la carta
una gota de agua,
un puente hecho de horas,
una provincia,
o un grano de arroz
para que alimentes
las aves que te llevan
día con día más lejos.
Pero tal vez me contente
con enviarte unos árboles
para que te adornes la cabeza.
(Saskatoon, 2,000)
Cuando en cien,
doscientos años,
alguien cuente
(invente) esta historia
o la historia de otro
exilio, de otras quemaduras
de este ronco andar,
cuando se refieran
a esta hazaña
y sus desaciertos
y no se diga el dolor
que devoran mis labios
y no se sienta la viudez
de la guerra
los huérfanos, los deshijados
los que murieron
sin abril en sus sendas
en un parque entonces
en un banco al hedor del verano
(las moscas)
los viejos rían
disciernan sobre el progreso,
los principios, el aire
acondicionado,
la libertad de los ángeles
cinco, siete siglos atrás,
cinco, siete años atrás,
se bate un hombre, una mujer,
contra su propia ausencia.
Voy por las calles,
me sacudo llantos de la piel,
me desprendo los últimos muertos que no quisieron morir.
Voy como alma en pena,
como un rayo sin trueno,
escapándome de la vida,
buscando un lugar donde morir.
No es la soledad,
no es esta triste muerte,
no es el recuerdo de mi pequeño hijo.
Es esta huerez debajo de mis ropas,
es el seco sonido de cada golpe,
es la miseria y el asco detrás de cada oficina,
es la T. V. y la Magazine y su Daily Report,
es la carencia en mis huesos,
es la sensación de haberme ido
sin haber dado el abrazo,
sin haber visto con ojos precisos.
Es la idea de haber olvidado
algo en una casa, en cualquier lugar.
Entonces no sé qué decir.
Cuando araña en la memoria
la lenta sonrisa de algún muerto,
cuando me pregunto cuánto cuesta tu muerte y la mía,
cuando sé que no hay muerte más perversa.
Entonces hay que ser payaso o enemigo,
no van conmigo los equívocos,
y decir la palabra Patria
con sus suelos húmedos y el alquiler por pagar,
y ser un Héctor o el de la Mancha.
Entonces no sé qué decir.
...si tú te mantienes libre,
por tu imposible yo,
tú por mi imposible.
Juan Ramón Jiménez
Aún recuerdo cuando te encontré.
Eras el nombre que conocía
por la música de cada sílaba.
Mariposa que volaba junto al fuego,
eras leve pájaro o espuma en tierra.
Aficionados entonces al arte de amar,
te tuve cerca y me tuviste hondo.
Qué jóvenes éramos entonces.
Cuando la mañana era dulce
y la tarde roja en el jardín dormía,
cuando mi soledad buscaba palabras
y tu silencio era una estrella que caía.
Cuando aprendíamos justas palabras
porque vivíamos tiempos de entrega,
porque vivías como agua en el prado,
porque vivía como el sol frágil de las seis.
There was a time
when the only friends I had were trees. . .
Gerald Stern
Para Ken Mose
Cada cierto tiempo
converso con mis amigos
los árboles mientras
descansan del viento
y los pájaros.
Me acerco entre las piedras
para escuchar su voz serena,
me asomo para contemplar
la tranquilidad que se refleja
en el agua como grieta o sombra,
me dejo llevar por las hojas,
entre insectos y arañas,
los grandes de la noche.
Cada cierto tiempo
me oriento por el sol
de la tarde y vengo
a conversar, a oír
sus meditaciones
sobre la libertad
de las nubes y pájaros,
sobre el eterno fluir del recuerdo.
He esperado muchos días,
y no he recibido respuesta.
Abril pasó, la nieve se fue,
y no he recibido respuesta.
Desde la ventana los árboles; el viento,
las hojas verdes en el mes de mayo.
Pronto las flores se llenarán de polvo
y esa carta tuya que no llega.
Quizá deba escribirme a mí mismo
una carta que empiece: 'Querido tú.'
Que me cuente de la tierra lejana,
de los muros que escuchaban en la sombra.
Que me diga que nosotros somos
los de allá, los de aquí; sólo sombras.
Una carta que hable de los que no están,
los que se fueron sin dejar direcciones.
¿En qué senderos de tibios celajes andarás,
tropezándote con la luz roja de la tarde?
El loco, el triste, habla
de maravillas,
de verdades llanas
con severa convicción.
El loco, el triste,
habla, sonríe,
sus labios tienen
del mar los laberintos.
Entiende, escrutina, salta
de juicio en juicio
sin poder los ojos detener,
sin acordarse.
El loco, el triste, no tiene
nombres, títulos;
va de pesca,
nada pesca:
fue una gran aventura,
dice.
El loco, el triste,
ve el mundo,
inquieto;
si más allá un vacío,
una carta, una silueta;
si más allá
un azul inadvertido,
una niebla;
verá de lado,
dirá algo,
sordo seguirá
con el tacto adormecido.
Como todas las cartas,
ésta llegará tarde.
Pero es que esperaba
decir el último adiós
y ya sabes los adioses
te martillan los sentidos,
son como la espuma del río
que se queda en la ensenada
girando hasta marearse
hasta que se va con la corriente.
Que ahora la soledad
nos muestre el rostro,
que mis palabras encuentren
su espejo o su fantasma;
que los pájaros se escapan,
que no vuelven, que se han ido
por la ruta de la ilusión.
He aquí esta carta
y aunque el tiempo ha pasado
que sientas, cuando la recibas,
el temblor de estas manos
que pasado el tiempo
te buscan, te encuentran
junto a la ventana, la luna
tu silueta suave sombra.
Pienso en ti
y entretanto
deambulo por las
marchitas periferias
de un poema.
Aguijoneo mi
quijote
y la ilusión
se eleva
o se pierde
o te encuentra
entre las
perdidas
puertas
viendo pasar los pájaros,
embistiendo
esa distancia
en la que
me diluyo
por alcanzarte.
Poemas cortosPoemas y poetas salvadoreños
Cae la noche.
Los remeros dejan de hablar
y descansan. Sólo el mar
con sus aguas
tienta el barco.
Tengo miedo.
Me hablas de mi hijo.
Ha crecido solo
y no tiene padre.
Triste época, Penélope,
triste tiempo
para andar de país en país
y oír la palabra extranjero
en boca de la gente.
Tener que respetar
nuevos dioses.
Hablar nuevas lenguas
en búsquedas inútiles,
probar nuevas comidas.
La noche cae
y tú te acercas de modo ciego,
amorosa, con tus navíos
lista para el asedio,
para ser capitana en mis horas vacías.
Amor alucinante,
brote de bronce.
Un día te veré, serenidad,
y me olvidaré de las olas
y del sueño.
Agónico fuego de la tarde,
triste, sediento;
camino despedazado,
viento de luna,
nocturno pájaro tenue,
obelisco de lo fugaz,
filosa piedra de rápido golpe.
Aquí estoy.
He llegado hendiendo
el silencio de estas calles,
horadando con mi sombra
cada pecho de aquellos hombres
ya idos.
He emergido sin saber el momento,
-musgo olvidado-
sucumbiendo ante la estricta
medida del dolor y la nostalgia,
perdiendo batallas,
escapando a mis manos,
derribando tiempos
hasta llegar a ti,
espuma de soledades,
y gritar desde mi subterráneo silencio
que no hubo nunca un adiós,
que mis manos no conocieron nunca
el vuelo de una despedida.