Poemas de Guillermo Pilía para leer.
Domine, si tu es, iube me
venire ad te super aquas.
Mateo XIV, 28
Parecía cosa fácil
repetir el prodigio
en aquella noche signada
de gracia poderosa,
cosa fácil vencer
la lógica y las fuerzas
con que se rigen el mar y el turbión
que azotaba las naves.
Pero no era tiempo aún sobre las islas,
ni era acabado el misterioso aprendizaje.
Y ese sendero que en la noche
aquella no pudimos caminar,
ya no volveríamos
nunca a caminarlo, ya nunca el mar
su ruta nos ofrecería,
ni la tempestad sus turbiones.
Y sin embargo, ¿no fue en adelante
nuestra vida el reflejo
de esa infinita noche fabulosa?
¿No fue en adelante nuestro camino
endeble como el mar,
su lógica y sus fuerzas,
un arriesgarnos siempre
más allá de las naves?
Río de invierno: ya más escaso
se hace el bajar de las lanchas a las islas
a pleno sol, ya más escaso
se hace el contingente de viajeros
que retornaba a la otra orilla,
en las noches pesadas de calor y acetileno.
Allí también la vida estuvo en otro tiempo
primitivo, allí también los huesos
se desgastan y se suavizan
como las valvas de los caracoles muertos.
Poemas cortosPoemas y poetas argentinos
El amor del río traía
peces y camalotes sobre el agua profunda,
la resaca de las islas.
La playa se colmaba de silencio y de sombras
y era como si compartiéramos la cena
con los muertos queridos.
Aquella noche una alta fragata
encendió sus jarcias llenas de fanales
en el arrabal del cielo.
Nunca algo tan cercano al hombre y lo divino
como esa nave de luz que se llevaba
también a la otra orilla nuestras almas.
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Debemur morti, nos nostraque.
Horacio
La ostra,
este molusco ignorante, impasible,
este pez de boca cartilaginosa
que navega hacia la isla
y los austeros acantilados de basalto,
están sujetos a la muerte.
También el hombre y la mujer que en la playa
miran la estela del esquife.
Todo está predestinado al disgregarse,
todo cumple el ciclo de retornos
hacia el punto primero.
Acepta la ostra, ignorante,
su destino de valva vacía;
acepta el pez de superficie
ser bocado de petrel;
acepta el acantilado
su derrumbarse, su sumergirse.
Y el hombre aferra a su mujer,
mira a un punto lejano
y se consuela: Somos eternos.
Declina el mes —se esfuma
hacia el río el vapor de la ciudad—.
Llega otro invierno pródigo en vituallas
—en los esqueletos de las balandras
penetra perfumada la corriente—.
Todas las cosas caen, se recogen,
se almacenan —ahora tengo otro nombre
que yo inclusive ignoro—.
Ninguna cosa muere
que en mí no viva.
Poemas cortosPoemas y poetas argentinos
Hay en las sentinas de la memoria
señales de agua muerta.
Derivan incompletos los recuerdos
como efigies de monedas leprosas.
Hay naves del pasado
que adelantan el dolor de sus proas
como su cáncer de labio un enfermo.
Nadie se arrima al barco que navega
con bandera de peste.
Poemas cortosPoemas y poetas argentinos
En medio del bullicio de la tarde
puedo escuchar mi voz,
pura herrumbre de puerto abandonado.
Y es como si buscara en tierra firme
la soledad de las aguas abiertas
donde nacen las islas.
Ansias de clara palabra, de sílaba
de acento luminoso,
como moneda en la taza de un ciego.
Poemas cortosPoemas y poetas argentinos
Siempre fue viejo —a mis ojos— mi padre
—no sé si por su innata pasión por el tango
que en mi infancia aborrecía, por el sencillo
hecho de ser mi progenitor o por otras
razones que ya no comprendo—. No obstante era
mi padre entonces muy joven, crecido
tal vez por tempranas responsabilidades.
Su reloj empezó a caminar algún día
más lento que el mío —tan preocupado
por graduarme, por viajar y escribir,
por ser padre...
Ahora mi hijo dice
que él y yo sintonizamos la radio
en la misma frecuencia —si el tango es tan sólo
una herida repetida en el tiempo—
y más que mi imagen el espejo refleja
la de mi padre, la de quien fue años atrás
mi padre: siempre viejo a mis ojos, cantando
Adiós muchachos, compañeros de mi vida...
Casi al mismo compás —y acaso sin dolor—
ahora vamos los dos envejeciendo.
Día
hecho para mí.
R. Alonso
Día mayor, día
hecho para mí, para nosotros,
alto en el gozo, redondo
con la noche que lo cierra
como en aquellas vísperas
de fiestas de la infancia.
Día de navegación, de luz,
de sábanas y peces,
de pájaros y hojas en deriva
hacia las islas, a atolones
en que es dulce perder
la patria y los recuerdos.
Alguien marcará para mí, para nosotros,
con piedra blanca tu paso
efímero, la grieta
en la procesión de los años:
alto en el gozo, en la luz
y en los recuerdos en deriva.
Canto del corazón, que en la noche
poblada de mitos se une
al silencio de la llanura,
al sueño de los potros, a la vigilia
de las aves de los campanarios:
en esta encrucijada del recuerdo
que llamamos infancia,
vuelve tu confusión de aguas y tierras,
de tiempos de aprendizaje, de tiempos
de visitación y vendimia.
Canto del corazón: en tus regiones
somos de nuevo como un dios niño
persiguiendo a su hermana,
como el temor al huracán y el amor a las islas
que naufragaban en el delta.