Poemas de Arturo Capdevila para leer.
Las tres de la mañana
El invierno planea
entre girones densos de la noche
y los pies trashumantes de la niebla
Las ráfagas que vienen de sus alas
zumban entre las ramas:
congelan el rocío en las ventanas
Afuera todo es frío
Pero yo vengo de tu cuerpo
Y estoy alegre
reposado
tibio.
*
Por las calles vacías sigo tu auto
La madrugada arrastra su cabellera larga
Vengo de estar en ti
Con cada fibra muscular bebí tu cuerpo
Fui por el túnel del deslumbramiento
como el que va cayendo en sueños
Vengo de ahí
De los labios donde una herida roja
bebió la vida en otra
Ahora recorremos las calles somnolientas
Vamos por la ciudad
como si fuera una extensión del lecho.
*
Ante el golpe de luz con que las hiere el auto
las piedras se incorporan van cerrando la calle
Los árboles arrancan su cuerpo de la sombra
Ahora somos la calma
el reposo del mundo
la oscuridad
El pozo de lo diario.
Tira tu tarascada sobre mi muslo
Hembra del jabalí
Que tus colmillos partan carne y trocen huesos
Que sieguen esta sangre tan dormida
¿A qué sabe la luz?
¿A qué la sombra?
Traga todo mi infierno bestia oscura
Tus perros negros ladraron contra mí toda la noche
Mordisqueaste los belfos del caballo
Ensayé trinos con mi lengua
pero los puercos se alimentaron con pájaros crudos
(Aún puedo ver pequeñas plumas en tu boca roja)
Soy tu espejo oh Maligna
Tu belleza pasmaba y hacía llorar
mas tu gemela oscura desenroscose
del negro aliento de la Gorgona
He aquí mi muslo hembra del jabalí:
tira tu tarascada.
Luego échate a dormir entre las palomas descuartizadas.
Entre la sangre seca y los huesos de los muertos.
Ronca.
Ayer pasó la muerte por mi casa.
Se hizo una noche solitaria en torno,
y en medio de las sombras de la noche,
se hacinaron escombros sobre escombros.
El isócromo golpe de las picas
desmoronó el hogar.
Así fue cómo
se desplomaron los antiguos muros,
y hoy ya no son más que ceniza y polvo.
Un agrio ruido de hachas rechinaba
en el huerto infeliz.
Tronco por tronco,
los árboles cayeron en un vasto
montón sobrío de ramajes rotos.
Noctívagos murciélagos, rondando
por el húmedo ambiente borrascoso,
con sus alas de trapa y de tiniebla
marcaban el compás de mis sollozos.
Unos búhos graznaban en la sombra.
Transido de terror, clamé socorro.
Dos búhos de la sombra me escucharon.
Se asentaron los dos sobre mis hombros.
Desde entonces, de pie sobre las ruinas,
a los recuerdos del ayer me acorro;
y cuando nadie mis angustias sabe,
doblo la frente, y por mis padres lloro.