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Poemas y poetas canadienses

Françoise Roy: Navajas II

Si tuvieses una no boca, lo que de ti más me apeteciera serían tus no labios. Ex-capullos que acercas y repentinamente se convierten en objetos cortopunzantes y acarician mi propia boca. Y me besas, y me zurces, y me gotea la sangre en la nuca, pero no es sangre. Es como una pasta seminal, espesa y brillosa, y tu sangre se coagula en mí, porque aún no te he abierto.
Sangre clara. Lugar común de los dioses que adoras. Y tú, en aceptación, retienes el hielo oloroso -idéntico a la sangre- que me enferma y me sosiega, me tapa y me restriega, no como me suturarías si no hiciéramos el amor. ¿Por qué no me acaricias así? ¿Por qué la clara resonancia de tu alma que se concentra en mí y se queda opaca y jubilosa como un anciano apagado?
Que así sea, no porque tus labios sean filosos (ya son de masa blanda, lila pálidos de la hemorragia que te aquietan), sino por el calmo, suave brote desleído que intuí en tu rostro sin boca.

Poemas y poetas canadienses

Françoise Roy: Navío

En tus sueños,
un barco de luz surca la sombra
navío fantasma de tu vigilia.

En tus días,
un barco de sombra
surca la luz,
navío habitado de tus sueños.

Poemas cortosPoemas y poetas canadienses

Françoise Roy: Noli me tangere

Mi padre, hombre culto y respetable, me enseñó unos latinajos. Todos se me olvidaron (la memoria es un nogal que crece todo raíz), salvo uno que me parpadea dentro del ojo como faro nocherniego al vigilar un cielo de nubes graves y viento creciente: noli me tangere.
No me toques. Soy un mago que no desaparece nada (la facultad de borrar me fue retirada de castigo, hace muchas vidas, por haber querido que vieran portentos una corte de ciegos y tuertos). No sé más que multiplicar.
Ningún roce en mi piel, ningún sonido que cayera por inadvertencia tuya en la flor carnívora de mi garganta, será ahí disuelto. No te preguntes qué instrumentos puedo convocar a la existencia con una sola mirada.

Tomado de Razones para la redención del zafiro, Ed. Filodecaballos, Guadalajara, México, 2003.

Poemas y poetas canadienses

Margaret Atwood: Otros posibles pensamientos desde debajo de la tierra

Abajo. Enterrada. Puedo oír
risas leves y pasos; la estridencia
del cristal y el acero

los invasores de quienes tenían
el bosque por refugio
y el fuego por terror y algo sagrado

los herederos, los que levantaron
frágiles estructuras.

Mi corazón enterrado por décadas
de pensamientos anteriores, reza todavía

Ah derriba este orgullo de cristal, babilonia
cimentada sin fuego, a través del subsuelo
reza a mi inexpresivo fósil Dios.

Pero se quedan. Extinguida. Siento
desprecio y, sin embargo, pena: lo que los huesos
de los grandes reptiles

desintegrados por algo
(digamos por el
clima) fuera del ámbito
que su simple sentido
de lo que era bueno les trazaba

sentían cuando eran
perseguidos, enterrada entre los suaves inmorales
insensibles mamíferos deshechos.

Poemas y poetas canadienses

Françoise Roy: Piscis

Es consabido: los peces nadan al revés, pero unidos por el cinturón de Orión, su charnela de escamas que el agua desvaina. Nadan en la lluvia de tu pleura, uno al sur otro al norte, uno arriba otro abajo, uno hacia las nubes, otro hacia la bruma, izquierda derecha. Corres para reconciliarlos, hacer el elogio de la unisonancia, decir "mira el punto medio, el rumbo, el ojo focal".
Respiras con ese sonido de mar. Oyes un tintinear de copas. En cada ojo te florece un ciclamen. Les encuentras a los peces un parecido con los pájaros, en las dorsales, el abrigo de mercurio cuando nadan alto entre los cumulonimbus. El retorcerse grácil de la luz es un mimo de ellos en sus respectivos elementos.
Ah, las lágrimas son pequeñas flores de la mar grande.

Tomado de Si acaso hubiera, Ed. El Cálamo, Guadalajara, México, 2003.

Poemas y poetas canadienses

Françoise Roy: El planeta Venus velado

Levantó la tapa de la doceava casa. Se asomó, cometa con su estela de fuego, floración nocturna que hizo estallar yemas secretas de la noche a la mañana. Surgió del agua estancada como barco que boga en el muro: la popa también está encendida, las llamas corren sobre el casco creando en la espuma el reflejo de lo que el incendiario ha provocado. En aquel año, de unos brotes ocultos en el sótano de la cárcel, le salieron manos que nunca habían tocado; traían en la palma un pequeño bosque en llamas, y de sortija, la alianza de los que saben de cautiverios.
Los mapas del cielo dibujan sus arabescos y órbitas en el recinto del corazón.

Poemas y poetas canadienses

Françoise Roy: Pozo vertical de crecimiento

Tú, comulgando bajo las dos especies
de la claridad de lo opaco
Jean-Clarence Lambert

Crecí tanto dentro del pozo que puedo tocar al mismo tiempo el fondo y el boquete que da claridad. El sol luce en lo alto, brillo de verano, fácula rodeada de azul. Hacia abajo, la centella negra se derrumba en el foso y cae al fondo. Se mueve empujada por el peso de las cosas que gravitan en mi alrededor.
Recuerdo cómo llegué a tocar los dos extremos: desde arriba de la coronilla, jalaron un hilván dentro de mi cabeza, una canilla enrollando hilacha de luz. Debajo de los pies, donde antes se desfondaba la oquedad de la fosa, un espiritu tutelar encargado de cuidar la oscuridad me estiró las piernas hacia la hondura. Bien en medio, mis manos tocan la circularidad del hueco, como si en una extraña auscultación, le diera yo forma a lo que une claro y oscuro.
La mariposa negra se detiene en el calado luminoso de las nubes.

Tomado de A flor de labios (plaqueta), Universidad San Nicolás de Hidalgo, Morelia, México, 2002.

Poemas y poetas canadienses

Françoise Roy: Razones para la redención del zafiro

Un libro se cierra como la muerte cierra los días.
No quise acabar con una mención sobre los distintos tipos de veneno. No quise extenderme sobre el silencio (los rabinos dicen que el quinto estrato del infierno lleva el nombre de silencio; el mío no es así, es un lugar de luz).
Quiero terminar hablando de mi dedal, el que me proteje la carne tierna del dedo de la picadura del huso empapado en pócima.
Mi balcón no anuncia peligro de caída, sino de ascensión.
Tengo un molino de viento a mi lado (en la adivinación simboliza la solución a un problema). Tengo un madero no de cruz, sino guía de viñas que se entrelazan.
El alma está escondida en la nuez.
Cristo tal vez se interese por mi voz.

Tomado de Razones para la redención del zafiro, Ed. Filodecaballos, Guadalajara, México, 2003.

Poemas y poetas canadienses

Margaret Atwood: Resurrección

Veo ahora veo
ahora no veo

la tierra es una ráfaga en mis ojos

ahora oigo

el crujido de la nieve

los ángeles que escuchan sobre mí

cardos resplandecientes de aguanieve
acumulada

esperan el momento
de elevarme
hasta el sol
con pilares, la última ciudad

o torres vivas

aún sin levantar
cuyas piedras latentes reposan rodeando
su fuego sagrado a mi alrededor

(pero la tierra cambia con la escarcha,
y los que se convierten
en las voces de piedra de la tierra
también cambian y dicen
dios no es
la voz del torbellino

en el juicio final
todos éramos árboles

Poemas y poetas canadienses

Margaret Atwood: Retrospectivas de la guerra de 1837

Una de las
cosas que descubrí
en ella, y desde entonces:

que la historia (esa lista
de deseos inflados y de golpes de suerte,
contratiempos, caídas y errores que se ciñen
como paracaídas)

se te lía en la mente
por un lado, y por otro se deslía

que esta guerra estará pronto entre esas
diminutas figuras ancestrales
que se te nublan y se te diluyen
por la parte de atrás de la cabeza,
confundidas, inquietas, inseguras
de qué hacen ahí

y que de vez en cuando asoman con un rostro
idiota y unas manos de racimo de plátanos;
con banderas,
con armas, adentrándose entre árboles
trazo marrón y garabato verde

o, en el dibujo a lápiz gris intenso
de una fortaleza, se esconden disparándose
unos a otros, humo y rojo fuego
que en la mano de un niño se hacen realidad.

Poemas y poetas canadienses

Françoise Roy: Rostro

Yo me tengo que reconocer.
No soy prisma. No soy camaleón.
Dios es mi mentor,
el curador de mi sala de exposición
más alumbrada
y yo
su espejo.

Poemas cortosPoemas y poetas canadienses

Margaret Atwood: Salida de la maleza

Yo que había sido borrada por el fuego
me fui cubriendo
de verde
(qué
estación más luminosa)

Con el tiempo los animales
vinieron a habitarme,

primero uno
a uno, furtivos
(sus conocidas huellas
quemaban); y después
al haber ya trazado nuevos límites
volviendo, más
seguros, año
tras año, de dos
en dos

pero inquietos: no estaba preparada
del todo para que me habitaran

Les pudo parecer que
pesaba demasiado: pude haberme
volcado;
Me daba miedo cómo
el brillo de sus ojos (verdes o ámbar)
llegaba al exterior desde dentro de mí

No estaba terminada; de noche
no veía sin candiles.

Él escribió, Nos vamos. Contesté
No me queda ya
ropa que ponerme

Llegó la nieve. Fue de gran ayuda
el trineo; quedaba atrás su rastro
como si me empujara a la ciudad

y una vez rodeada la primera colina, me encontré
de repente
deshabitada: ya se habían ido.
Hubo algo que casi me enseñaron
y que al irme no había aún aprendido.

Poemas y poetas canadienses

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