Temas Poetas

Poemas y poetas canadienses

Françoise Roy: Flor de loto

Ten la apariencia de una flor inocente;
pero sé como la serpiente debajo de ella
William Shakespeare

En ese lugar donde tú descubriste tu alma, me introducías la semilla donde a la mujer se le introduce la semilla, y ese líquido invisible nadaba cuerpo arriba hasta mi corazón, como un cometa, moviendo la cola, nadaría en el cinturón del universo al seguir el camino de piedras blandas que los astrónomos llaman "constelación". Sentía el calor de su itinerario: me quemó los riñones, el hígado, me hizo hervir la sangre.
Y de pronto, como si ese flujo de fuego escurridizo hubiera pisado sin querer un lugar mágico, entró a un espacio extracorporal donde los magos le prestaron otra forma con el pensamiento y le dieron un tallo, cépalo, cáliz, corola, estambres y pétalos.
No sé qué variedad de inflorescencia llevaba, si flor de cabezuela, espádice, racimo, espiga, cima unípara o bípara, umbela o corimbo. Pero me miré al espejo y ahí estaba: me había florecido en el pecho, blanco, como un ángel arrodillado con varios pares de alas dulcemente plegadas en la espalda.

Poemas y poetas canadienses

De «Flores para Hitler» 1964: Poema de Leonard Cohen en español fácil de leer

Françoise Roy: Florete de censura

La madre dice: 'Cállate'.
Maga de las palabras abortadas antes de tener vísceras, mide su tamaño y sabe que la niña ha de engullir al revés la cuerda de los vocablos, hilo mágico que de la luz se adentra al hígado del laberinto. El decir de la niña no tiene derecho de gravedad: sale, y en cuanto toca la bastilla de los labios es borrado por las manos de la madre, esponjas de orfelinato que escurren su ácido sobre la pizarra del aire que une a las dos. Florece el silencio. Involución del pensamiento, como si desde siempre la niña supiera que está sometida a un polígrafo invisible. La madre piensa que lo no dicho está anulado. Sabe, sí, de digestión y enzimas, pero desconoce el enigmático laboratorio de alquimia donde se transmuta el 'sí' en 'no', opus nigrum del callar que regresa cuarenta años después, convertido en verso de un poema titulado 'Florete de censura'.
Ay, clavo de mercurio y a la vez paloma que guardó durante lustros la sal corrosiva en el dorso de las alas.

Tomado de A flor de labios (plaqueta), Universidad San Nicolás de Hidalgo, Morelia, México, 2002.

Poemas y poetas canadienses

Margaret Atwood: Frente a un espejo

Fue como despertarme
después de haber dormido siete años

y encontrarme con una cinta tiesa,
de un negro riguroso
podrido por la tierra y los torrentes

pero en cambio mi piel se endureció
de corteza y raíces como cabellos blancos

Mi heredada cara traje conmigo
una aplastada cáscara de huevo
entre otros desechos:
el plato de loza hecho añicos
en el sendero del bosque, el chal
de la India destrozado, fragmentos de cartas

y el sol de aquí me ha impreso
su bárbaro color

Se me han puesto rígidas las manos, los dedos
quebradizos como ramas
y los ojos perplejos después de
siete años, y casi
ciegos/brotes, que sólo ven
el viento
la boca que se abre
y se agrieta como una roca al fuego
al intentar decir

Qué es esto

(sólo hallas
la forma que ya eres,
pero qué
si has olvidado ya en qué consistía
o descubres que
nunca lo has sabido)

Poemas y poetas canadienses

Françoise Roy: El girasol

a Laura Solórzano

El girasol me habita, inocente criatura cuya cara de pétalos sigue sin saber un sol oscuro, mancha gangrenada en el cielo. Cada noche se alza en las rutas estelares la luna negra sobre el erial sembrado de mala hierba donde crece la flor solitaria, descabellada de azafrán, con sus ínfulas de luz. Lamparería de mi alma que nunca quiso ver tu bramante ahogador, oh espejo mágico que dice mentiras, oscuridad cenagosa, oh verdugo, amante que me arroja un puño de tierra en los ojos. Mano que escribe: con tus propias armas te habr?de cercenar. Los astros de luz invertida habrán de confundir tus cinco dedos abiertos con un girasol marchito.

Poemas y poetas canadienses

Françoise Roy: Herramienta para cortar

El amor es una yema que acercas de noche. No tarda en hacerse instrumento de acariciar a la altura de los labios (escurres una leche; parpadea lo blanco, me abro de par en par). Ahí instilas el perfume, me inoculas (nada que ver con la sangre). Lo recibo de quemadura benigna, como si unos vapores de aguardiente me cubrieran las llagas.
Eso que llamas numinoso me penetra (vaya rito de seducción). Lo que te queda de blanco se me acumula como nieve ante una puerta y se vuelve grumoso. Luego me duermo y sueño con un ataúd pequeño, demasiado corto para nosotros.
Como tienes completa la parafernalia de boca, sabes hacer de todo: besar, hablar, gritar. Yo me enamoro al instante de tu lengua. Espero tu beso, sabiendo que tal vez me vas a amputar algo, y se escurren de nuevo tus labios como esponjas. ¿Por qué siento que me cortan en el lugar más tierno?
Me resigno. Tus palabras son suaves como ramas recién salidas, de corteza joven, no esa piel dura de los árboles viejos. Cuando el diluvio menor llega a su fin, la sangre casi es violeta: gotea como savia de arce perforado.
Tu boca es capullo: no la veo en tu rostro sino más abajo.

Poemas y poetas canadienses

Margaret Atwood: El hombre que existió

En el campo con nieve va abriendo mi marido
una X, concepto definido ante un vacío;
se aleja hasta que queda
oculto por el bosque.

Cuando ya no lo veo,
en qué se ha convertido
qué otra forma
se mezcla en la
maleza, vacila por los charcos
se esconde de la alerta
presencia de animales de la ciénaga

Volverá
al mediodía; o puede que la idea
que tengo yo de él
sea lo que me encuentre de regreso
y con él amparándose tras ella.

Puede que me transforme a mí también
si llega con los ojos del zorro o los del búho
o con los ocho
ojos de la araña

No puedo imaginarme
qué verá
cuando abra la puerta

Poemas y poetas canadienses

Françoise Roy: Laberinto de piel con pájaros

El rostro es un laberinto. Tú lo sabes frágil y enmarañado, amarillenta puerta de un mapa desertado por los países de antes.
¿Qué desvarío del polvo te hace ver pájaros con instrucciones para dividirlos? ¿Qué marea de otro color que azul inunda la barca un día de caída? Digo: versos de nidos y raíces.
Tumultuosamente garganta, el sollozo sobrenada, levanta la alcantarilla al revés, el alma fluye ahí como un telescopio líquido. Te escurres dulcemente al borde de la luz, la torre del otro lado del mar.

Tomado de Si acaso hubiera, Ed. El Cálamo, Guadalajara, México, 2003.

Poemas y poetas canadienses

Luna nueva: Poema de Margaret Atwood en español fácil de leer

Françoise Roy: Luna Péndulo

Tiene particular fuerza la noche, como para
adormecer los cuerpos, ansí también para despertar
las almas y llevarlas a que conversen con Dios
Fray Luis de Granada

¿Qué velo arroja violentamente la noche sobre nuestra mutua presencia que cuando arremete, en la humildad de tu alcoba atestada de libros, te sale de la garganta lo que no te sale de día, lo que se duerme en tu vishuddha² a la luz del sol y despierta con los sentidos al atardecer? Halo de la oscuridad que nos encierra como estuche en nuestros sentimientos quebradizos. Halo de las horas negras que disipa la luna como péndulo en el cielo estrellado, tan lento que nadie advierte cómo oscila, salvo tú con tus ojos desdoblados, tú con tu tacto que también se desdobla y viene a tocarme sin necesidad de mover la mano, cadáver en tu regazo.
Noche a veintiocho grados de Sagitario, noche a siete grados de Virgo en una casa desconocida, la número trece.

² En la India, centro de energía que corresponde a la garganta.

Poemas y poetas canadienses

De «Memorias de un mujeriego» 1978: Poema de Leonard Cohen en español fácil de leer

Margaret Atwood: La muerte de un hijo ahogado

(Segundo diario: 1840-1871)

Él, que llegó con éxito tras navegar el río peligroso
de su venida al mundo,
se ha vuelto a ir

a un viaje de descubridor
por este territorio en el que yo he vagado
sin llegar a tocarlo, a hacerlo mío.

Sus pies se resbalaron de la orilla,
y a él se lo llevaron las corrientes;
lo arrastró la crecida entre hielos y árboles

y se ha perdido en un lugar lejano,
la cabeza como una batisfera;
miró con las pequeñas burbujas de sus ojos

como un aventurero temerario
por un paisaje más raro que Urano
que todos conocemos y que algunos recuerdan.

Fue un accidente; se quedó sin aire
y, como un corazón, cayó en el río.
El cuerpo, que era seña

de mis planes y mapas del futuro,
lo sacaron del fondo con ganchos y con palos
entre los troncos que al flotar chocaban.

Era la primavera, el sol aún brillaba
y la hierba incipiente ganaba solidez;
la claridad alumbraba los surcos de las manos.

Estaba fatigada por las olas de aquel largo viaje.
Pisé la tierra firme. Las velas de aquel sueño
se vinieron abajo, destrozadas.

En esta tierra él
es mi bandera.

Poemas y poetas canadienses

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