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Vladimir Maïacovski

Poemas de Vladimir Maïacovski para leer.

Vladimir Maïacovski: ¡Escuchen!

¡Escuchen!
¿Si las estrellas se encienden,
quiere decir que a alguien les hace falta,
quiere decir que alguien quiere que existan,
quiere decir que alguien escupe esas perlas?

Alguien, esforzándose,
entre nubes de polvo cotidiano,
temiendo llegar tarde,
corre hasta llegar hasta Dios,
y llora,
le besa la mano nudosa,
implora,
exige una estrella,
jura,
no soportará un cielo sin estrellas,
luego anda inquieto,
pero tranquilo en apariencia,
le dice a alguien:
«¿Ahora estás mejor, verdad?
¿Dime, tienes miedo?»
¡Escuchen!
¿Si las estrellas se encienden,
quiere decir que a alguien les hace falta,
quiere decir que son necesarias,
quiere decir que es indispensable,
que todas las noches,
sobre cada techo,
se encienda aunque más no sea una estrella?

Publicado en «La revista de los futuristas» en 1913.

Poemas y poetas rusos

Himno al crítico: Poema de Vladimir Maïacovski en español fácil de leer

¡A Lilita!: Poema de Vladimir Maïacovski en español fácil de leer

A plena voz: Poema de Vladimir Maïacovski en español fácil de leer

Sin terminar: Poema de Vladimir Maïacovski en español fácil de leer

Vladimir Maïacovski: Verlaine y Cezánne

Yo choco, a cada rato,
con el borde de la mesa o del estante,
midiendo con mis pasos, todos los días,
los cuatro metros de mi cuarto.
Me resulta estrecho todo esto del hotel Istria,
en este rincón, de la calle Campagne-Premiere.
Me oprime, la vida de París.
Eso de echar la angustia, por los bulevares,
no es para nosotros.
A la derecha, tengo el Boulevard Montparnesse,
a la izquierda, el Boulevard Raspall.
Camino y camino sin mezquinar las suelas,
camino de día y de noche,
como un poeta standard,
hasta que ante mis ojos,
se alzan los fantasmas.(...)

Versión de Victoriano Imbert

Poemas y poetas rusos

Vladimir Maïacovski: El violín y algo nervioso

El violín se estremecía, imploraba,
y sollozó de súbito,
tan infantil
que el tambor no se contuvo;
-¡Bien, bien, bien!
Y cansado, sin escucharlo hasta el fin
desapareció por la agitada calle Kusnieski¹
La orquesta escuchaba indiferente,
el llanto del violín,
sin palabras, ni compases,
sólo un plato tonto repicó:
-«¿Qué es eso?
-¿Cómo es eso?»
Cuando el Xilofón,
con el rostro de bronce
sudado,
gritó:
-«¡Tonta!
¡Llorona!
¿Por qué no te callas?».

Me levanté!
Tambaleando pasé entre las notas
ante el agachado horror de los pupitres,
y grité, no sé por qué:
-«¡Dios mío!»
y me arrojé al cuello de madera.
-«¿Sabe, violín, una cosa?
Somos terriblemente parecidos.
Yo también grito,
y no sé demostrar nada.

Los músicos se reían:
-«¡Qué metejón!
Se fue con la novia de madera
¡Cómo tiene la cabeza!
Y a mí qué me importa...
Yo soy bueno.
-«¿Sabe, violín, una cosa,
Vamos a vivir juntos?
¿Eh?»

¹Calle donde vivió Mayacovski.
Publicado en la revista «El teatro y la caricatura» en 1914

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