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Sara de Ibáñez

Sara de Ibáñez

Uruguay: 1909-1971

Poemas de Sara de Ibáñez para leer.

Sara de Ibáñez: Liras (IV)

¿Por qué me duele el cielo
su luz de llaga que olvidó la muerte?
¿Por qué este oscuro duelo
que mi lengua pervierte
y en mi propio verdugo me convierte?

Voy a vivir la estrella
voy a tocar su frente de alegría.
Voy a matar la huella.
Voy a estrenar el día.
Voy a olvidar la gran palabra fría.

Voy con el agua entera
llena de pechos vivos y rumores;
la mansa, la viajera
de los largos temblores,
la de los infinitos ruiseñores.

Voy por la savia oscura.
Voy a crecer con cedros y palmeras.
Voy por la rosa pura,
por las enredaderas,
por los pausados musgos de las eras.

Por la vena de oro
suelto mis minerales sensitivos.
Gastaré mi tesoro,
mis panales altivos,
la silenciosa luz de mis olivos.

Voy a escapar... Ya siento
flotar mi gran raíz libre y desnuda!
Pero no... Me arrepiento
y tuerzo el ceño, ruda,
amarga, amarga amarga, amarga y muda.

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Sara de Ibáñez: Liras (V)

Voy a llorar sin prisa.
Voy a llorar hasta olvidar el llanto
y lograr la sonrisa
sin cerrazón de espanto
que traspase mis huesos y mi canto.

Por el árbol inerme
que un corazón de pájaro calienta
y sin gemido duerme,
yal gran silencio enfrenta
sin esta altiva lengua cenicienta.

Por el cordero leve
de la pezuña tierna y belfo rosa;
por su vibrante nieve
que la tiniebla acosa
y al final de un relámpago reposa.

Por la hormiga azorada
que un bosque de cien hojas aprisiona;
por su pequeña nada
que al misterio no encona
y que la enorme muerte no perdona.

Por la nube que alcanza
los umbrales de un lirio sin semilla.
Lengua de la mudanza
sin éxtasis ni orilla,
que no sabe morirse de rodillas.

Por la hierba y el astro.
¿Cómo miden tus ojos, Dios oscuro?
Por el más leve rastro
de sombra contra el muro,
mi llanto ha abierto su cristal maduro.

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Sara de Ibáñez: Mira

Ven, acércate hermano, ven y mira
la vena enlucerada que desciende
lenta por las entrañas pudorosas
del animal vencido; ven y mira
como quien quiere ver: adentro mira.

Quiero mostrarte esta sencilla puerta
que no has abierto nunca y se te ofrece
bajo las cerraduras celestiales
que abrasan mano y sangre y pensamiento;
que te devoran sin razón ni duda,
que te hacen circular por la ceniza,
que te avientan en aires pavorosos
y te devuelven a tu triste sangre,
a tu quieta mirada te devuelven,
a tus éxtasis, vagos a gu asombro,
a tu límite frío, a tus miserias,
a este asomarse a las entrañas puras
de un animal vencido... Pero mira,
mira y verás el rastro enlucerado,
mira y verás, porque salvado seas.

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Sara de Ibáñez: La muerte (Sol amargo, agua amarga, amargo viento)

Sol amargo, agua amarga, amargo viento
y amarga sangre para siempre amarga.
Vencido y solo en carne y pensamiento,
y el sueño antiguo por tesoro y carga.
Quiso callado y solo y sin lamento
sorbo a sorbo agotar su fuente larga.
Miserable señor de su destino,
de espaldas a la aurora abrió el camino.

De espaldas a su Oriente y a su gloria,
y hueso adentro una centella vaga,
mordió el seco laurel de su victoria
y nunca fue curado de su llaga.
Terco aguijón de luto su memoria,
en toda miel ejercitó su plaga.
Y entre las brumas del silencio agrario
fue una lenta sonrisa su calvario.

Pero entre sus espigas y sus flores,
cuando la muerte le entreabrió las puertas
el guerrero de blancos y resplandores
dianas oyó por las borradas huertas.
¡Mi caballo!, gritó: y en los alcores
resonaron angélicos alertas.
¡Mi caballo! Montó el corcel sombrío,
y tendió su galope sobre el frío.

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Sara de Ibáñez: La página vacía

a Stéphane Mallarmé

Cómo atrever esta impura
cerrazón de sangre y fuego,
esta urgencia de astro ciego
contra tu feroz blancura.
Ausencia de la criatura
que su nacimiento espera,
de tu nieve prisionera
y de mis venas deudora,
en el revés de la aurora
y no de la primavera.

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La palabra: Poema de Sara de Ibáñez en español fácil de leer

Sara de Ibáñez: Pasión y muerte de la luz

VIII
Mi entraña mereció, panal mestizo,
la incorruptible ley de tu voluta.
En cada nervio de clavel o fruta
un embozado arroyo de granizo.

La abeja por mi sangre se deshizo.
Vi las raíces de tu isla enjuta,
y el atisbo tenaz de la cicuta
mezcló a tu piel su aroma fronterizo.

Tiendo la mano para recogerla
y el lento cáliz de una llaga fría
estanca el iris de tu simple perla.

Me ciño a su enlutada melodía
quemándome sin fin por retenerla
en el doble rumor de mi agonía.

X
El verano se agota en el racimo.
Ni avena, ni cigarra, ni amapola.
Ni el alga haciendo venas en la ola,
ni las tímidas ranas en el limo.

Ni la corteza que hasta el llanto oprimo
entre la tierna muchedumbre, sola,
hecha de sangre y labios la aureola
donde me corroboro y me lastimo.

Ni la centella que la liebre rubia
mueve entre los primores del rocío,
ni la humilde fragancia de la alubia.

Ni el caballo de sal que adiestra el río;
ni la múltiple espada de la lluvia,
dirán tu arisca huella, idioma frío.

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Sara de Ibáñez: Tú, por mi pensamiento

¿Que se estiró la tierra
hasta el gemido?
¿Que fue el cielo sonando sus campanas azules
desde el pálido sueño a la sangre que sufre?

¿Que se ha cruzado un río,
llanto y llanto?
¿Que se han cruzado veinte galopes de cristales,
con sus veinte misterios llenos de claridades?

¿Que se alzó la montaña
poderosa?
¿Que alargó el alto hielo su selva inmaculada?
¿Que las rocas crecieron para tapar tu cara?

¿Que el viento se hizo espeso
como piedra,
como una inmensa rueda de vidrio turbulento
girando entre tus sienes y el rumor de mis besos?

¿Que el espacio se burla
de mis ojos?
¡Ah, no! Yo sé el camino para poder hallarte.
La muerte me ha mirado caminar por sus valles.

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No puedo: Poema de Sara de Ibáñez en español fácil de leer

Sara de Ibáñez: Quisiera abrir mis venas bajo los durazneros

Quisiera abrir mis venas bajo los durazneros,
en aquel distraído verano de mi boca.
Quisiera abrir mis venas para buscar tus rastros,
lenta rueda comida por agrias amapolas.

Yo te ignoraba fina colmena vigilante.
Río de mariposas naciendo en mi cintura.
Y apartaba las yemas, el temblor de los álamos,
y el viento que venía con máscara de uvas.

Yo no quise borrarme cuando no te miraba
pero me sostenías, fresca mano de olivo.
Estrella navegante no pude ver tu borda
pero me atravesaste como a un mar distraído.

Ahora te descubro, tan herido extranjero,
paraíso cortado, esfera de mi sangre.
Una hierba de hierro me atraviesa la cara...
Sólo ahora mis ojos desheredados se abren.

Ahora que no puedo derruir tu frontera
debajo de mi frente, detrás de mis palabras.
Tocar mi vieja sombra poblada de azahares,
mi ciego corazón perdido en la manzana...

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Sara de Ibáñez: La ráfaga

Tuvo en la mano el ramo erguido,
brioso relámpago de fiesta.
Por las corolas de ascendía
la luz amarga de la tierra,
la luz del hueso amanecido,
la luz en trance de cometa,
la luz alzada por su rostro
contra el fragor de la tiniebla;
la luz audaz que abre en su risco
despeñaderos a la abeja,
la luz que andaba por sus ojos
sobre las lágrimas sedientas.

Tuvo en la mano el ramo ardiente,
frágil espejo de su niebla,
hijo dulcísimo del polvo,
vuelo del polvo en primavera,
toda la sombra sus pendida
sobre un suspiro que bravea.

Vientos salieron de lo oscuro
donde se fraguan las tormentas,
aires vinieron de los antros
donde la sangre se destrenza,
vientos de espina dislocada,
modos del cierzo y la marea,
torciendo nubes de palomas
matando orugas y azaleas;
vientos de muerte entre las ramas
donde la nieve cabrillea.

Brilla la mano poderosa
de tenues vínculos suspensa,
sobreviviente del estrago,
sobre el tesoro yerto, cuelga,
mientras se borran los jardines
en la sonrisa de la tierra

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Sara de Ibáñez: Yo te sentí, paloma

Yo te sentí, paloma, en las mejillas
recién salidas del manzano alerta.
Tu cauto pico me encontró despierta
deletreando arenales y gramillas.

Jugaba un aire enano en mis rodillas
cuando tu anunciación pasó mi puerta.
Liviano amanecer, mi frente abierta
sufrió la voluntad de las semillas.

Turbada transparencia me dejaste.
Porque tu blanca miel labró mis huesos
y en limo y hojarasca me encerraste.

Vuélveme por los cármenes ilesos
a la escasez de lengua en que me hallaste,
en un grano de azahar los labios presos.

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