Poemas de Luis López Anglada para leer.
Sobre el poeta Luis López Anglada [occultar]
Ajeno a los círculos literarios ruidosos, disfrutaba del senderismo y la observación de aves, actividades que alimentaron su obra. Hoy, su poesía sigue siendo redescubierta por nuevas generaciones que valoran su autenticidad y conexión con lo esencial.
Bajé, contigo, amor, a la bodega
y me acerqué al tonel que allí dormía
por ver si era verdad que en él crecía
la flor del vino, diminuta y ciega..
Y para poder ver lo que trasiega
el vino al corazón, pensé que unía,
para jugar, tu boca con la mía,
porque el amor no sabe a lo que juega.
Uniendo así en tus labios vino y mieles
le dimos a la flor de los toneles
como vaso tu labio femenino.
Y todo fue tan dulce y abundante
que nunca la bodega vio otro amante
ebrio de tanto amor y tanto vino.
Al hilo de tu voz y asida al hilo
tengo el alma, mi amor, para escucharte.
Viento de muchos álamos comparte
tu voz conmigo y la sostiene en vilo.
Asiento para pájaros y asilo
de enamoradas nubes. Por hablarte
hoy, pasando lo azul de parte a parte,
se atraviesan los cielos con su filo.
Un fresco olor a tierra que se labra
y a manantial con luna se improvisa
para inundar tu voz cuando navegue
la quilla dulce y fiel de tu palabra.
Y un silencio de pájaros avisa
mi muerte, amor, cuando el silencio llegue.
Sucedió que aquel año se decía
que los tiempos cambiaban. Cierto era;
aquel año empezó la primavera
cuando apenas enero se moría.
Aquel año la tarde convertía
en campos de pasión la Tierra entera
que, por cazar, el alma fue campera
y la caza le hirió que perseguía.
Sucedió que era invierno, que el destino
preparaba un asombro campesino
de manos blancas y sandalia breve.
Y me encontré en Castilla deslumbrado
con todo el corazón enamorado
como una antorcha en medio de la nieve.
Mi niña, al despertar, desaliñada,
casi como las rosas, o más breve,
duda entre niña y pájaro, se atreve
a inaugurar la aurora de la almohada.
Mi niña de la nube o de la nada
debe venir cuando despierta. O debe
de los vientos venir, de los que bebe
mi vida a sus rosales limitada.
Beber vientos, atarse a una camisa
que duda entre las alas y la brisa,
diminuta extensión que el mar quisiera.
¿Qué rey me compra el despertar? ¿Quien sabe
porque es tan breve el mundo y por qué cabe
en una habitación, la primavera?
Donde la pierna asciende a maravilla
y apunta hacia el misterio y la cautela;
donde acaba el vestido y se desvela
el sueño del encaje por la orilla.
Visible rosa donde el viento humilla
su giratorio afán de falda y tela.
Flor de la pierna, nudo, centinela
del campo de la seda; la rodilla.
Desde aquí, alta columna adivinada,
es clandestino el roce y la mirada
se ciega entre su nieve y la clausura.
Y en duda de ser ala o de ser viento
asciende femenino el movimiento,
tierra en los pies y cielo en la cintura.
Abriré las nevadas cordilleras
que componen, amor, tu geografía
y subirá un caballo de alegría
hasta el gozo floral de tus caderas.
Horizontales nardos y laderas
que la espuma del mar envidiaría
le pondrán a mis besos, como guía,
el distintivo de tus primaveras..
Apuraré los últimos pudores
que limitan el reino de las flores
allí donde la vida canta y cuenta.
Y quedaré junto a tus campos puros
como quedan los árboles maduros
después de haber vencido a la tormenta.
Con recato...
Ésta que en nieve y sueño la clausura
viola y la canción del agua fría;
Venus de soledad, mitología
del azulejo y la temperatura.
Ésta que en dos palomas la estatura
divide en rosas que el rosal querría,
por donde el agua que resbala ansía
quedar, dormir, morir en su blancura.
Ésta que al níquel alza los asombros
del rocío y redime por los hombros
del agua desahuciada del cabello,
es ella, amor, que, en soledad, ensaya
a dar forma a la espuma, pero... calla
que nada tienes tú que ver con ello.
Desde esta mañana, amor,
la rosa será más rosa
y más vivo el ruiseñor.
¡Y tú sin saberlo, amor!
La fuente mucho más clara
mojándome de alegría
con agua fresca la cara.
Y el cielo, desde hoy, azul,
y, dentro del cielo, dios...
¡Y tú sin saberlo amor!
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Yo vi al amor comprar papel sellado
para matricularse por novicio
allí donde ni el arte ni el oficio
vieron jamás papel enamorado.
Raro aprendiz, alumno aventajado,
llenó con su esperanza el edificio
humilde y escolar, pero propicio
a jugar con lo vivo y lo pintado.
Cuando le vio llegar, el viejo Apeles,
tras de cambiar las flechas por pinceles
de los ojos de Amor desató el velo.
¿Quién pudo sospechar lo que vería?
Mandi, que estaba allí, sí lo sabía:
mi corazón sirviendo de modelo.
Era de tanto amor la noche aquella
que hasta el alba rompió su compromiso
de clausurar las sombras y no quiso
partir la noche y apagar la estrella.
Subió a su boca el vino y puso en ella
tan breve y embriagante paraíso
que, robando a sus labios el permiso,
busqué su rastro y apuré su huella.
Tantas veces mezclamos vino y beso
que, al fin, el sueño la rindió, por eso
le sirvieron mis brazos como almohada.
Y cuando pudo el sol alzar el vuelo
estaba rojo, como el vino, el cielo
y azul, como sus ojos, la alborada.
Me voy, me voy, me voy. Una barrera,
una muga de piedra y un sendero
y ya para mis pies el mundo entero
poniendo al corazón una frontera.
Y tan lejos estás que no hay siquiera
un pañuelo en el aire ni un «te quiero» .
En otra tierra ya. Soy extranjero.
-¿Cómo se dice amor?- . Nadie me espera.
Y ya ves, sigo andando y sigo andando
y, paso a paso, te me vas quedando
como un lejano sueño desvaído.
Otra luz, otra tierra, otra belleza.
Y el corazón se llena de tristeza
El Prado y yo, la tarde y el museo,
esperaremos con el alma en vilo
donde Velásquez sueña y, a su asilo,
los pájaros de otoño y mi deseo.
Contará el corazón cada gorjeo
y el agua que en las fuentes, hilo a hilo,
desmadeja un Neptuno en paz, tranquilo
tenedor de esperanza en el paseo.
Te esperaré cuando la tarde apoya
sus últimos desmayos sobre un goya
de piedra ya, pues no alcanzo a mirarte.
Y hasta que llegues tú, de trecho en trecho,
yo me pondré la mano sobre el pecho,
que estallará de amor por esperarte.