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Juan Domingo Argüelles

Juan Domingo Argüelles

Poemas de Juan Domingo Argüelles para leer.

Juan Domingo Argüelles: Otra vez, al lector

Tú me pedías poesía
como quien frutos desespera
del olmo viejo del camino.
Cada mañana amanecía
y el árbol peras no arrojaba.
Cuando vivir no es necesario
escribe el cerdo, lee el puerco
y se emocionan los marranos.
Escucha bien: no hay moraleja:
es otra voz la poesía.

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Pequeña crónica de la fundación de una ciudad: Poema de Juan Domingo Argüelles en español fácil de leer

Juan Domingo Argüelles: Retrato de señora junto la mar

Yo sé que no podrás
ayudar a tu hijo,
como ayer,
a tratar las palabras
como si fuera hoy el primer día
que las descubre y las pronuncia:
no podrás evitarme
la ingrata piedra del lugar común
con que tropiezo y caigo
como todos tropiezan y todos caen
ante la risa infame de la solemnidad.

Yo sé que no podrás
evitarme siquiera
la nostalgia que es íntima
y, ya se sabe, reaccionaria;
porque ahora llegas
o te apareces nada más
o yo te traigo de la mano
y te muestro las ruinas
de aquella edad azul
igual que el mar que nunca vimos juntos
por la costumbre de tenerlo
siempre al alcance de la mano,
en asedio constante
como la oscuridad.

Igual que el porvenir es el pasado
y lo que pierde uno en descubrirlo
no es tiempo ni optimismo:
sólo una vieja calle
de una ciudad lejana
o un recuerdo que nadie
pretende recordar;
o la lluvia que tiene
la virtud de volvernos sedentarios
mientras la contemplamos
como un prodigio o un milagro.

Yo sé que no vendrás
a poner la certeza
ahí donde yo pongo el corazón
e intento con palabras
revelar una imagen,
- una imagen siquiera -
de una infancia lluviosa
y un pasado presente
que perdimos los dos.

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Juan Domingo Argüelles: A la salud de los enfermos

Para mi hijo

Está bien, te lo diré:
no pensaba en la muerte,
pues si he bajado a los infiernos
era por ver la maravilla
que hasta hace poco era la vida.
Entre el azufre y el espanto
probé otra vez de aquella culpa
para poder seguir viviendo.
Y ya he pagado mi tributo.
Lo que viví vale la pena:
vengo escocido y chamuscado
y aún me rasco y más me hiero
a la salud de los enfermos.

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Juan Domingo Argüelles: Un tigre de papel

Toco la piel del tigre
y el tigre vibra,
ronronea,
se hace el dormido
bajo la palma de mi mano,
como un trompo que zumba:
mitad madera,
mitad punta acerada.

Hablo de un libro:
en su espesura encuentro
la fauna de mis días,
los árboles que a diario me cobijan
y los saurios y helechos
extinguidos.

La resina del pino
aroma el bosque de estas páginas,
perfuma el lomo
de este animal antiguo
más fiel que nadie,
más amigo
cuando en la soledad
uno habla solo,
se hace preguntas indiscretas,
se compadece y se comprende
y casi siempre se perdona.

La piel del tigre
lamo
con esta lengua
que es el idioma que pronuncio
con tono suave
o con furor
según me dicten
Bécquer o Quevedo.

Los incisivos del rencor
limo
y el tigre gruñe,
se despereza,
se incorpora.
Sale a la noche
y ya no está:
me deja entre las manos
sueño, fatiga y su perdón.

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Juan Domingo Argüelles: La torcaza

La torcaza volaba
y tú la contemplabas.

Era luz en la luz del mediodía,
calor en el calor de la mañana,
aire en el aire y tú
la contemplabas.

Tú la veías y eras libre,
porque la libertad de ver se aprende,
porque ser libre de mirar se aprehende
como el río a cantar aprende de los pájaros.

No le importaba a la torcaza su belleza,
pues vanidad no abriga;
volaba y nada más y el mar y el mundo
razón de ser tenían
y existían.

Tus ojos eran sus ojos
y eran sus alas tus alas.

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Juan Domingo Argüelles: De los trabajos

Con piedras y maderas hago mi casa bajo el sol,
la visto de ventanas para que el sol entre a habitarla.
Cierro sus puertas luego de que ha partido el ocaso.
Mi casa cruje bajo la lluvia que ha venido a mirarla.
Mi casa es una tumba cálida en donde vivo yo mi muerte.
Mi casa es el caparazón del armadillo que soy de noche cuando duermo.
Mi casa, en la mañana, abre sus puertas y ventanas a la felicidad.

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