Poemas de José García Nieto para leer.
Sobre el poeta José García Nieto [occultar]
José García Nieto, una de las figuras más destacadas de la poesía española del siglo XX, dejó un legado literario inmenso. Nacido en 1914 en Oviedo, su vida y obra estuvieron marcadas por el contexto histórico de la España de posguerra y la dictadura franquista. Aunque su poesía fue asociada en ocasiones con el régimen, su talento trascendió las divisiones políticas.
García Nieto desarrolló su carrera durante una España fracturada por la Guerra Civil y la posterior represión. A pesar de las limitaciones culturales de la época, logró consolidarse como un referente poético, colaborando en revistas literarias como Garcilaso, que promovía un estilo clásico y formal, alejado de las vanguardias.
Fue miembro fundador de la revista Escorial y más tarde se vinculó al movimiento literario conocido como "Juventud Creadora", que buscaba renovar la poesía española sin romper del todo con la tradición. Aunque no militó en partidos políticos, su obra fue reconocida por instituciones afines al franquismo, lo que generó controversia en círculos intelectuales.
Además de la poesía, García Nieto disfrutaba de la música clásica y el teatro. Era conocido por su carácter sociable y su participación en tertulias literarias, donde defendía la importancia de la métrica y el ritmo en la creación poética.
Entre sus obras más conocidas destacan:
García Nieto falleció en 2001, pero su influencia perdura en la poesía española contemporánea. Su capacidad para combinar lo clásico con lo personal lo convierte en un autor indispensable.
Para las altas cumbres, alta vida.
Alta de amor. Voz alta. Alto sendero
-sierpe de fe y de luz-. Albor primero
para las altas nubes de tu huida.
Alta de brisas altas. Confundida
con el latir más alto. Alto crucero
por altas costas. Alto mastelero
para altas velas, altas de partida.
Alta de ti, ya fiebre de mis pulsos,
ofreces en tus brazos la balanza
que iguale en el cenit nuestros impulsos.
Y al alcanzar tu imagen su infinito
hay un temor a que se clave en lanza
y una ambición de que culmine en grito.
Sí; tú eres el amor. Y nadie enfrente.
No hay nadie al otro lado. cuando besas
vas a tus mismos labios, y regresas
vacía para buscarte inútilmente.
está sólo el amor. No de repente.
En el origen ya, ya en las promesas,
juntas las manos y las alas presas,
llora el amor su soledad naciente.
Porque eres tú el amor. Y nadie ayuda
a librar la batalla. Surge, muda,
ciega, una sombra cerca... ¿Es el amante?
¿O es el mar del amor, donde se acaba
todo el caudal que la pasión llevaba,
bebiendo eternidad en un instante?
Hoy he tomado el barro de la palabra en frío;
su piel ya me conoce; poco a poco, temblada
por mi caricia, vibra, responde a la llamada
de la costumbre. Toco. Me adueño de lo mío.
Penetro en la palabra. Las orillas del río
me acogen, me conducen, y se siente creada
la mano creadora... ¿Vive la enamorada
mi amor, o me amenazan su ocaso y su extravío...?
¡Qué torpe es el amante, qué ciega su porfía!
No dice la palabra lo que ayer le decía.
O sí: dice lo mismo, miente lo mismo, inventa
lo mismo... «¡Calla, calla...!», le increpa. Y luego llora
su soledad. Y vuelve. Y, arrastrándose, implora:
«Quiero morir tocando tu barro, aunque me mienta».
Sé que beso la muerte cuando beso
tu piel que aloja y vence a la hermosura,
y que el final que mi pasión procura
es lugar de la muerte al que regreso.
Sé que en ti misma acabas, y por eso,
al sentir que en mis labios tu madura
forma de amor, mi sangre más oscura
se rebela en las cárceles del beso.
Sé que rozo y consigo un sólo instante,
que aire recojo sólo y ligereza
de lo que poco a poco nos destruya.
Y en tu boca cegada y anhelante
sé que te besa toda mi tristeza
y que beso mi muerte por la tuya.
Tú eres el corazón con lo vivido;
en ti está todo lo que atrás vamos dejando,
lo que hemos ido con pasión amando,
definitivamente ya perdido.
En ti vemos las gracias que se han ido,
los paisajes y el cielo de ayer, cuando
las cosas que ahora sigues recordando
flotan sobre las aguas del olvido.
Pero vives y estás: claro y pequeño,
miras aquellos prados, aquel sueño
tan lejano, las rosas de aquel día.
Crees que puedes cambiar toda la suerte
y, aunque vamos derechos a la muerte,
vives de lo pasado todavía.
Vuelvo a mi casa, más alta
que la tuya, Luisa Esteban,
pero sin una ventana
que dé al atrio de la iglesia.
-¡Adiós, adiós-
Y no oyes,
Luisa Esteban.
No levantarás el cántaro,
por mí, de su cantarera,
con el agua de aljibe,
sonora, delgada y fresca.
En tu cama de altos hierros
no dormiré más la siesta.
Ni en tus sábanas de hilo,
Luisa Esteban.
Porque a mí llevan -mira,
tú que no oyes, mi pena-
amores de otras ciudades
hasta otra calle cualquiera
que no es ésta con un toro
descansando ante tu puerta.
Perlora, en la distancia, recordarte
es dar al sueño una verdad lejana;
es como oír de nuevo la campana
de aquel mar que florece al golpearte.
Qué fábula, qué magia pudo darte
entre el verdor la gracia ciudadana:
una distinta luz cada ventana,
una lanza el maíz por cualquier parte?
Te pienso aquí y te sé en la tierra mía.
Era una vez... Y nadie me creía.
Pero yo te he tenido, y he tocado
tu piel que bajo el cielo se serena:
aquí, Carranques, dos labios de arena,
allí, Candás, como un navío anclado.
Tú eres el corazón con lo vivido;
en ti está todo lo que atrás vamos dejando,
lo que hemos ido con pasión amando,
definitivamente ya perdido.
En ti vemos las gracias que se han ido,
los paisajes y el cielo de ayer, cuando
las cosas que ahora sigues recordando
flotan sobre las aguas del olvido.
Pero vives y estás: claro y pequeño,
miras aquellos prados, aquel sueño
tan lejano, las rosas de aquel día.
Crees que puedes cambiar toda la suerte
y, aunque vamos derechos a la muerte,
vives de lo pasado todavía.
Entra en la playa de oro el mar y llena
la cárcava que un hombre antes, tendido,
hizo con su sosiego. El mar se ha ido
y se ha quedado niño, entre la arena.
Así es este eslabón de tu cadena
que como el mar me has dado. Y te has partido
luego, Señor. Mi huella te ha servido
para darle ocasión a la azucena.
Miro el agua. me copia. Me recuerda.
No me dejes, Señor; que no me pierda.,
que no me sienta dios, y a Ti lejano...
Fuimos hombre y mujer, pena con pena,
eterno barro, arena contra arena,
y sólo Tú la poderosa mano.
Te han nacido los ojos con preguntas,
y sin cesar me asedias preguntando.
Y yo sin contestar... Hija, ¿hasta cuándo
mudos tú y yo: dos ignorancias juntas?
¿Hasta cuándo en silencio irán las yuntas
de tu asombro y mi amor; de mí, temblando,
y de ti, poco a poco, asegurando
música sin palabras...? Sé que apuntas,
en brotes de miradas, rosas rojas
que un día se harán voz contra mi pecho
y tendré con la voz que responderte.
Se turbará mi otoño entre tus hojas,
y las mías serán un vasto lecho
donde al hundir tu pie suene mi muerte.