Poemas de Jordi Doce para leer.
Sobre el poeta Jordi Doce [occultar]
Jordi Doce (Gijón, 1967) es una figura destacada en la poesía española contemporánea, conocido no solo por su obra lírica, sino también por su labor como traductor de autores fundamentales de la literatura inglesa, como William Blake, T.S. Eliot y W.H. Auden. Su trabajo ha tendido puentes entre las tradiciones poéticas de ambos idiomas, enriqueciendo el panorama literario hispano.
Doce desarrolló su voz poética en un momento de transición en la literatura española, después de la Movida Madrileña y en plena eclosión de nuevas corrientes estéticas. Aunque no se alineó con grupos literarios específicos, su obra refleja la influencia del culturalismo y la poesía de la experiencia, sin dejar de lado un tono personal y reflexivo.
Además de escribir y traducir, Doce ha sido un activo participante en talleres literarios y ha colaborado con revistas culturales. Su pasión por la enseñanza lo llevó a impartir cursos sobre creación poética y traducción, compartiendo su conocimiento con nuevas generaciones de escritores.
Entre sus obras más reconocidas se encuentran:
Su poesía, caracterizada por un lenguaje preciso y una mirada introspectiva, sigue siendo referencia para quienes buscan una voz contemporánea con profundidad filosófica y sensibilidad lírica.
En sombra, este ramaje
dispone celdas, redecillas,
calladas oquedades
de una penumbra
que la escarcha humedece apenas
con lengua terca y desprendida.
A espaldas de la luz
principiante,
mientras ladran los perros a lo lejos
y el íntimo rumor del aire
aviva los matojos de las lindes,
cuánta noche se anuda aún
en su corteza atenta
como una palabra no dicha,
como una sílaba prohibida
que el alba sólo atina a remedar
con voz y cuerpo largo
de calina.
Grávida, la mañana
desciende, se detiene junto al tronco
como enhebrada a su perfil
negro, fijo,
nocturno,
de dueño que reclama
sin prisa a su lebrel.
También sin prisa, yo los miro
absorto en la terraza, con palabras
que el silencio propone
como ciñe el ramaje
esa luz que despierta y, breve, se despereza
tras la primera nube fugitiva.
Abro la puerta, y el olor del agua
al horadar la tierra entra en la sala:
lento vapor que liga el aire y deja
una semilla de alegría
en la piel:
pasan las horas,
la lluvia no remite,
la semilla se ha vuelto tallo
y se enrosca en torno a mi cuerpo;
afuera llueve, pero un sol se alza
ante mis ojos, que ya olvidan
el gris vencido de la lluvia:
árbol que ofrece luz, no sombra,
bajo sus ramas
sonrío, sin saber por qué sonrío.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Al hilo de la siesta las callejas se adensan
en un silencio impenetrable; es entonces
cuando, en este verano solícito, la luz
ensaya su apariencia más palpable
y gravita tenaz sobre el asfalto,
confirma las virtudes del sosiego.
Crecen en esta hora extrañas formas
de la belleza: el fardo demudado del aire,
la quietud de metal de las ramas, la terca
grisalla de estos muros que la hierba puntea.
Miro el conjunto con desgana
desde el abrigo fiel de nuestro cuarto
y me miro igualmente a su través:
apenas una sombra en el cristal,
un súbito estremecimiento,
este molino en la cabeza
que me recuerda el tiempo transcurrido.
Tendida entre las sábanas, casi desnuda,
te desperezas vacilante,
con gestos tan fingidos que tú misma sonríes.
Tomo conciencia entonces de mi cuerpo
y me aguija esta rara semejanza
con las cosas que ahora nos rodean:
así las calles o mi cuerpo, tanto da,
la gris materia inerte
a manos de la luz o de tus manos,
lo que espera a vivir, y a vivir con violencia,
en el seguro pálpito que envuelve y enardece.
Vienes a mí de tarde, con las primeras sombras,
tras la espesura líquida del sauce,
cuando el aire se aquieta como el ansia,
cuando el cuerpo se entrega a su latir cansado.
Apenas si conozco tu origen, la manera
que tienes de llegarte. En el temblor,
en la sorda exasperación de agosto,
plantas bajo la piel un brote de alegría.
En la tarde que muere, el cuaderno entreabierto.
Son los fantasmas del calor, me digo.
El aire ardido contra la mirada.
El aleteo súbito del mirlo, en el alféizar.
Pongo el cuaderno a un lado, y entrecierro los ojos.
Es simple esta alegría, caprichosa,
y está en mí: simple aceptación del tiempo,
dejar que el día pase, que nos pase
a otro día, que envuelva al cuerpo en su latido
mientras tú, siempre bienvenida calma,
regresas al amparo de una luz
que confunde mi piel con la piel de la tarde.
Escucha el ulular del viento contra el muro;
la hiedra, las acacias baten la piedra sin descanso
y dividen el tiempo como tiernas cuchillas.
Yo te he visto en los intervalos: la luz
a rachas alumbraba tu rostro en la tormenta.
Eras tú y no eras: pues en la oscuridad
yo te llamaba y tú me respondías,
y también era tuya esa negrura,
tuya como el eco absurdo del viento.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Quisiera otro lenguaje para hablar de estos días, otra voz
cuyo acento imitara el embate del mar contra tu cuerpo,
el reguero de gotas como una pupila multiplicada
sobre la sal inscrita de tu piel, sobre la piel escrita por la sal,
sobre la simple página que no espera a mis dedos
para mostrarse. Ven. La mañana es un largo balbuceo
de sí misma, un derroche de azul y de fulgores, un asombro
que no duda o remite en su afán de admirarse,
mientras la luz devora el aire y atraviesa las gaviotas
sobre el aplauso de las olas. Quisiera otro lenguaje
para hablar de la vida que esconde cada instante,
para hablar de tu voz sin que parezca mía, para hablar
de tu cuerpo que viene tuyo, maduro, con el ritmo
secreto de las aguas, del viento en los pinares, de la noche
que esconde toda luz, mientras cancelo la conciencia,
desnudo el pensamiento (te desnudo), mientras fijo el instante
al olvidarme de él, me abandono a la única certeza
que es no tener ninguna, mas desear tenerla,
junto a este mar antiguo que escribe y borra páginas
de un libro aun más antiguo, que es olas y es arena y es azul,
que entreveo únicamente cuando tú estás conmigo,
cuando tú, dura espuma, clara luz, permanece.
Se enturbia la mirada, y el aire de la tarde
humea como brasa contra un fondo
de velas sopladas y espuma rota.
El mar es la respiración, la espera.
Tomadas por el grueso sol de agosto,
las rocas se deslizan hasta el agua.
Un charco se consume entre destellos.
La sal brilla en los flancos chorreantes.
Verano, en tu temblor enceguecido
aprendo la constancia del azul.
Bajo el vuelo tenaz de las gaviotas,
soy uno con el tiempo del agua remansada.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
¿Cómo ignorar, al fin,
los avisos del día,
el genio especular del día
al trazar nuestro fiel retrato
de nada o nadie,
si el frío de esta mar al juntar noche
tiene lugar para nosotros, viene
como mano de sombra al corazón,
atraviesa la destrucción que fuimos,
que nunca hemos dejado de ser?
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Escuché tu canción
en el silencio de la noche.
De dónde venía o por qué
pareció atravesarme el corazón
como brusco zarpazo impredecible
son razones que supe sin saber.
Y tú no estabas, tú no debías estar
para que tu canción llegara
con la fuerza de un salto, de una flecha,
con el simple deseo de otro cuerpo
que ha hecho de la espera su deseo.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
El coche en sombra bajo el tendejón
y flecos de maleza parda junto a las ruedas.
El sol de mediodía percute en el asfalto
y siembra el arenal de transparencias.
Dos muros desdentados,
una señal de tráfico,
restos de chapa y neumáticos rotos
son cuanto evoca
el tiempo de los hombres, su transcurso.
La botella de agua y tus gafas veladas.
Estar de paso es de repente
este paisaje alucinado,
esta incredulidad de diez minutos
que es otro modo de distancia
y convierte la vida en memoria precoz.
Dejas caer el agua por tu frente
y el pelo se te encrespa, más oscuro.
Has vuelto a abrir los ojos
y una sonrisa rompe el maleficio,
este breve paréntesis de insidia
que tiembla con el aire, como humo.
La mueca de tu alivio es una calma
y sé reconocer su contundencia.
Veloz hacia un destino
que nos llama sin conocernos,
el coche arranca y deja surcos en el arcén.
Queda sólo esta luz,
la aguja fiel de agosto
que horada cuanto toca,
más allá de nosotros.
La luz de media tarde entre la hiedra,
la lumbre inextinguible de algún sueño,
el niño que se ahoga de risa en su columpio,
el temblor repentino de tus muslos,
el calor que insinúan tus mejillas
al despertarte embriagada de sueño,
respirar el vaho gris de la escarcha,
jugar al abandono en estas calles
donde la claridad nos perfila extranjeros,
el cielo como un largo balbuceo de azul,
las tormentas de julio, tan veloces,
el aroma dulzón del descampado
Cuánto nos pertenece, sin que importe escribirlo.
Variedad de la vida,
en los nudos del aire, en el bullicio
febril de los insectos
que un vencejo devora
bajo el pálido azul de la mañana,
en los setos y frondas
que humedecen, abajo,
el taller de cerámica, el camino de grava
donde pastan los líquenes, los rescoldos del agua,
donde también la edad, como la lluvia,
ha posado su aliento, nublando la materia,
hurtando a la materia
su más secreto pulso,
livianamente,
al hilo de las formas
que la rueda del aire sostiene en limpias órbitas.