Poemas de Jaime Labastida para leer.
Espesa turbulencia preside mis palabras.
Para mí, tú eres aún una doncella.
Dentro de mí, habito un nido de fantasmas,
un lecho de cigarras, casi un cielo infantil.
Tomándote los pechos, jugamos a ser niños.
Ríes. Rozo apenas tus párpados.
Inocente me miras.
Yo te beso en la boca y tu misterio se abre,
ávido de abrazos.
Mi cuerpo se abre en cruz.
Nuestras manos se estrechan.
Tu palpitante corazón deshoja mis latidos.
Dicen ser esto la alegría.
Yo te estrecho,
yo te estrecho.
Somos los dos turbias bestias
crucificadas en los brazos del otro.
El antiguo ensueño azul se desbarata.
He aquí la vida, hermosa y dura.
Siento resorte ser,
siento agonía.
Siento mi cierta humanidad
junto a tus meses.
Y repito tu nombre o yo descolorido.
O yo me simbolizo entre metales.
O yo soy ese cuerpo que te embriaga.
Sucede que hallo apenas
no cosas qué decirte,
sino cómo decirte que te espero,
que de mis piedras eres veta,
quede mi pie junto a tu huella.
Pero cómo decirte es que no encuentro.
Pero cómo decirte así, sin más:
tuércete en mí como bejuco.
Siento dejarte.
Siento que te dejo.
Y al despedirme,
algo de mí se va,
algo de mí se queda
adentro de mis huesos.
Siento tu danza.
Siento tu guerra así con el espacio.
Y desvanezco sueños.
Y piso realidades.
Y trémula tú,
tremolo vientos aurorales.
¡Ve mi relámpago fijo de obsidiana:
he de venir a hincarlo hasta tu suelo!
No hay sitio en el que pueda
apoyar la sombra de mis pies
del que no brote sangre
coagulada en piedra,
esqueletos del aire abrazados al limo.
De muerte y barro antiguo mi alimento.
Y nosotros, ceniza.
Cuando toco tu torso
hay algo que se quiebra.
Cuando estrecho la mano del amigo,
siento que crujen
arquitecturas de cristal y hielo,
que los pinos se hienden.
Parece dialogara con ausentes:
galopa, cráneo adentro, la vigilia,
ánades furiosos baten mi cerebro.
No tengo paz,
ni soy feliz, ni nada.
¿Por qué esta mancha vegetal en la palabra?
Quizá arrebato esta mujer a otro hombre,
oh coágulo de tela, plumas, voces.
Cuando yazgo a tu lado, mujer,
brota un fantasma,
una mano sin huesos,
un cartílago muerto;
y entre mi boca y la tuya
gritan y juran desahuciados hombres.
¿Cómo besar entonces
tu mirada de ola, tus axilas
definitivamente submarinas!
Parezco dormir sobre siniestros.
Riesgo es entonces la cosecha,
pequeña alcoba tu vida
que me duele, mujer,
en el constante insomnio.
Bajo mi torso sonreías,
bajo mi abrazo.
Bajo mis ascendentes escaleras,
bajo las nupcias que a tu lecho llevan.
No es sombra ya mi corazón hecho badajo
que golpea la campana de mi tórax.
Mis huesos quieren descoyuntarse,
salirme enfurecidos hacia arriba,
abandonarme.
Mis huesos quieren danzar
en ritmos de alegría.
Y es que tengo con tu pasión queveres.
Tengo a tu cintura aprisionada.
Y un cielo azul muy duro
anuncia a nuestros vientos el invierno.