Poemas de Hilario Barrero para leer.
Marchita su belleza en esquinas oscuras,
su cuerpo corrompido de gusanos de noche,
asediado de heridas, temblores y tumores
ya no quiere vivir, desnudo y desterrado
se aleja de los suyos. Agobiado de grietas
es difícil mirarse en el espejo
y ver una carroña sin forma ni esplendor,
pergamino sonoro su piel en "de profundis",
la cicatriz de la barbarie iluminada.
Imposible salvarse de esta guerra
nivelando sus dedos de ungüentos y pomadas,
poniendo contrafuertes a su cuello,
sus vidrieras borrosas de luz ronca,
un nido de serpientes reptando por su nuca.
¿Cómo vivir de ser el contemplado a contemplar,
de vender su hermosura a tener que comprarla,
de ser incendio a estar petrificado,
rebosante de vida a sentirse cadáver?
Se sienta en la muralla del recinto,
antes fortificado y defendido,
esconde los juguetes venenosos,
acaricia la miel de las ventanas
y mirando la torre enmudecida,
la gran plaza vacía, espera al enemigo,
ya perdida la llave del deseo,
que regrese de noche y fusile a traición
su sangre sulfurada de metralla roída.
Facilius in morbos incidunt
adolescentes, gravius aegrobant,
tristius curantur.
De Senectute, Cicerón
Del esplendor de entonces nada queda.
La nieve ha silenciado el fuego del jardín,
las rosas bautizadas por la hermosa mirada
del jardinero muerte, convirtieron su esencia
al deseo pagano, apóstata la espina de su agua.
La casa se reviste de polvo venenoso
y la hierba del ocio florece entre la plata:
una lengua de ruina lamiendo los retratos.
Se acerca a la ventana lentamente
y descorre el visillo que tiembla polvoriento,
mira el jardín helado y maldice su suerte.
Siente un puño de sangre entre sus venas,
una rosa de ira entre su pecho,
un tiro entre la nuca despejada
y cierra la ventana para siempre.
De espaldas al jardín la luz es una gasa
que le ciega su firma y su palabra
abriéndole una deuda con la vida.
Tan sucio está de soledad y barro
que ya no ve la rosa del verano
que sentencia con fúnebre perfume
su desahuciado nombre en la navaja.
La azada de su sexo ya oxidada
no llegará a estrenar la primavera.
Sobre la losa del estanque
la nieve echa raíces, aposenta
sus zapatos de vidrio y muerde
con sus afilados dientes
al frío terciopelo de la tarde.
Protegidos bajo el palio del sol
viaja un colegio de pájaros de invierno;
sus sombras, carbones liberados
del oscuro silencio de la tierra,
quedan petrificadas sobre el hielo
y se graban, en el marmóreo cuerpo del estanque,
las huellas dactilares de la noche.
Se doblega la tarde cediendo territorio
al enemigo y el viento
va afilando el cuchillo vidrioso
de sus labios, borrando lentamente
el débil maquillaje en el rostro del sol.
Perdido en la maleza
siente la puñalada de la noche sembrando confusión
en el itinerario de su sangre,
se sabe herido al sentir el cuchillo
y se apresura a abandonar el laberinto.
Bien sabe él que hace tiempo se cerró la salida.
En apariencia un acto
veloz y rutinario
que a estas horas practican
otras muchas parejas.
La luz recién nacida,
escribiendo torcida en la persiana,
se enreda entre tu mano
que recorre mi cuerpo
hasta encontrar lo que te ofrezco.
Sacas más luz de mí,
un chorro plateado
que al chocar en mi pecho
se oscurece y se espesa.
Oigo, desde la cama,
cómo lavas tus manos
y siento el agua tibia
corriendo en mi costado.
Veloz el acto y fugaz el gozo,
lento llega el metal
que me clava sus dientes,
flecha de plata fresca,
en el pezón izquierdo.
Cierras la puerta de la casa
y recuerdo que es lunes.
La niebla empaña mi mirada
y al pasar por el lago
ve dos cisnes felices
que escriben en el agua
un mensaje secreto
con mala ortografía y tinta seca
que yo puedo leer y tú no puedes.
Tú crees que son dos patos
que volando hacia el Sur
hacen tiempo en el lago
cebándose de pan
que les dan los vecinos.
Dentro de poco ya no estarán
mis cisnes ni tus patos,
yo seguiré nublado con la niebla
y tú verás más claro cada día.
Al final de la tarde,
después de un día oscuro
su piel acartonada en los tejados,
lluvia de madrugada
y un viento suave de tiza humedecido,
por un instante breve, nace una luz cansada
que bautiza de fiesta a las fachadas.
Me acerco a la ventana
y el paisaje nombrado tantas veces
me enmarca un lienzo nuevo,
mientras la luz perfuma tus temblores.
Al inclinarme lento a descifrar
la piedra iluminada de tu valle,
el tiempo me recibe con sus montes
cerrados, convirtiendo mis labios
en torpes espejismos donde el deseo
muerde su enigma más helado.
Y escuchando el sonido del incendio
de nuestro antiguo fuego,
confundido por códigos y signos
que son indescifrables,
me hundo en la ceniza de tu almohada,
a que llegue la noche y me condene
desnudo entre la piel de tu paisaje.
Todavía se aman a pesar de la plaga
y encuentran en la noche sus torsos alumbrados
sabiendo que la muerte les acecha celosa.
Tiemblan cuando desnudos se miran al cristal
y ven alguna mancha que oscurece su piel.
Con precaución celebran sus huesos arropados
y con certeza saben éste es tiempo de guerra.
Oficiando sus ojos un memorial de sombras
recuerdan tantos nombres que con pasión se amaron,
cuerpos llenos de fuego su coraza encendida
y que ahora rescatan del campo de batalla.
Me arrimo a ti
en una calle estrecha
y dejo pasar la sombra
que nos viene siguiendo.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
En la mañana
la luz hablaba a gritos,
la sombra muda.
En el atardecer
el miedo a reflejarse
sin saber
si es la sombra del cuerpo
la que quema
o es el fuego del alma
que se extingue.
Ya con la oscuridad te haces la pregunta
que no tiene respuesta:
¿Ha sido siempre la sombra tan pesada?
Noche clara del cuerpo.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
La soledad, el miedo y el silencio
viven en esta casa respetada,
principal y feliz en otro tiempo.
Familia virtuosa en ejercicio
de ejemplares conductas, concibieron
cinco hermosos varones que vivieron
dentro de la moral más absoluta.
Nada queda de aquello; desolados
corredores y vacíos salones
con historias de prisas y de llantos,
tiempo sucio en lámparas cegadas
por el polvo de una lluvia mortaja,
un agrio olor a crisantemo barro
mal cocido en el jardín del sexo
y el dragón del deseo destruyendo
la clausura de plata del silencio.
Queda sólo la mancha de unos dedos
en el visillo, como una mariposa
disecada que al contacto del aire
se deshace, y en el vidrio el reflejo,
la huella de unos ojos que furtivos
miraban bellos cuerpos oferentes,
convidando al carpe diem de la vida.
Hubiera dado algo por ser fuerte
y marcharse con ellos a otras tierras
donde morir y no pasar el tiempo
en aquellas paredes que le ahogaban.
«sombra sentimental»
L. Cernuda.
¿Dónde están esos trenes que pasaron
llevando tanta vida en sus vagones,
tanta sangre veloz
de jóvenes nocturnos
que huyendo del suburbio
bajaban perfumados
los fines de semana a la ciudad
en busca de otro amor?
¿Qué silencio escogió
el ruido de sus cuerpos,
que vestidos de fiesta
murieron un domingo
cuando de madrugada
volvían a su casa?
Mejor hubiera sido haber perdido el tren.
Hay peligro de bombas
y oyen desde la alcoba las sirenas
que destrozan la luz en la ventana.
Temerosos salen después al parque
y sin rozarse se saben abrazados.
¿Dónde irá, se preguntan, el temblor de la luz
cuando llenos de sombra no vean la cometa,
no oigan las sirenas, no tiemblen al roce de una boca
y el parque les resulte impreciso y borroso?
El rumor de las hojas
extiende el miedo al atentado.
Crece cerca el aviso metal de la sirena.