Poemas de Hilario Barrero para leer.
Sobre el poeta Hilario Barrero [occultar]
Barrero cultivó un lenguaje sobrio pero emotivo, con imágenes cotidianas transformadas en símbolos universales. Su poesía oscila entre lo confesional y lo político, siempre con un tono humanista. Destacó por el uso de metáforas relacionadas con la naturaleza y el tiempo.
Su obra sigue siendo estudiada como testimonio de una generación que transformó el dolor en arte. Barrero murió en 2006, dejando un puñado de versos que siguen resonando en lectores que buscan conexión con la historia y las emociones más profundas.
Ahora ocultas con cremas
y ungüentos extranjeros
las heridas que el tiempo
ha dejado en tu cuerpo
y muestras orgulloso
las oscuras y densas cicatrices del alma.
Se ve que eres novicio
en el arte de tal ocultamiento
e ignoras que es difícil esconder la vejez,
que las arrugas se ven aunque tapadas
como también se ve la decadencia,
la sombra por tus ojos
y el delicado olor a viejo que nace de tu aliento.
A nadie le interesan las lesiones del alma
si el cuerpo apuntalado carece de equilibrio.
Abro la caja
y se dispara un olor a colegio de monjas,
olor a cedro, a mina clausurada,
a lápiz encerrado
con una sombra en su interior.
La Hermana Aurora,
la confesión, el ayuno, el rosario,
los nueve primeros viernes
y el mes de mayo a María.
Y esa otra mina dentro de mí
del pecado mortal, la carne, el deseo,
el "cuántas veces, hijo mío" del confesor.
Miro los doce lápices ahora que ya es tarde,
rectos, serios, puntiagudos,
doce apóstoles en la última cena de la línea,
doce peces ahumados en un mar de latón,
Faber-Castell del curso de dibujo
donde por vez primera tracé una curva.
Elijo el lápiz 7B para aclarar mi imagen
y en una hoja de papel prestada
enciendo las tinieblas.
Lo más difícil en el trazo de mi vida siempre ha sido
que la sombra parezca verdadera
no una mancha adherida
al boceto de lo que fue mi infancia.
Para José Muñoz Millanes
¿En qué infierno proclama su dolor
la sombra más oscura?
Y si lo siente, ¿qué hondura exige,
a qué pozo hay que llegar para saciar
la sed de amargo vino negro
que hiere y emborracha con certero
navajazo las vísceras del sol?
Y si la sombra se enamora,
¿qué azabache ha de elegir
para adornar sus pechos y su sexo?
¿en qué boca de lobo morirá degollada?
(dentelladas nupciales de la bestia que en celo
excomulga a la albura con su pezuña atea)
¿de qué profunda mina sacará los metales
para hacerse las arras?
¿qué príncipe de luto riguroso,
en el tablero medieval del tiempo,
acuchilla a la dama con su espada de ónix
ganando la partida a la Edad Media?
Coronada de endrino,
con collares del más serio carbón,
¿no eres tú sombra mía la luz de lo más negro?
Al doblar tu esqueleto
y descubrir tus ojos en la testuz del alba,
¿no es acaso lo que llamamos muerte?
Ha vuelto a la maleza después de algunos años.
Se han borrado caminos, el puente se ha caído,
el agua corre espesa y parece más hondo el precipicio.
Los cuerpos que ofrecieron su belleza
han desaparecido fulminados después de aquel verano
o muertos de cansancio y de vejez más tarde.
Siguen las sombras cerrando el laberinto,
oscureciendo el hilo que a algunos de nosotros nos salvó.
Salvados sí pero bien muertos
que desde entonces nadie ha vuelto su rostro
a nuestro paso.
Sigue también la vida:
dos cuerpos con los torsos desnudos,
dos carbones a punto de encenderse,
abrazados se ocultan en lo oscuro
sin saber si saldrán victoriosos
o serán perfumados por el rosal de la espesura.
Balnea, vina, Venus corrumpunt corpora nostra,
sed vitam faciant balnea, vina, Venus.
Bellísimos, desnudos, arrogantes,
proclamando la fuerza de su sexo,
marchan Quinta Avenida hacia la vida.
Serenamente turbios, demacrados,
veneno derretido por sus miembros,
bajan Quinta Avenida hacia la muerte.
Algunos tan hermosos, dioses sin paraíso,
que hasta la misma Sombra se oscurece
al asignarles sitio en la carroza.
Su belleza les salva y son llamados
junto con Ganimedes a servir
vino añejo a los cuerpos prohibidos.
(La mitra será polvo y lo será la rosa,
las plumas césped seco, el oropel ceniza
y el torso iluminado un carbón apagado.)
Viéndoles desfilar, cercano a tu frontera,
nombrando aquel verano en que nos conocimos,
mi sangre negativa se calcina, amenazada,
sintiendo a la Guadaña que, arañando mi cuello
con su incesante herida, nos recuerda
que para algunos éste será el último desfile.
Los que abonan con su óxido
los rojos incendiados de octubre
también fueron felices
contemplando el otoño en este
cementerio de New England,
cercano al mar y en fuego.
Al gozar de esta luz de vidriera,
clausurada de niebla, se sublevó
el azogue de sus hermosos cuerpos
y se encendió el deseo entre sus ramas
que se abrieron de pájaros y hojas.
(Dulce como este sol era su amor.)
Ahora permanecen debajo de la piedra,
que el rayo del olvido partió por la mitad,
conquistando de polvo a los castaños,
secando con la sangre de su noche
al robledal. Barro ciego en sus ojos.
Mientras que acorralados por la lluvia,
el temblor de tu agua por mi cuerpo,
me haces la propuesta que yo espero,
siento cómo la tarde traduce su vidriera
y recibo señales de óxido y de fuego
en el seco azulejo y me pregunto:
¿Cómo guardar la clave de tus ojos
en la piedra caliza de mi historia?
¿cómo crear un código ignorado
para el vocabulario de la nada?
¿cómo herir a la muerte ilimitada
si ha de robar tu nombre y mis preguntas?
Para ellos,
eres el nombre
que te dieron
dentro de su legalidad:
un signo solamente.
Tu otro nombre,
el elegido en la noche
de la boca de lobo,
es solo mío.
Un sonido animal.
Y así te escucho.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Única criatura, la claridad
extiende sus raíces en la línea
horizonte de la calle vacía,
bautizando al color por su apellido:
azules infantiles, verdes lluviosos,
ocres enamorados, húmedos blancos
que son frontera con la sábana tibia,
el olor a café, la primera caricia,
y el roce de la muerte que, temprana,
teje precipitada la túnica del barro.
Dando razón de luz al carbón de la sombra,
el sol va señalando a la fachada
su destino de noche aún distante.
Dormidas las persianas, amarillo
despierto de septiembre, un visillo
entretiene su frágil esqueleto
en el lento columpio de la brisa,
mientras Mrs. McLaughlin siente un escalofrío,
protegida por Gato (y una buena ginebra)
y comienza a leer la última edición
del New York Times, cuando tan sólo son
las siete menos cuarto, en la recién
creada mañana del domingo.
Ni amarillo jaramago ni mármoles vencidos
con su espalda quebrada de abandono;
un tropel de invasores derriban al silencio
en su alta clausura de pájaro exiliado,
avanzando hacia el mar que se tiñe de guerra.
Una brisa de hielo les derrota en la orilla
sus pies petrificados, cegada por los dardos de sal
su mirada de barro, regresan, atrapados de bruma,
arrastrando sus sombras congeladas,
a las tiendas oscuras donde la luz ayuna
dolorida en cilicios vidriados.
Visten las gaviotas su túnica pesada,
monjes lentos camino de maitines,
llamadas por las voces de una lluvia extranjera
que despoja a la ojiva de su claustro de olas.
Alejados del mar, guerreros de otras guerras,
los rostros del verano estrenan fruto ardiente
que les hiere sus venas de un hondo escalofrío.
Liberada de invierno su mirada,
desnudos, se pierden en lo espeso
donde el placer y el vicio habitan
regresando mordidos para siempre
por el plomo veneno de sus ritos
sin saber que es la muerte quien les llama.
Y sin más protección que tu mirada arbotante
que apuntala la niebla de mi piel, asustados,
buscamos la salida entre tanto desorden.
Los bárbaros han sido derrotados y el diluvio comienza.
(¿O tal vez sí que saben que van hacia la muerte?).
Frente al lago una estatua de viejo
recompone el pasado; mármol sus movimientos,
la cicatriz del tiempo dueña de su mirada.
Un desfile de gritos, de colores y fuerza
pasan por su tribuna rindiéndole recuerdo.
El también fue una flecha en aquel parque
y recordó a Cavafis. No reproches,
nada que lamentar. Cuando en amor,
su vida fue un ejemplo, un gozo cotidiano
con pocos compartido, deseo a cada instante.
Para seguir viviendo, él bien lo sabe,
necesita mirarse vivamente
en el río de vida que fluye frente a él;
para reconocerse, el espejo del lago,
su juventud, la gracia de su cuerpo,
aquellos ojos, su flexible ternura...
Un aire extraño le estremece
y sabe que el invierno ha de llegar
borrando este paisaje que le mantiene alerta.
Esperar que la nieve le arrope suavemente,
de la misma manera que su amor le abrazaba,
y allí quedarse, viviendo para siempre
entre estos cuerpos que, ahora inalcanzables,
van buscando, ardientemente enamorados,
un lugar en la noche. Como él lo buscara.
Un rayo destruyó
la esfera en que te apoyas,
sólo queda la base
por donde juegan niños que no te conocieron
y meditan lagartos prisioneros de plomo.
El campus, a finales de curso,
es un río de cuerpos
que con el torso herido
estudian en el césped luminoso.
Pasan cometas tristes suspendidas de lluvia
y pájaros alegres aprobados de viento.
La luz moja tu cara en luna llena,
pelo liso con un brillo cansado,
tus manos enlazadas reposando en tus muslos,
pantalones bombachos
y dos escarabajos en tus ojos
mirando la retina de la tarde.
Sonríe, Federico, no te muevas.
Aunque se queda inmóvil,
la imagen sale turbia.
Se distingue una mano clarísima y helada
que se posa con fuerza en otra mano en fuego.
La lente invierte la foto de Manhattan
y Harlem se amotina
en la cámara oscura de la noche.