Gabriel de la Concepción Valdez
Poemas de Gabriel de la Concepción Valdez para leer.
Sobre el poeta Gabriel de la Concepción Valdez [occultar]
El poeta que desafió su época con versos de libertad
Contexto histórico
Gabriel de la Concepción Valdés, conocido como **Plácido**, vivió durante una época convulsa en Cuba: el siglo XIX, marcado por el colonialismo español y el surgimiento de movimientos independentistas. Nacido en 1809, su vida coincidió con un período de represión y censura, donde la expresión artística a menudo chocaba con los intereses de la corona. A pesar de esto, su obra se convirtió en un símbolo de resistencia cultural.
Afiliaciones y grupos
Plácido estuvo vinculado a círculos literarios y tertulias donde se discutían ideas liberales y abolicionistas. Aunque no se afilió formalmente a partidos políticos, su poesía reflejaba un claro descontento con la esclavitud y la opresión colonial. Esto lo situó bajo la mirada de las autoridades, que lo acusaron de conspiración durante la represión conocida como **"La Escalera"** (1844).
Pasatiempos y vida cotidiana
Además de escribir, Plácido se dedicó a oficios como tipógrafo y relojero, actividades que le permitían interactuar con distintos estratos sociales. Su amor por la lectura lo llevó a dominar varios idiomas, incluyendo el latín, lo que enriqueció su estilo poético.
Obras más famosas
Entre sus poemas más celebrados destacan:
- **"Plegaria a Dios"**: Un grito desesperado por la libertad y la justicia.
- **"Jicoténcal"**: Un poema épico que reinterpreta la conquista de México desde una perspectiva crítica.
- **"La flor de la caña"**: Una metáfora sobre la explotación de los esclavos en los cañaverales cubanos.
Su legado perdura como un testimonio de valentía y belleza literaria en medio de la adversidad.
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Nota: La información presentada se basa en datos históricos conocidos sobre Plácido. No incluye especulaciones ni detalles no verificados.
Gabriel de la Concepción Valdez: Poema recitado camino al patíbulo
Ser de inmensa bondad, Dios poderoso,
a vos acudo en mi dolor vehemente;
extended vuestro brazo omnipotente,
rasgad de la calumnia el velo odioso
y arrancad este sello ignominioso
con que el mundo manchar quiere mi frente.
Rey de los Reyes, Dios de mis abuelos,
vos sólo sos mi defensor. Dios mío:
Todo lo puede quién al mar sombrío
olas y peces dió, luz a los cielos,
fuego al sol, giro al aire, al Norte hielos,
vida a las plantas, movimiento al río.
Todo lo podéis vos, todo fenece
o se reanima a vuestra voz sagrada;
fuera de vos, Señor, el todo es nada
que insondable eternidad perece,
y aún esa misma nada os obedece
pues de ella fue la humanidad creada.
Yo no os puedo engañar, Dios de clemencia;
y pues vuestra eterna sabiduría
ve al travéz de mi cuerpo el alma mía
cual del aire a la clara transparencia,
estorbad que humillada la inocencia
bata sus palmas la calumnia impía.
Más si cuadra a tu suma omnipotencia
que yo perezca cual malvado impío,
y que los hombres mi cadaver frío
ultrajen con maligna complacencia,
suene tu voz y acabe mi existencia;
cúmplase en mí tu voluntad, Dios Mío.
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