República Dominicana: 1907-1976
Poemas de Franklin Mieses Burgos para leer.
Sobre el poeta Franklin Mieses Burgos [occultar]
Mieses Burgos cultivó un estilo lírico y contemplativo, con un lenguaje claro pero lleno de matices. Sus versos often reflejan una sensibilidad hacia lo cotidiano, transformando escenas simples en reflexiones profundas. La musicalidad y el uso de metáforas naturales son sellos distintivos de su poesía.
En sus últimos años, Mieses Burgos se dedicó a la enseñanza y a promover la cultura dominicana. Su poesía sigue siendo estudiada como ejemplo de la lírica intimista y paisajística del Caribe. Aunque no alcanzó la fama masiva, su voz permanece como un referente esencial en la literatura dominicana.
En la noche y bajo una
muda elocuencia de piedra,
la sombra de los cipreses
es como un grito en la niebla.
Coros de voces descalzas
ponen sus ágiles pies
sobre las copas oscuras
de los árboles; después
la aguda espada de un grillo
hiere un hermoso silencio
de blanca carne de lirio
y de cabellos de incienso.
Yo sueño con que tus manos
se van perdiendo a lo lejos
como dos trémulas alas
tras la negrura del cielo.
Soledad de soledades:
mi corazón está solo
frente a esta noche que crece
como un rosal sin colores.
Si pudiera ver el mar
que me recuerdan tus ojos,
se trocarían en lumbres
mis soledades en sombra;
se llenaría de flores
el limonero más alto;
con sus mejores kimonas
vendrían las mariposas
de donde nadie lo sabe;
la luna se iría entonces
cantando por otra calle,
y una frescura de infancia
se me entraría en el alma:
ya no sería yo el mismo,
el de esta noche tan larga;
con otro cuerpo distinto
y el corazón en las manos
retornaría de nuevo
para jugar en la playa.
Canciones de primavera.
Olor a tierra mojada.
¡Todo si viera tus ojos
en esta noche tan larga!
Caminando al azar por los caminos,
por los muchos caminos distintos de la vida,
voy tirando palabras desnudas en el viento,
como quien va tirando, distraído,
semillas de naranja sobre el agua de un río.
Son palabras dispersas, acaso sin sentido,
palabras misteriosas que afluyen a mi boca,
cuyo origen ignoro.
Algunas veces pienso que es otro quien las pone
sobre mis propios labios para que yo las diga.
Y yo las digo; pero, tan displicentemente,
como quien va tirando, distraído,
semillas de naranja sobre el agua de un río.
La multitud que pasa me mira y se sonríe
y yo también sonrío; pero sé lo que piensa.
En cambio ella no sabe que yo estoy construyendo
con esas simples voces salidas de mis labios,
la estatua de mí mismo sobre el tiempo.
Yo sembraré mi voz en la carne del viento
para que nazca un árbol de canciones;
después me iré soñando músicas inaudibles
por los ojos sin párpados del llanto.
Colgada sobre el cielo dolido de la tarde
habrá una pena blanca, que no será la luna.
Será una fruta alta, recién amanecida,
una fruta redonda de palabras
sonoras, como un canto:
maravilla sonámbula de un árbol
crecido de canciones, semilla estremecida
en la carne florecida del viento:
-mi voz.
Lo redondo es un ángel caído en el vacío
de su propio universo,
donde la oscura voz de su verdad resuena
llena de eternidad cerrada y de infinito.
Lo redondo es un río que sale y que torna
de nuevo hacia sí mismo, hacia la hueca nada
donde su ser gravita.
Por su forma la lengua de Dios está explicando
su gracia preferida,
la imagen con que muestra la sombra de su rostro
desnuda sobre el mundo.
-¿No es su ley la que esculpe la manzana del orbe,
el anillo que muerde el pedestal del árbol,
la cabeza del hombre?
Lo redondo es un ángel cautivo que no sueña,
que no se translimita de su cerrado cielo;
un ángel prisionero
que está sujeto a Dios como un objeto más
de amor entre sus dedos.
¿Quién encendió la lámpara perenne de la rosa?
¿Quién desató el pequeño enigma de la hoja,
de la apretada piedra donde habita el silencio?
Cuando el ángel pregunta ya deja de ser ángel;
la ignorancia es la espada desnuda que defiende
su rosa de inocencia;
la rosa que no sabe ella misma el origen
terrible de su nombre, de su propio fantasma
cerrado como un nudo de aroma hasta la muerte.