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Francisco Hernández

Francisco Hernández

Poemas de Francisco Hernández para leer.

Francisco Hernández: Otro día sin verte, sin poner mis pupilas

Otro día sin verte, sin poner mis pupilas
encima de tus trampas.
Quiero decir: encima de tus rodillas sin cicatrices,
de tus labios amameyados, de tus afiladas
rencillas rojas, de tus palabras claves
que continuamente preguntan si te entiendo.
Otro día sin verte, otras horas
de amarte a cielo abierto,
de acariciarte en un aire ya sujeto
por mi collar de uñas enterradas.

Poemas cortosPoemas y poetas mexicanos

Francisco Hernández: Palabras de la griega

No me guardes en tu imaginación.
No me pienses.
Tus ojos están llenos de espléndida ponzoña.
No me mires.
Que mi saliva te inunde la garganta.
No me asfixies.
Deja de agusanar mi mente confundida.
No me pudras.
Guarda mis incisivos en una caja de plata
pero no te arrodilles ante sus resplandores.
No me reces.
Que mis ropajes no sirvan de velamen
a los navíos sin patria.
No me rasgues.
Que mis coágulos no vivan en tus uñas
ni en los nudillos que derriban templos.
No me maldigas.
En la herida la sal halle su suerte.

Poemas y poetas mexicanos

Francisco Hernández: A estas palabras menudas

-A estas palabras menudas se las va a llevar
la trampa, me aseguras.
Y añades en voz baja:
-Ojo con el hoyo hirviente
de las bellas bailarinas tramposas.

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Francisco Hernández: La primera mujer que recorrió mi cuerpo

La primera mujer que recorrió mi cuerpo
tenía labios de maga: labios verdes y azules,
con sabor a fruto silvestre,
con señales indescifrables como la miel o el aire.
Muchas veces incendió mis cabellos con siete granos y
siete aguas, con ensalmos que sonaban a campanillas
de barro, con nubes de copal que se mezclaban al embrión
que recorría mi frente coronada por ramos de albahaca.
Toda la noche ardía la pócima bajo mi cama.
Al día siguiente, un niño nacido después de mellizos
la arrojaba al río, de espaldas, para no ver el sitio
donde caía ni el vuelo repentino de los zopilotes.
Entre tanto, mi madre me contaba
lo que Colmillo Blanco no sabía de la nieve
y el recuerdo del mar era un espejismo bajo la sábanas.

Poemas y poetas mexicanos

Francisco Hernández: De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios (I)

Podría ser que la música y la poesía fueran una misma cosa, o
tal vez dos cosas que se necesitan mutuamente como la boca y
el oído, pues la boca no es más que un oído que se mueve y
que contesta.
Novalis

Miro la música de Schumann
como se ve un libro, una moneda
o una lámpara.
Ocupa su lugar en la sala situándose,
con movimientos felinos,
entre el recuerdo de mi padre
y el color de la alfombra.
De pronto, pájaros muertos
estrellan las ventanas.
Yo miro la música de Schumann
y escribo este poema
que crece con la noche:

I

Hoy converso contigo, Robert Schumann,
te cuento de tu sombra en la pared rugosa
y hago que mis hijos te oigan en sus sueños
como quien escucha pasar un trineo
tirado por caballos enfermos.
Estoy harto de todo, Robert Schumann,
de esta urbe pesarosa de torrentes plomizos,
de este bello país de pordioseros y ladrones
donde el amor es mierda de perros policías
y la piedad un tiro en parietal de niño.
Pero tu música, que se desprende
de los socavones de la demencia,
impulsa por mis venas sus alcoholes benéficos
y lleva hasta mis ligamentos y mis huesos
la quietud de los puertos cuando el ciclón se acerca,
la faz del otro que en mí se desespera
y el poderoso canto de un guerrero vencido.

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Francisco Hernández: De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios (III)

Cuando naciste surgió en el bosque
una inquietud extraña.
Criaturas belcebúes vertieron en un claro
el azogue de Los Gemelos
y una quemazón de unicornios
cimbró con su galope
el vértigo de la penumbra en disonancia.
- Este niño tiene que ser un santo a su manera
- dijo tu padre al contemplar tus manos.
- Será mi luz intensa - dijo tu madre
con los ojos vendados.
La mesa tuvo espigas
y relucieron lágrimas en las paredes.
Doblaron las campanas de la capilla
sin que nadie - ni el viento - las tocara.
Búhos destronados por cornejas
instrumentaron tu canción de cuna
y la noche te tomó en sus brazos
como a un relámpago recién nacido.

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Francisco Hernández: De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios (VII)

En la primavera conociste a la niña Clara.
Ella jugaba dentro de una jaula
con los címbalos y el armonio
que la escoltaban desde su nacimiento.
De los címbalos partía la ráfaga
que corta los glaciares.
Del armonio brotaba El Intervalo del Diablo,
que al transformarse en burbuja
iba de las guirnaldas de yeso
a los enigmas de raso
y de las margaritas enrojecidas
al temblor de tus años.
Desde ese instante se azufraron las fuentes
y tu risa tuvo la forma
de los labios de la niña Clara,
del corazón maduro de la niña Clara,
de la gracia enjaulada de la niña Clara.

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Francisco Hernández: De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios (XXIX)

Dos años después de tu zambullida en el Rin, la niña Clara
llegó a visitarte por última vez al manicomio de Endenich.
El atardecer rodeaba de angustia su cabello.
El aire tenía peso de vapor subterráneo.
Creyendo que era la más reciente composición de Brahms
le tendiste los brazos y te aferraste a ella con la serenidad
de quien ya no es dueño de sí.
Tus rasgos delataban escenas infantiles y alrededor todo
parecía sagrado.
Súbitamente aparecieron las convulsiones y el tono más alto
del delirio.
¿Te acuerdas? Veías a la niña Clara como a un cisne de velada
ternura, como a una estrella errante que se transfigura en gota
de cera al caer sobre un manto de muselina.
Ella, al adivinar la sed que te abrasaba, humedeció sus dedos
en vino y los llevó a tus labios para que recuperaras el
estado de gracia.
Antes de traspasar Las Puertas de Marfil o de Cuerno,
pronunciaste
tus últimas palabras: mi y conozco.
Querías decir mi Clara y que ya conocías el rostro de Dios,
que el rostro de la Nada.
La niña Clara salió a rogar por tu descanso y al volver,
supo que el espíritu había sido arrancado de tu cuerpo.
Te coronó de mirtos, se arrodilló ante la quietud que te
cubría con su arena finísima y pidió a los demonios
fortaleza para poder vivir sin ti.

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Francisco Hernández: En las trampas de los ojos

En las trampas de los ojos
el paisaje y su escritura verde,
la tierra y su amor calizo,
la luz y sus remolinos amarillos.

El tránsito hacia los escalofríos,
hacia el vestido recto de la noche,
hacia el agua embriagante de la cercanía.

La plenitud de tu flor abierta
en el espejo, de tu cintura encerrada entre mis manos,
de tus labios en el lugar común
de mi nombre completo.

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