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Félix María de Samaniego

Poemas de Félix María de Samaniego para leer.

El asno y el cochino: Poema de Félix María de Samaniego en español fácil de leer

Félix María de Samaniego: El asno infeliz

Yo conocí un Jumento
Que murió muy contento
Por creer, y no iba fuera de camino,
Que así cesaba su fatal destino.
Pero la adversa suerte
Aun después de su muerte
Le persiguió: dispuso que al difunto
Le arrancasen el cuero luego al punto
Para hacer tamboriles,
Y que en los regocijos pastoriles
Bailasen las zagalas en el prado,
Al son de su pellejo baqueteado.

Quien por su mala estrella es infelice,
Aun muerto lo será. Fedro lo dice.

Poemas cortosPoemas y poetas españoles

Félix María de Samaniego: El asno y Júpiter

«No sé cómo hay jumento
Que, teniendo un adarme de talento,
Quiera meterse a burro de hortelano.
Llevo a la plaza desde muy temprano
Cada día cien cargas de verdura,
Vuelvo con otras tantas de basura,
Y para minorar mi pesadumbre,
Un criado me azota por costumbre.
Mi vida es ésta; ¿qué será mi muerte,
Como no mude Júpiter mi suerte?»
Un Asno de este modo se quejaba.
El dios, que sus lamentos escuchaba,
Al dominio le entrega de un tejero.
«Esta vida, decía, no la quiero:
Del peso de las tejas oprimido,
Bien azotado, pero mal comido,
A Júpiter me voy con el empeño
De lograr nuevo dueño.»
Envióle a un curtidor; entonces dice:
«Aun con este amo soy más infelice.
Cargado de pellejos de difunto
Me hace correr sin sosegar un punto,
Para matarme sin llegar a viejo,
Y curtir al instante mi pellejo.»
Júpiter, por no oír tan largas quejas,
Se tapó lindamente las orejas,
Y a nadie escucha, desde el tal pollino,
Si le hablan de mudanza de destino.

Sólo en verso se encuentran los dichosos,
Que viven ni envidiados ni envidiosos.
La espada por feliz tiene al arado,
Como el remo a la pluma y al cayado;
Mas se tiene por míseros en suma
Remo, espada, cayado, esteva y pluma.
Pues ¿a qué estado el hombre llama bueno?
Al propio nunca; pero sí al ajeno.

Poemas y poetas españoles

Félix María de Samaniego: El asno y el lobo

Un Burro cojo vio que le seguía
Un Lobo cazador, y no pudiendo
Huir de su enemigo, le decía:
«Amigo Lobo, yo me estoy muriendo;
Me acaban por instantes los dolores
De este maldito pie de que cojeo;
Si yo no me valiese de herradores,
No me vería así como me veo.
Y pues fallezco, sé caritativo;
Sácame con los dientes este clavo,
Muera yo sin dolor tan excesivo,
Y cómeme después de cabo a rabo.»
«¡Oh! dijo el cazador con ironía,
Contando con la presa ya en la mano,
No solamente sé la anatomía,
Sino que soy perfecto cirujano.
El caso es para mí una patarata,
La operación no más que de un momento;
Alargue bien la pata,
Y no se me acobarde, buen Jumento.»
Con su estuche molar desenvainado
El nuevo profesor llega al doliente;
Mas éste le dispara de contado
Una coz que le deja sin un diente.
Escapa el cojo, pero el triste herido
Llorando se quedó su desventura.
«¡Ay infeliz de mí! bien merecido
El pago tengo de mi gran locura.
Yo siempre me llevé el mejor bocado
En mi oficio de Lobo carnicero;
Pues si puedo vivir tan regalado,
éA qué meterme ahora a curandero?»

Hablemos en razón: no tiene juicio
Quien deja el propio por ajeno oficio.

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Félix María de Samaniego: El asno y el perro

Un Perro y un Borrico caminaban,
Sirviendo a un mismo dueño;
Rendido éste del sueño,
Se tendió sobre el prado que pasaban.
El Borrico entretanto aprovechado
Descansa y pace; mas el Perro, hambriento,
«Bájate, le decía, buen jumento;
Pillaré de la alforja algún bocado.»
El Asno se le aparta como en chanza;
El Perro sigue al lado del Borrico,
Levantando las manos y el hocico,
Como perro de ciego cuando danza.
«No seas bobo, el Asno le decía;
Espera a que nuestro amo se despierte,
Y será de esta suerte
El hambre más, mejor la compañía.»
Desde el bosque entre tanto sale un lobo:
Pide el Asno favor al compañero;
En lugar de ladrar, el marrullero
Con fisga respondió: «No seas bobo;
Espera a que nuestro amo se despierte;
Que pues me aconsejaste la paciencia,
Yo la sabré tener en mi conciencia,
Al ver al lobo que te da la muerte.»

El Pollino murió, no hay que dudarlo;
Mas si resucitara
Corriendo el mundo a todos predicara:
Prestad auxilio si queréis hallarlo.

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Félix María de Samaniego: El asno y las ranas

Muy cargado de leña un burro viejo,
Triste armazón de huesos y pellejo,
Pensativo, según lo cabizbajo,
Caminaba llevando con trabajo
Su débil fuerza la pesada carga.
El paso tardo, la carrera larga,
Todo, al fin, contra el mísero se empeña,
El camino, los años y la leña.
Entra en una laguna el desdichado,
Queda profundamente empantanado.
Viéndose de aquel modo
Cubierto de agua y lodo,
Trocando lo sufrido en impaciente,
Contra el destino dijo neciamente
Expresiones ajenas de sus canas;
Mas las vecinas Ranas,
Al oír sus lamentos y quejidos,
Las unas se tapaban los oídos,
Las otras, que prudentes le escuchaban,
Reprendíanle así y aconsejaban:
«Aprenda el mal jumento
A tener sufrimiento;
Que entre las que habitamos la laguna
Ha de encontrar lección muy oportuna.
Por Júpiter estamos condenadas
A vivir sin remedio encenagadas
En agua detenida, lodo espeso,
Y a más de todo eso,
Aquí perpetuamente nos encierra,
Sin esperanza de correr la tierra,
Cruzar el anchuroso mar profundo,
Ni aun saber lo que pasa por el mundo.
Mas llevamos a bien nuestro destino;
Y así nos premia Júpiter divino,
Repartiendo entre todas cada día
La salud, el sustento y alegría.»

Es de suma importancia
Tener en los trabajos tolerancia;
Pues la impaciencia en la contraria suerte
Es un mal más amargo que la muerte.

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Félix María de Samaniego: El asno sesudo

Cierto Burro pacía
En la fresca y hermosa pradería
Con tanta paz como si aquella tierra
No fuese entonces teatro de la guerra.
Su dueño, que con miedo lo guardaba,
De centinela en la ribera estaba.
Divisa al enemigo en la llanura,
Baja, y al buen Borrico le conjura
Que huya precipitado.
El Asno, muy sesudo y reposado,
Empieza a andar a paso perezoso.
Impaciente su dueño y temeroso
Con el marcial ruido
De bélicas trompetas al oído,
Le exhorta con fervor a la carrera.
«¡Yo correr! dijo el Asno, bueno fuera;
Que llegue en hora buena Marte fiero;
Me rindo, y él me lleva prisionero.
¿Servir aquí o allí no es todo uno?
¿Me pondrán dos albardas? No, ninguno.
Pues nada pierdo, nada me acobarda;
Siempre seré un esclavo con albarda.»
No estuvo más en sí ni más entero
Que el buen Pollino Amiclas el Barquero,
Cuando en su humilde choza le despierta
César, con sus soldados a la puerta,
Para que a la Calabria los guiase.
¿Se podría encontrar quien no temblase
Entre los poderosos
De insultos militares horrorosos
De la guerra enemiga?
No hay sino la pobreza que consiga
Esta gran exención: de aquí le viene.

Nada teme perder quien nada tiene.

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Félix María de Samaniego: El asno vestido de león

Un Asno disfrazado
Con una grande piel de León andaba;
Por su temible aspecto casi estaba
Desierto el bosque, solitario el prado.
Pero quiso el destino
Que le llegase a ver desde el molino
La punta de una oreja el molinero.
Armado entonces de un garrote fiero,
Dale de palos, llévalo a su casa.
Divúlgase al contorno lo que pasa;
Llegan todos a ver en el instante
Al que habían temido León reinante;
Y haciendo mofa de su idea necia,
Quien más le respetó, más le desprecia.

Desde que oí del Asno contar esto
Dos ochavos apuesto,
Si es que Pedro Fernández no se deja
De andar con el disfraz del caballero,
A vueltas del vestido y el sombrero,
Que le han de ver la punta de la oreja.

Poemas y poetas españoles

Félix María de Samaniego: Batalla de las comadrejas y de los ratones

Vencidos los ratones,
Huían con presteza
De una atroz enemiga
Tropa de Comadrejas;
Marchaban con desorden,
Que cuando el miedo reina,
Es la confusión sola
El jefe que gobierna.
Llegaron presurosos
A sus angostas cuevas,
Logrando los soldados
Entrar a duras penas;
Pero los capitanes,
Que en las estrechas puertas
Quedaron atascados
Sin ninguna defensa,
A causa de unos cuernos
Puestos en las cabezas,
Para ser de sus tropas
vistos en la refriega,
Fueron las desdichadas
Víctimas de la guerra,
Haciendo de sus cuerpos
Pasto las Comadrejas.

¡Cuántas veces los hombres
Distinciones anhelan,
Y suelen ser la causa
De sus desdichas ellas!
Si Júpiter dispara
Sus rayos a la tierra
Antes que a las cabañas
A los palacios y a las torres llegan.

Poemas y poetas españoles

Félix María de Samaniego: El búho y el hombre

Vivía en un granero retirado
Un reverendo Búho, dedicado
A sus meditaciones,
Sin olvidar la caza de ratones.
Se dejaba ver poco, mas con arte:
Al Gran Turco imitaba en esta parte.
El dueño del granero
Por azar advirtió que en un madero
El pájaro nocturno
Con gravedad estaba taciturno.
El Hombre le miraba y se reía;
«¡Qué carita de pascua! le decía;
¿Puede haber más ridículo visaje?
Vaya, que eres un raro personaje.
¿Por qué no has de vivir alegremente
Con la pájara gente,
Seguir desde la aurora
A la turba canora
De jilgueros, calandrias, ruiseñores,
Por valles, fuentes, árboles y flores?»
«Piensas a lo vulgar, eres un necio,
Dijo el solemne Búho con desprecio;
Mira, mira, ignorante,
A la sabiduría en mi semblante:
Mi aspecto, mi silencio, mi retiro,
Aun yo mismo lo admiro.
Si rara vez me digno, como sabes,
De visitar la luz, todas las aves
Me siguen y rodean: desde luego
Mi mérito conocen, no lo niego.»
«¡Ah tonto presumido!,
El Hombre dijo así; ten entendido
Que las aves, muy lejos de admirarte,
Te siguen y rodean por burlarte.
De ignorante orgulloso te motejan,
Como yo a aquellos hombres que se alejan
Del trato de las gentes,
Y con extravagancias diferentes
Han llegado a doctores en la ciencia
De ser sabios no más que en la apariencia.»
De esta suerte de locos
Hay hombres como búhos, y no pocos.

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Félix María de Samaniego: El caballo y el ciervo

Perseguía un Caballo vengativo
A un Ciervo que le hizo leve ofensa;
Mas hallaba segura la defensa
En veloz carrera el fugitivo.
El vengador, perdida la esperanza
De alcanzarlo, y lograr así su intento,
Al hombre le pidió su valimiento
Para tomar del ofensor venganza.
Consiente el hombre, y el Caballo airado
Sale con su jinete a la campaña;
Corre con dirección, sigue con maña,
Y queda al fin del ofensor vengado.
Muéstrase al bienhechor agradecido;
Quiere marcharse libre de su peso;
Mas desde entonces mismo quedó preso,
Y eternamente al hombre sometido.

El Caballo que suelto y rozagante
En el frondoso bosque y prado ameno
Su libertad gozaba tan de lleno,
Padece sujeción desde ese instante.
Oprimido del yugo ara la tierra;
Pasa tal vez la vida más amarga;
Sufre la silla, freno, espuela, carga,
Y aguanta los horrores de la guerra.
En fin perdió la libertad amable
Por vengar una ofensa solamente.
Tales los frutos son que ciertamente
Produce la venganza detestable.

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Félix María de Samaniego: Las cabras y los chivos

Desde antaño en el mundo
Reina el vano deseo
De parecer iguales
A los grandes señores los plebeyos.
Las Cabras alcanzaron
Que Júpiter excelso
Les diese barba larga
Para su autoridad y su respeto.
Indignados los Chivos
De que su privilegio
Se extendiese a las Cabras,
Lampiñas con razón en aquel tiempo,
Sucedió la discordia
Y los amargos celos
A la paz octaviana
Con que fue gobernado el barbón pueblo.
Júpiter dijo entonces,
Acudiendo al remedio:
«¿Qué importa que las Cabras
Disfruten un adorno propio vuestro
Si es mayor ignominia
De su vano deseo,
Siempre que no igualaren
En fuerzas y valor a vuestro cuerpo?»

El mérito aparente
Es digno de desprecio;
La virtud solamente
Es del hombre el ornato verdadero.

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