Temas Poetas

Andrés Sánchez Robayna

Poemas de Andrés Sánchez Robayna para leer.

Andrés Sánchez Robayna: El libro tras la duna V

Cada día, una página
del desplegado libro de la luz
se entregaba a mis ojos. ¡Fulgurante blancura
pisada por los pasos del niño que corría
sobre los médanos solares!
Luego, sobre la hierba, restañaban
las heridas manantes.

Oh renacida claridad,
aprendí pronto a amar, cerca de los naranjos,
la pedrería de la luz, el sol
cortado por las hojas en la hierba,
multiplicados soles diminutos
en el agua sencilla, en el estanque
y en las claras acequias. Aprendía.

Poemas y poetas españoles

Andrés Sánchez Robayna: El libro tras la duna VI

Los pies desnudos en la tierra, sobre
las uvas para el vino de noviembre,
sobre las piedras del barranco seco,
sobre la luz y su deshacimiento.

El pie dejaba
su huella por los mundos, se manchaba
con el limo solar. En las acequias
se lavaba tan solo
para poder ser uno con el sol.

Pisaba el pie la luz.

El sol tenía
la anchura del pie humano.

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Andrés Sánchez Robayna: El libro tras la duna VII

El rumor de los árboles
y su texto infinito se escribían
con negros caracteres en el ojo
del sol. Y desde allí,
en remolino prieto, resbalaban
cayendo en la mirada como una fundición
de oro y hojas exactas
sobre el punto del iris.

Oh desasida claridad,
echado sobre el césped contemplaba
la avalancha solar, el aluvión
suave de nuestra luz
abrazando los mundos. Yo habitaba
en las torres del sol.

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Andrés Sánchez Robayna: El libro tras la duna VIII

¿Era Sirio o Capella, Vega o Pólux?

Cuántas veces la vi temblar, arriba,
tras las montañas que tomaba
la espesura nocturna, entre las hojas
vibrátiles de abril, o echado yo,
las manos en la nuca,
por la arena de agosto,
sobre la lenta duna que aún guardaba el calor,
y cuántas veces quise
penetrar por su nombre en el secreto
silabario del cielo,
y saber la palabra que escribían
las luminarias renacientes, claro
secreto escrito en el fulgor supremo,
en la curva estelar del cielo tembloroso.

Poemas y poetas españoles

Andrés Sánchez Robayna: El libro tras la duna X

Comenzaba a saber
(pero sólo del modo en que ignorarlo
es una forma de conocimiento)
que, al igual que el silencio
ha de ser una parte del decir, que al igual
que la visión del cielo
forma parte del cielo,
una nube interior, muy parecida
a la que fluye quieta en la mañana
hecha de transparencia entrecruzada,
se alza hasta la visión
de la nada que somos, y que es todo.
Y la visión del hombre
se llega a transformar en la experiencia
de esta nada que está en ninguna parte.
Es una nube. Sólo
años después sabría que su nombre,
entre otros nombres justos que la llaman
y el nombre conseguido de los nombres,
es la nube clarísima
del no saber, la nube
interna del amor
y la contemplación. Es una nube
oscura y clara a un tiempo,
hecha de cegadora oscuridad.

Por este tiempo comencé a sentir
la sombra de esa nube
ante mí, precediendo
a menudo mis pasos,
y seguirla fue a veces
un acto de inocencia.
Era sólo una sombra, y ya sentía
su potestad, con todo.
Aquella nube, aquella
sombra del no saber era un saber.

Poemas y poetas españoles

Andrés Sánchez Robayna: La luz

La luz (un paso
maduro)

sobre la arena y su himno oído

cae

en las líneas del mar la puntuación de pájaros entre pirámides
de arena los ojos leen los márgenes heridos ya no hay pájaros
página pirámides que el sol levanta hacia la nada

sobre la luz leída

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Andrés Sánchez Robayna: Mesa y naranjas

las líneas de la mesa
interrumpidas por naranjas

dispuestas en un plano
sobre la luz del cuarto blanco

abajo el mar se tiende
bajo la mano de los elipses

la luz inunda el cuarto
y las naranjas se acumulan

sobre la luz que entra
y que se tiende en la blancura

de este cuarto y el plano
de las naranjas y la mesa

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Andrés Sánchez Robayna: Las nubes

Pasan las nubes blancas. En la tierra
indescifrable, el matorral oscuro,
la fijeza del tojo. Arriba, el cuerpo errante
del cúmulo en el nudo de la luz.

Pasar, como las nubes,
los cielos arrasados del verano tardío,
atravesar la claridad, herido,
en los ojos dolor, un cardo entre las manos.

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Andrés Sánchez Robayna: Paréntesis

los pasos que se oían en la grava
avanzaban a ras del mediodía

hacia los setos invisibles iba
la sombra entre las manchas de los pétalos

rojos sobre la grava negra rojo
oscuro de los pétalos echados

sobre la grava negra y aquel árbol
y aquella luz querían decir algo

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Andrés Sánchez Robayna: Una piedra, memoria

Adónde, dices
ahora, aquellos pasos
por lo desconocido, en la primera soledad.

Latitud de las parras, allá lejos.

El sol final abría su costado remoto
sobre las piedras, en las hojas,
en un último sueño, el final del verano.
Atardecía,
era otra tierra, acaso más oscura,
la tierra roja, sí,
como si algún rescoldo del origen
aún respirase en ella,
más allá, al fin de toda impermanencia,
como a lo lejos.

Arcana luz,
suspensión de los soles sobre los platanares.

Era
cuanto de cierto ardía en lo invisible.
Era sólo la luz,
como vacía, y como si alcanzase
a ver su arder oscuro
en los helechos, en el cielo,
sobre la tierra. Luego,
volver de allá, sobre los mismos pasos,
pero ya, lo sabía, irrepetibles.
La casa
fue siempre cosa de la luz.
Desde aquel día supo de la sombra, o su signo.
Allá quedó, sobre una piedra,
inscrita en lo remoto, bajo la luz herida,
una señal para el verano, el fin, junto a las parras,
el fin que era un origen,
A., septiembre, los soles, sobre una piedra extrema.

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Andrés Sánchez Robayna: Las primeras lluvias

La tierra de que hablo, hacia noviembre,
conoce el viento. Llega, desde el este,
hasta los arenales como un ave sedienta,
soplas las aguas negras. Esta noche
removió los postigos mal calzados
y agitó la palmera. En los cristales
chillaba como un pájaro perdido.

Dibujará en la grava algún signo remoto,
y veré casi al alba las huellas del fragor
sobre los restos del volcán, el naufragio nocturno.
Será un signo de nuestra vida, un eco,
ya inerte, de la tromba del cielo, que ignoramos,
querré leer en él, y será como unir,
nuevamente, las hojas resecas para un fuego.

¿Qué nos aguarda, puro, en el estruendo,
en el pico del ave enhebrando los mundos
de cuanto conocemos e ignoramos? Seguimos
recogiendo las hojas, y veremos
en la rama quebrada una imagen posible
del estertor del cielo, anoche, entre las nubes
aún grises a esta hora temblorosa.

Nada, ni tan siquiera el viento que rompía,
de madrugada, contra los postigos,
contra la grava, oscuro contra oscuro remoto,
podrá decir el signo, en la ignorancia.
Saber de un no saber, ni siquiera el sentido
de la ignorancia, ahora que las gotas resbalan
sobre el cristal, sobre la transparencia.

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Andrés Sánchez Robayna: La retama

retama
tú que
yaces sobre
páramos

de viento y
matas
y sol
lento

dime tu
solo
ápice
blanco
pico
de soledad

adamada
retama

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