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Andrés Sánchez Robayna

Poemas de Andrés Sánchez Robayna para leer.

Andrés Sánchez Robayna: La abubilla

En la hierba del cielo, o de los mundos,
el animal levanta el vuelo breve,
la cabeza incendiada, el cuerpo astuto,
la cresta reflejada por los charcos del tiempo.

Lo vi en días de luz que no regresa,
pero un niño regresa. Un niño, ahora,
cuida su pata herida junto a una casa blanca,
en el tiempo sin tiempo y en el no de la luz.

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Más allá de los árboles: Poema de Andrés Sánchez Robayna en español fácil de leer

Andrés Sánchez Robayna: Deseo de verano

El verano alumbró las laderas de nuevo,
con otro sol más puro cegó las hondonadas,
incendió la morera. Sobre el torso del día
dejó sus secos signos, el fuego material.

Ave, sobre la tierra desnuda del verano,
muestra tu sombra breve. En el aire callado,
o en el solo susurro de incesantes abejas,
enséñanos tu vuelo contra la eteridad.

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Andrés Sánchez Robayna: El durmiente que oyó la más difusa música

Las delicadas espaldas del sueño
remontan rojas el oceano,

nubes de densidad calurosa
al extemo del día abovedado,

el mar en esta brisa de verano.
La más difusa música, en el sueño,

la visión más intensa,
las olas prolongadas y el sol y los pinos

giran con esas olas y ese aire que él sueña.
Las nubes son su espalda.

Ni el sol ni la mañana serán ya que para él
un sol o una mañana o un azul ilusorios.

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La estrella: Poema de Andrés Sánchez Robayna en español fácil de leer

Andrés Sánchez Robayna: Fluye, fluye sin fin

Fluye, fluye sin fin, oh tejido invasor, oh red que ciernes. Fluye secamente de toda ausencia oscura. Fluid, rayos extensos, sobre los arenales. Salid densamente de la ausencia, sed, ahí, llamas en el trono del ojo. Oigo como un murmullo en las dunas del fondom y aún no hay hojas ni pasos ni pensamientos en los pasajes del espacio sediento. Que venga rumor de fibras y de lacas en la hora altiva sobre los médanos. Ahí están los maderos, los corchos y las planchas de cobre bajo el cielo segmentado y rodante, y las olas, y el polvo; también ellos te aguardan. Da, luz, tu paso entero. Llégate hasta la lengua que jadea. Sé el agua de esta nada.

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Una hoguera, y el centro de la muerte: Poema de Andrés Sánchez Robayna en español fácil de leer

Andrés Sánchez Robayna: El libro tras la duna I

Ahora,
en la mañana oscura del desceñido octubre,
en que, umbroso y en calma, yace el mar
entregado a la pura aquiescencia del cielo,
al deslizarse de las nubes blancas
que un gris ya casi mineral golpea,
marmóreo, dilatado,
ahora,
mientras el tiempo gira
a punto de ser siempre alumbramiento,
sin dar a luz más que el instante cierto
y siempre tembloroso,
y damos vueltas en su vientre ciego,
y entrega solamente
un puñado de arena
que vemos escurrirse entre las manos,
mientras un niño juega,
después de echar los dados,
ahora,
sólo ahora,
el comienzo
comienza.

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Andrés Sánchez Robayna: El libro tras la duna II

Todo comienzo es ilusorio.
Todo comienzo es sólo un enlazarse
del principio y del fin en la cadena
del tiempo, es el instante
en que creímos ver el nacimiento
y el nacimiento es sólo un acto
de lo incesantemente renacido
—es decir, estas líneas semejan un comienzo
pero el comienzo surge a cada instante,
como la lluvia que esta tarde
vi caer sobre el mar
y esta tarde es tan solo una tarde del tiempo que renace
en un eterno recomienzo
y la lluvia y la tarde se han hundido en el tiempo
en el que ruedan siempre las nubes agolpadas
sobre los mármoles celestes

y la línea inicial es un comienzo
y la línea final será un comienzo.

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Andrés Sánchez Robayna: El libro tras la duna III

Allí, en aquella parte
del libro que se abre
de la memoria mía, oigo
un rumor de arboledas, un barranco interpuesto
entre laderas altas en las que recorría
las piedras, las veredas,
la tarde en la que, solo, me alejé de la casa
y grabé en una piedra,
bajo los cielos cómplices,
la inicial de mi nombre
para dejar señal
del nombre y su secreto.

Y los cielos copiaban
el color de la tierra.

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Andrés Sánchez Robayna: El libro tras la duna IV

Me seguía un perrillo
hambriento y fiel. Yo era
fiel también a sus pasos, y no sabría decir,
ahora, quién seguía
a quién. Y exploraba con mi hermana,
o con algún amigo, y muchas veces solo,
los pasajes del fuego sediento, el verano
en las bellas laderas, o los felices charcos
del otoño insular. En lo más alto
de los árboles hice un mirador
sobre la casa y sobre los caminos
que hasta ella llevaban, la camisa
manchada por el níspero de julio
y con tierra en las manos, descalzo
sobre la tierra húmeda y rojiza.

¿Podré decir, así, que el cielo
como manto allá arriba protegía
con su extendida claridad mis pasos?
Amada tierra de esplendor, cavé
desde entonces en ti, y en ti me acogerás.

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Andrés Sánchez Robayna: El libro tras la duna IX

Rosa carnal del risco, oscuro nudo
de pétalos que abrazan los soles y las lunas
y los aires que soplan desde el mar atezado,
animal que reposa: mira pasar a un niño.

Tú que fuiste mirada y que gobiernas
las horas y los días y las noches
en lo invisible que renace, mira
a un niño abandonar tu paraje aterido.

Míralo despoblar tu reino absorto,
dejar tu compañía para siempre,
el grácil contubernio. Un niño deja
el exento país entre el gorrión y el góngaro.

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