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Ana Istarú

Poemas de Ana Istarú para leer.

Ana Istarú: Ábrete sexo

Ábrete sexo
como una flor que accede,
descorre las aldabas de tu ermita,
deja escapar
al nadador transido,
desiste, no retengas
sus frágiles cabriolas,
ábrete con arrojo,
como un balcón que emerge
y ostenta sobre el aire sus geranios.
Desenfunda,
oh poza de penumbra, tu misterio.
No detengas su viaje al navegante.
No importa que su adiós
te hiera como cierzo,
como rayo de hielo que en la pelvis
aloja sus astillas.
Ábrete sexo,
hazte cascada,
olvida tu tristeza.
Deja partir al niño
que vive en tu entresueño.
Abre gallardamente
tus cálidas compuertas
a este copo de mieles,
a este animal que tiembla
como un jirón de viento,
a este fruto rugoso
que va a hundirse en la luz con arrebato,
a buscar como un ciervo con los ojos cerrados
los pezones del aire, los dos senos del día.

Poemas y poetas costarricenses

Ana Istarú: Nos acordaremos todos

lo que duele es aquí
y es de maíz cascado
pienso en mi madre que tenía una banderita
pasó por esta casa fulgurante
pasó por esta espléndida
casa fulgurante
flamante refulgente
con maldita sea
los ramos de heliotropo
la pascuita
árboles bordados pájaros varios peces pericos
los pájaros frutales
el gato sucumbiendo a la pasión
(a las pasiones varias: pájaros peces)
un amor de veraneras mal disimulado
mi primer ramo de novios aromosos
ese beso del cual nunca pienso sanar
pasó pues por esta casa
y hacía de carrusel
de servilleta
de pajarito blanco
de puñetero Niño Dios
era de azúcar
tocaba el té con la falange pequeñita
yo sí me acuerdo
me parece refulgirme refulgente todavía
remojando el corazón en los granitos
yo sí me acuerdo aunque todos se olviden
e insistan cortésmente en que total ya se murió
-nadie se ofenda me refiero únicamente
a sus seres más queridos-
yo sí me acuerdo
y si es necesario
yo por siempre jamás me acordaremos todos
pasó por esta casa
y yo soy el testigo:
toque este hueco
que dejó mi corazón
en su tumba se agolpa un éxtasis de abejas
nos acordaremos todos
aquí es lo me duele
y un carrusel de azúcar siempre nunca jamás

Poemas y poetas costarricenses

Ana Istarú: Ahora que el amor

Ahora que el amor
es una extraña costumbre,
extinta especie
de la que hablan
documentos antiguos,
y se censura el oficio desusado
de la entrega;
ahora que el vientre
olvidó engendrar hijos,
y el tobillo su gracia
y el pezón su promesa feliz
de miel y esencia;
ahora que la carne se anuda
y se desnuda,
anda y revolotea
sobre la carne buena
sin dejar perfumes, semilla,
batallas victoriosas,
y recogiendo en cambio
redondas cosechas;
ahora que es vedada la ternura,
modalidad perdida de las abuelas,
que extravió la caricia
su avena generosa;
ahora que la piel
de las paredes se palpan
varón y mujer
sin alcanzar el mirto,
la brasa estremecida,
ardo sencillamente,
encinta y embriagada.
Rescato la palabra primera
del útero,
y clásica y extravagante
emprendo la tarea
de despojarme.
Y amo.

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Ana Istarú: AlgÚn dÍa

Algún día
algún misterioso día húmedo
me volcaré en mí misma para siempre,
y no podrá nadie llamarme
por mi nombre,
porque seré un encierro de paz,
único y eterno.
Algún día húmedo,
con el sello infinito de dos palabras:
no volveré.
Y la vida abierta y dolorosa
bajará rodando por las gradas.

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Alumbramiento: Poema de Ana Istarú en español fácil de leer

Ana Istarú: AnunciaciÓn

¿Y este baño de nieve?
¿Y este aserrín de almendra en los pezones?
Y en mis regiones lunares,
¿por qué esta Pócima lenta de tu boca
volcada como aceite,
saliva somnolienta?
¿Cuáles palabras, cuáles,
me has puesto sobre el sexo?
Navegan hacia un cielo
mis dos muslos sonámbulos,
y en tan tierno declive
un ramillete helado de fresquísimos berros
deslizas del tobillo hacia mi gozne.
¿Y este aroma viril, sus estrellas saladas?
¿Cuáles palabras, cuáles,
escozor de jengibre
de tu barba crecida, entre mi sexo?
¿Cuántos besos has puesto
sobre esta ventanita?
Adiós. No escribes más
con tus húmedos dedos.
¿Qué cosa has dicho? Un algo,
un ya no supe cuál de anunciación.
Te has puesto la bufanda. ¿De dónde viaja a ti
toda la luz?
Adiós dardo bellísimo del sol.
Te yergues todavía. Te estás por ir.
Devuelves hacia el lecho
esa boca sanguínea
y alcanzas con el borde de tu lengua
las cimas de mis senos,
sus morenos torreones de azúcar diminutos.
Abro los ojos. ¿Dónde
miro pasar volando
un abrigo raído?
¿Por qué, como la nieve, en el tejado?
Un dios se mueve en mí.
Adiós, arcángel.

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Ana Istarú: Tu boca

Tu boca vela de roja nervadura
para mi sed ruidosa dame
tu fuego
enervada frambuesa de tu encía
boca donde desgarrar
este grito desgreñado
donde terriblemente muerto así
ya nunca más la roja
sed encarnadísima
frambuesa y rocío espeso
tu saliva
luz distraída que se alojó en tu boca
dame espada de duro clavel
tu dentadura
para esta fiebre con su lanza
sobre mi lengua desiertos que ha fundado
su ácido encaje señora lenta
arráncame este borde cárdeno
la garra furibunda de la melancolía
para tu boca vuelo yo y la hoguera
hundir las estrellas apretadas
entre tu boca cristal sin juicio
traigo a beber el mar
dame esta granda irreprochable
un tesón de mediodías sobre tu labio menor
toda ternura tocó este nido
el anís el verano
para mi roja
dame
porque la sed
mis senos dos tigres de bengala dos
desquiciados pelícanos en llamas
hasta tu boca norte
tu boca boca bodega del cielo
al galope
que tu relámpago azul
bebo la luz.

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Ana Istarú: Carta del don

La carta, la jadeante,
me acuclilló en el charco rosicler
del corazón.

La carta
se humedece las manos,
sacude mi frente el lebrel de la agonía.

Yo te bendigo, dice
y hunde su lengua de papel
entre mis belfos helados.

Me vuelca sobre el suelo, sudorosa
y sopla
con letras negras: yo te bendigo,

brindo
por este vaso de tu preñez.
La carta dice cosas a mi cuerpo
y es como un beso largo que me incita a llorar.

Recompone
su corona de hierbas.
Hunde su dedo índice
en mi vientre de paño,
donde mi embrión refulge
como el grano de la luz.

La carta se marcha
como los dioses griegos.

Deja tirada a una mujer
a merced de los lobos
dorados de su dicha
sin saber si cantar,
si romper en el aire
el rosetón de vidrio de su risa.
Está propensa al llanto.

La carta
deja tirada a una mujer que lame
su péndulo de luces
contra la oscuridad.

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Ana Istarú: Cuando me saquen

Cuando me saquen del pozo
no me invoques, amor mío,
que mis dos pechos serán
blancas rodajas del frío.

Cuando del pozo me saquen
con coronas de rocío
mal puesta tendré la boca
para tu beso, amor mío.

Que mi vuelo de ventisca
desde mi cuello partido
me ha de robar del balcón
dándome el pozo por nido.

Así no me hables terrible,
ojo arisco, labio arisco:
cuando me llames al lecho,
mi lecho el pozo, amor mío.

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Ana Istarú: Cuánta extensa devoción

Cuánta extensa devoción
que he esgrimido.
Cuánta cruzada fervorosa.
La desnudez de labios
que atravesó mi historia.
Los nombres de varón
que bebo y que desviven
como efímeros derrumbes.
Cuánta fatiga y la fatiga
y la pasión que olvida dar sus señas.
Y así extraviada
adolescentemente
entre tanta ternura que escalara mi cuerpo
y cuerpos que ay nunca escalaron mi ternura.
Cuánto ejercer la entrega,
mi ocupación de amante,
para arribar a vos,
César Manuel,
cierre de rutas
último y preciso
donde convergen los bordes del verano.
Para arribar a vos,
para escribir al fin
y arrancarme la desdicha
este mi sereno,
mi esperadísimo
y final
primer poema de amor.

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Ana Istarú: Al dolor del parto

Hola dolor, bailemos.
Serás mi amante breve
en este día.

Tu sirena de barco,
tus anillos sonoros en mi boca:
ya lo sé.

Oh bestia de Jehová,
muerdes a quemarropa.
Hola dolor.
Bailemos, qué más da.

Ya te miraré arder, rabioso,
solo en tu ronda.

Y yo botando espuma por los pechos,
gozando al reyezuelo,
oliendo el grito de oro
del niño que parí.

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Ana Istarú: De dónde has llegado

De dónde has llegado,
hombre dormido.
Qué nube te vertió,
qué carabela.
Quién te autoriza a este derrame
de nenúfares,
quién deslizó en tu tez
el pájaro de plata.
Te posas en mi lecho con descuido:
eres un ángel olvidado
dentro de un camarote.
Yo no comprendo este hombre
tan extenso.
No puedo ya dormir: mi sábana
se empeña en ser un viento alisio,
la flor de lavanda.
Mi almohada, que retoma
su viaje de gaviotas.
Mis antiguos zapatos, dos erizos.
Y este hombre pequeñito,
desnudo sin siquiera una gardenia.
Por qué mi mano vuela
a su incauta porcelana,
a su carne de membrillos.
Qué contratiempo.
Qué miraré otra vez ya nunca
si solo puedo mirar mi visistante.
De dónde vino la zarza de tu ceja,
los dos puntos de cobre de tu tórax.
Qué pana buscaré,
si no tu vello.
Qué vaso, qué beso,
qué ribera sin tu boca,
hombre dormido.
Qué pan de oro
sin tu sueño.

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