Poemas de Alejandro Aura para leer.
Sobre el poeta Alejandro Aura [occultar]
Alejandro Aura (1944-2008) fue una figura clave en la escena cultural mexicana del siglo XX, un periodo marcado por la efervescencia artística y la transformación social. Su obra y su vida estuvieron profundamente ligadas a los espacios bohemios de la capital, donde la poesía, el teatro y la música se entrelazaban.
Aura vivió en una época de cambios profundos en México, desde el movimiento estudiantil de 1968 hasta la apertura democrática de finales del siglo XX. Fue testigo y partícipe de la lucha por la libertad de expresión y la renovación de las artes. Su generación, influenciada por el existencialismo y la contracultura, buscaba romper con las convenciones literarias establecidas.
Aura no solo fue poeta, sino también actor, dramaturgo y animador cultural. Formó parte de grupos como "Los Pinos", un colectivo de artistas que promovía la poesía en espacios no tradicionales, como bares y plazas públicas. También colaboró con el movimiento "Poesía en Voz Alta", que buscaba llevar la lírica a un público más amplio a través de recitales y performances.
Alejandro Aura era un habitué de los cafés y cantinas del centro de la Ciudad de México, donde compartía sus versos y discutía de arte hasta altas horas de la noche. Le encantaba organizar tertulias literarias y recitales improvisados, convirtiendo estos espacios en verdaderos santuarios de la creatividad.
Entre sus poemas más celebrados se encuentran:
Su legado sigue vivo en la memoria de quienes aman la poesía hecha con pasión y autenticidad.
Ya entiendo:
la ciudad vivirá más que yo
que la he amado.
Allá ella,
abandonada.
Su corazón será
un inmenso cacto,
cubierto de primores
y de muertos.
5
Sin embargo me iré a hacer otras ciudades;
por un leve tiempo dejarás de importarme;
aunque me vaya te estaré haciendo falta.
Olvidaré por completo
tus complicados números de teléfono,
tus direcciones
cada vez más inaccesibles y lejanas,
no pensaré en ir a tal o cual cine,
a tal o cual mercado, parque, paseo,
monumento, galería, oficina;
todo será nuevo:
calles desechables, casas de papel,
tiendas de una sola vez, platillos imposibles,
rutas de autobuses que corren
nada más sobre el papel de un plano.
Me sentiré feliz como una flecha suelta,
hasta que alguna cosilla accidental en la memoria
me haga pegar de nuevo un grito de dolor
y me clave otra vez en tu pecho,
y para siempre.
8
El resto de la aurora
no caerá de mi mano,
lo aseguro,
mas tampoco el frío impredecible
que me dejó temblando
perdurará.
Acepto la derrota
pero que la ciudad
acepte también
que la he vencido.
Allá hace un pájaro sus ruidos
siempre lejos
y cerca del oído
allá debe de estar
de allá viene el sonido
hacia allá va toda
la alegría
de esta pájara mía.
Poemas cortosPoemas y poetas mexicanos
Amplio,
como el más amplio amor
es el espacio
donde las montañas
dan de sí su cuerpo elaborado;
sobre uno de estos senos de la tierra
pone su mano el sol
y se levanta.
Poemas cortosPoemas y poetas mexicanos
¡Malhayan el desprestigio y el prestigio!
Si sólo venimos a morir sobre la tierra,
sobre la flor,
sobre las flores de la tierra,
déjenme arder
auque sea
en la realidad olímpica y eterna de los sueños.
Poemas cortosPoemas y poetas mexicanos
Ay la rosa
fragante de
mi corazón
despedazada
por el amor
de la
ciudad,
amortajada
en humo,
desodorizada
ay la rosa.
Poemas cortosPoemas y poetas mexicanos
La golondrina es animal corriente,
es obvia su semejanza con el torso de una mujer flaca
aullando en la cama de los árboles; tocan sus plumas
más ocultas las ramas con el viento;
es obvia su semejanza
con sus piernas, sus caderas (la línea),
quizás un velo para tapar honestamente,
aladamente,
el pubis de la golondrina.
Sólo para anunciar la lluvia viene,
vuela haciendo grumos en la tierra como en el asfalto,
porque no tiene prejuicios la naturaleza;
abundadora de las fuentes del canto,
acrecentadora del agua de las cacerolas,
extirpadora de los dineros del mar mal llevado a esta gruta
de dolorosa entraña,
golondrina;
pero insisto,
la golondrina es animal corriente;
no de las vigas del techo hizo su nido sino
para estar atenta al doblez de nuestras horas lúbricas;
espeso es el rayo de la luz
que queda entre nosotros y la golondrina
cuando estamos desnudos ella y yo,
esta pájara y yo,
esperando a que caigan las primeras gotas
para romper todo hechizo de elegancia
y partir soeces
a otra soledad
más
refinada.
IV
Me arde la piel,
soy más hachón
que hombre
un metro
setentaiséis centímetros
de lumbre
con la cresta blanqueando
enrojecida:
ya no tengo remedio;
ardo
en la Ciudad de México.
V
Eran líquidos mis pies
y eran líquidas mis manos
y todo de agua me vi.
Desesperado una vez
- que sed, señores hermanos -
toda el agua me bebí.
Poemas cortosPoemas y poetas mexicanos
Tres:
Alguien dejó una flor de papel sobre mi mesa,
es linda y morada y verde, gracias.
Esperé una flor toda la vida,
y hoy, martes raspado de melancolía,
no sé de dónde, me ha llegado.
Pinche florecita de papel,
te quiero.
Cuatro:
De las horas más muertas que tenía
tú me sacaste al mundo
y me pusiste a cantar.
Cinco:
No tú dijiste nada
sino tu pelo y tus uñas y tus besos.
Por eso, pequeñita,
platito de arroz,
mientras mi corazón estaba seco
me levanté contento
a quererte con los pies y con las manos,
me levanté otra vez sonando mis tambores.
Dirás que no
pero hoy me levanté a quererte
y a que tú me quieras.
Que la ciudad sea principio y fin
porque no hay soplo
que la hurte de su sitio;
cimiento la sangre de quienes la habitaron
modulando su espeso fundamento.
Óyeme decir que no me iré.
Que parta el solitario
y se hunda en el viento
entre los pájaros perdidos;
que parta el hombre común de cara lisa
que todavía cree en la salvación
y el robusto padre de familia
que busca dominar al sol.
Óyeme a mí decir que no me iré.
La ciudad se morirá conmigo,
yo estaré en su fundamento.
Viene el conquistador;
en la sedienta casa de su corazón
la muerte vierte ríos;
con millares de hachones de cabellos incendiados
aluza el hombre de la soledad sus compañías;
son actos universales sus palabras.
Todo pase a la muerte, dice,
todo lugar y toda gente
que no tenga algo de mi nombre,
menos las casas de Píndaro, el poeta.