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Vicente Gerbasi

Vicente Gerbasi

Venezuela: 1913-1992

Poemas de Vicente Gerbasi para leer.

Canto XI: Poema de Vicente Gerbasi en español fácil de leer

Vicente Gerbasi: Canto XII

Siempre te encuentro, oigo tu voz,
en mi hora más secreta, cuando refulgen las gemas del alma,
como heridas por la luz de los sentidos,
cuando el tiempo me convoca a los acordes del día,
y enciende en torno a mi ser flores silvestres;
cuando la noche viene impulsando colores densos por el cielo,
como batallas del paraíso o anunciaciones sagradas;
cuando el campo se lamenta en sus animales;
cuando la madre llora y sobre su cabeza
la noche derrama su pesadumbre y el querer estar a solas;
cuando siento entrar por la ventana,
a la quieta soledad de la tristeza,
el aire de los árboles cercanos.
Tu vida y tu muerte, tuyas para siempre,
como es para sí el niño que se ahoga en un pozo perdido,
en mí se juntan y me difunden en la tierra,
en ese instante que se detiene iluminando la memoria,
igual al relámpago que enciende un horizonte sagrado,
en el momento en que el día y la noche se juntan,
plenos de profundidades de lo eterno,
en una densa agitación de oscuros caballos celestes
que se agigantan para el engendro de un poderoso enigma,
sobre las montañas, sobre las ciudades
y las frentes pensativas.
Padre de mi soledad.
Y de mi poesía.

Poemas y poetas venezolanos

Vicente Gerbasi: Canto XIII

¿Quién me llama, quién me enciende ojos de leopardos
en la noche de los tamarindos?
Callan las guitarras al soplo misterioso de la muerte,
y las voces callan, y sólo los niños aún no pueden descansar.
Ellos son los habitantes de la noche,
cuando el silencio se difunde en las estrellas,
y el animal doméstico se mueve por los corredores,
y los pájaros nocturnos visitan la iglesia de la aldea,
por donde pasan todos los muertos,
donde moran santos ensangrentados.
Por las sombras corren caballos sin cabeza,
y las arenas de la calle van hasta el confín,
donde el espanto reúne sus animales de fuego.
Y es la noche que ampara la existencia a solas,
en el niño insomne, en el buey cansado,
en el insecto que se defiende en la hojarasca,
en la curva de las colinas, en los resplandores
de las rocas y los helechos frente a los astros,
en el misterio en que te escucho
como una vasta soledad de mi corazón.
Padre mío, padre de mis sombras.
Y de mi poesía.

Poemas y poetas venezolanos

Vicente Gerbasi: Canto XIV

Áspero cuero de tigre,
estrellada lentitud de arqueado lomo,
fuerte cabeza insomne,
dientes detenidos en la sombra.
Un viento vegetal lame las peñas,
húmedas lumbres vagan por el río,
y tensos pasos hunden
las flores de la noche en la memoria.

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Canto XIX: Poema de Vicente Gerbasi en español fácil de leer

Vicente Gerbasi: Canto XV

Sí, la noche sostenida en las grandes hojas espesas,
en las lianas que bajan hasta las aguas negras,
como lentas serpientes encantadas por los brujos,
en los brillos que huyen como soplos azules,
dando un temblor fugaz a las ocultas flores,
te dio el secreto antiguo de mi ardorosa tierra.
Tocaste las raíces, las piedras y las frutas,
abrazaste los árboles, corriste por pantanos,
penetraste en las cuevas, heriste el armadillo,
que semeja un cruzado de bruñidas corazas,
perdido en la penumbra de la selva y el río.
Viste las madrugadas de las lluvias calientes
y oíste el murmurar de árboles y animales,
ese reclamo eterno de la tierra en la noche
que a veces llora y grita y ronca en la pantera.
Y viste el estallido de las grandes semillas,
y el nacer de la hoja y el abrir de la flor.
Y hablaste, circundado por venados atónitos:
«¡Ampárame, oh tierra maravillosa!
Yo me estaré contigo adorando tus peñas
que en la penumbra tienen rostros de nuevos dioses.
Yo vengo de los puertos, de las casas oscuras,
donde el viento de enero destruye niños pobres,
donde el pan ha dejado de ser para los hombres.
Yo vengo de la guerra, del llanto y de la cruz.
¡Ampárame, oh tierra maravillosa!»

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Canto XVI: Poema de Vicente Gerbasi en español fácil de leer

Vicente Gerbasi: Canto XVII

Ahí te acogían, y ahí estaba tu noche.
Tú venías, venías con tu vida y tus recuerdos,
con tu voz y tus pequeños papeles amarillos,
con tu alegría y tus angustias,
pero nadie sabía de dónde venías.
Sonaban las guitarras en la sombra de tu corazón,
y había aguardiente en conchas de fuertes frutas,
el aguardiente que incendia las venas
con forma de relámpago sobre un turbio galopar de caballos.
Y el joropo en el arpa te agitaba una nueva melodía,
y había una nueva tristeza para ti, y una nueva alegría.
Aquella gente era tu gente.
Un día te ibas con ella en el fragor de una guerra civil.

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Vicente Gerbasi: Canto XVIII

Llegaba el día del agua verde,
espesa como un lienzo oscuro con flores.
El agua estancada con gérmenes de fiebre,
el agua solitaria, perdida, abandonada,
donde la garza inmóvil se mira en su tristeza.
Y era el día sin pan, el día sin respuesta.
El día de los campesinos muertos sobre la yerba reseca.
Y tu vida era de nuevo un regresar,
un regresar hacia días y noches,
hacia el sitio que buscabas en tu desesperación.

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Canto XX: Poema de Vicente Gerbasi en español fácil de leer

Vicente Gerbasi: Canto XXI

Y siempre fue un nuevo regresar,
un lento aproximarse de la noche,
un duro avanzar de la existencia,
un recobrarse a solas, un decirle a las sombras:
«Esperad, esperad al hombre.
No le rechacéis, guardadle bien, que es vuestro hijo...».
Suave lumbre de oro iluminaba tus tardes,
y árboles redondos iban basta el confín,
hacia brumas azules con reflejos ardientes,
hacia el confín del toro y la nube de fuego.
Era la tierra roja, con peñas, con tardones,
donde crece el tabaco
de blancas flores como pequeños cálices.
Dos mujeres había, dos mujeres junto al pilón.
Había brisa caliente y las dos pilaban con los mazos del pilón.
Pilaban el maíz para el pan,
como si tocaran un tambor,
un gran tambor,
en la tarde de tu inflamado corazón.
Temblaban sus pechos al golpe del pilón,
y la brisa removía sus negras y ondulantes cabelleras,
y levantaba las flores de su falda
y ellas reían, reían, entre los golpes del pilón,
reían hasta la noche,
donde los venados corren por un delirio de oro.

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Vicente Gerbasi: Canto XXII

¿Habías visto, acaso, cómo ardía la soledad de tu sangre,
en medio del ancho mundo con océanos, llanuras y montañas?
¿Cuál era tu angustia, y tu afán y tu oscuro descontento?
¿No sabías, acaso, que deambulabas en tu propio drama,
con tus harapos incendiados, huyendo a través de las sombras,
con tu boca, tus manos y tus sienes en el fuego,
en la sombra, en la soledad, en la existencia,
como aquel que se debate en su sueño anónimo y sombrío?
Había una hora en las tabernas para ti,
junto al marinero, y al beodo, y al abandonado, y al triste,
y junto a la prostituta
que lucha con su corazón y sus recuerdos,
y quiebra copas contra los muros del mundo,
y ríe y canta, y ríe en la tristeza,
y siempre ama con su extraño corazón.
Y había una hora a la sombra de un gran ceibo para ti.
Y había una hora que no era de ningún sitio para ti.
Tú eras un hijo de la tierra,
moviéndote en la tierra, en las ciudades,
en los campos, hundido en tus solitarios recuerdos,
bajo los vientos que barren los anchos arenales del crepúsculo.

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