Poemas de Teresa Palazzo Conti para leer.
Mis zapatos rotosos
hoy andan por la casa
explorando
una estela de su euforia.
En cada cosa
hay puntos vigilantes
y un olor a presencia
desgastada.
Yo sé que volverá
con dureza en las manos
y en los ojos,
un tributo de estrellas.
Buscará otras fronteras
donde agotar caminos.
Será más alto el eje
de su cuerpo fibroso.
Pero la nieve honda
ya habrá helado
las líneas taciturnas
de mi armazón que sangra.
Mi talle aún de pie,
velará macilento
las remotas antorchas.
Él no lo sabrá nunca.
Desgajado de mí,
fue arena movediza y desvarío.
Por las nuevas llanuras
inauguró confines sin espigas
y se hundió
en desarraigos.
Algún recuerdo
lo desvela
de la piel para adentro
y provoca la huella
del camino primero.
El río de la sangre recupera su cauce.
Surge un estallido
entre la desmemoria
y vuelve su caudal
a confluir en mi tierra.
Todas las semillas son de fuego
y yo arrojo los paisajes mancillados
al impacto certero
de su vuelta.
Atravesé las dudas de los otros;
las señales absurdas y el asombro.
Me colmé de atavíos nocturnales para hallarte.
Te vi pasar por el ángulo justo
donde se parten el tiempo y las memorias.
Yo apagaba la búsqueda de un ángel de la guarda.
Ya el blanco de mi infancia
había resbalado por un túnel prohibido.
El otro que esperaba,
se quedó acorazado
con las alas mojadas y el enojo.
El sendero empezó a mostrar
las formas triangulares de la profecía.
Tú no viste mis huellas
ni el caer de mis parques bajo los zapatos.
Pasaste muy de prisa,
y obstinado,
ensayaste un camino
con tus propios reflejos.
A veces vivo un poco,
y ostento la evidencia
como un coleccionista.
Algún trofeo
rutila en las escarchas de mi nombre
y emerge la que era
en el engaño del verbo flagelado.
Mi intemperie
descansa un instante
en el pedestal de hierba de sus ojos,
hasta volver,
crucificada,
a la oración unitaria de la casa.
Poemas cortosPoemas y poetas argentinos
Si pudiera de golpe
arrinconar olvidos y semanas
junto a los nidos de agua
de mi secreta cáscara.
Si lograra arrojar
en las islas neutrales
las cenizas que muerden el árbol y las lágrimas,
y pudiera dejar que una ecuación rotunda
insertase su atmósfera de pétalo
en cada pabellón desamparado;
empapada de estrenos sobre un licor tardío
bebería las notas
de un festival de espigas y de vuelos.
Pero apenas soy sangre
que retumba en los muros
de la piel cotidiana,
y en mis hombros fatales
amamanto a una araña de sal
que desvaría.