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Romeo Murga

Poemas de Romeo Murga para leer.

Ausencia (Veinte ciudades de hombres me separan de ti): Poema de Romeo Murga en español fácil de leer

Romeo Murga: Con baja y lenta voz

Nadie lo sepa, amada, y a pesar del espacio
que nos separa, hablemos con baja y lenta voz
de aquel amor que yace, como un niño dormido,
sobre mi corazón, sobre tu corazón.

Tú eras una divina mujercita pequeña;
cabellera de sol, grandes ojos de sombra.
Yo tenía tan sólo mi corazón que tiembla;
yo no era más que un niño aspirando una rosa.

Rosa que todavía me perfuma las manos,
y nunca será flor entre las manos de nadie,
porque le dió su sabia mi corazón extraño
que es una rosa viva, de pétalos de sangre.

Puro y claro, mi amor me dio el gozo y la pena,
la pena de perderlo para no hallarlo más.
¡Por qué no te amé siempre de lejos, de muy lejos,
como el mar a la luna, como la luna al mar!

Así no sufriríamos de este recuerdo, ahora,
Pero no... consolémonos y bajemos la voz.
Nos endulzó y pasó, como todas las cosas.
Calla. No maldigamos, ¡Si nos oyera Dios!

Poemas y poetas chilenos

Canción en la hora del olvido: Poema de Romeo Murga en español fácil de leer

Romeo Murga: Cuando seamos viejos

Cuando seamos viejos, todo este amor enorme
se irá por los caminos y brotará en los huertos,
y será una ilusión muy lejana y deforme
que enturbiará la paz de nuestros ojos muertos.

A la tarde, soñando con lo que ya no se ama,
mascaremos recuerdos de amor en el tabaco,
y el amor temblará como una débil llama
en nuestra carne vieja y en nuestros rostros flacos.

Todo el pasado claro se asomará a tus ojos
y dormirá en tus ojos una eterna agonía,
ya no nos dolerán ni guijarros ni abrojos
y apenas sufriremos de vivir todavía.

Sólo nos quedará la voz, y no la misma
con que hoy, serenamente, nos besamos de lejos.
De esta ternura inmensa que en nosotros se abisma,
¡cómo iremos a hablar, cuando seamos viejos!

Poemas y poetas chilenos

La égloga del amador: Poema de Romeo Murga en español fácil de leer

Romeo Murga: Elegía en recuerdo de mi infancia

Yo no sé donde está mi camino de rosas,
Ni ese ancho cielo suave que miraron mis ojos,
qué mano despiadada, sobre el camino en sombras
echó siembra de abrojos?

Hoy que el ayer no existe, se me ha muerto el gozoso
tiempo de las auroras fragantes y encendidas.
Más que una edad efímera de divino alborozo
se me ha muerto una vida.

Se me ha muerto una vida mía
vida de juegos y alegrías
bajo el sol de los mediodías
del verano;
vida de risas transparentes,
y de beber en las vertientes
con el hueco de nuestras manos.

En esta evocación de lo que ya no es mío,
las alegrías viejas son mis nuevos dolores.
El presente de sombras diluye en su vacío
el son de las campanas y el olor de las flores.

Campanas de escuela, que vibraron
cristalinas y frescas en el patio de sol.
Flores de aquel jardín que recorrió, cantando,
mi infancia, conducida por la mano de Dios.

Flores. Campanas. Juegos bajo la luna nueva.
Vida que nos inunda con ardientes efluvios.
Y la divina amada de doce años, que lleva,
la mirada del sol sobre sus rizos rubios.

¡Haber podido hacer eternos los instantes
de esa aurora perdida,
y con los ojos húmedos y el corazón fragante,
haber quedado niños, para toda la vida...!

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Romeo Murga: Gracias

Mujer, la de esos besos, la de esos largos besos,
la de esos besos breves, húmedos y calientes,
la del regocijado sonreír en la sombra
que iluminó la vaga blancura de sus dientes:
la de la casa humilde, con ventanas humildes,
en la calleja oscura, soñolienta y callada:
la que entre beso y beso me lo decía todo,
aunque entre beso y beso no me decía nada:
la del mirar risueño, la del reír risueño,
la del querer ardiente, violento y extenuante;
la que vivió conmigo, con nosotros, con ella,
esa noche de amor corta, como un instante;
la que turbó el solemne silencio de esa noche
con la voces amargas y dulces del pecado;
la que dejó en mis brazos, en mi ser, en mi vida,
eso que es el recuerdo de que nos han amado.
Gracias, mujer, la inquieta, la de este pueblo quieto,
la de la esa noche alegre, porque tú la alegrabas;
gracias, la de los rojos besos interminables,
por esos besos rojos e interminables, gracias!

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Romeo Murga: Invocación

No, Señor Jesucristo ¡Yo no soy como todos!
yo pronuncio tu nombre con honda devoción.
Aunque arrastre mi cuerpo sobre todos los lodos,
alzo como una hostia roja mi corazón.

Y la elevo hasta Ti, hasta tu crucifijo
que aún guarda las heridas de la Santa Pasión.
Tú me habrás de mirar como se mira a un hijo:
Yo soy un hijo pródigo que te pide perdón.

Perdón por los que llevan el dolor de su vida
sin buscar tu dolor en los torvos recodos.
Yo mantengo por ellos mi lámpara encendida,
y aunque todos te nieguen, yo te afirmo por todos.

Perdón por el suicida que fue también cobarde,
y por el pobre esclavo de una mala pasión.
Por quién luego te olvida, por quien te busca tarde,
y por quien no te busca, perdón, perdón, perdón.

Por mi cuerpo doliente, tosco vaso de tierra
que envuelve la lujuria con sus llamas malditas
Cuando la carne mata todo el goce se encierra,
en el silencio enorme, eres Tú quien nos grita.

Por mis manos, morenas serpientes voluptuosas
que fueron tentación para la frágil Eva;
y mis pies, lastimados de zarzas dolorosas,
que cada día fueron por una senda nueva.

Por mi boca que pudo morder los rizos blondos
y que a todos los besos les salía al encuentro;
y mis ojos, que fueron tras los deseos hondos,
desde aquellos caminos que llevamos adentro...

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Romeo Murga: Lejana

Como el sendero blanco porque vuela mi verso,
eres tú, toda llena de cosas lejanas.
Llevas algo de extraño, de sutil y disperso
como el polvo que dejan atrás las caravanas.

Amas la lejanía y eres la lejanía.
No has soñado jamás con la paz de tus lares.
Tienes el gesto claro y la blanca osadía
de las velas que parten hacia todos los mares...

Todo tu camino sabe de tus huellas. Los montes
y el viento te desean. Tú -sin saber acaso-
reclinas tu cabeza sobre los horizontes.
como sobre un regazo.

Y otra vez al camino, al viaje comenzado,
a las cosas lejanas del dolor y la muerte.
Si alguna vez, mujer, pasaras por mi lada
yo no podría detenerte.

Me quedaría inmóvil, no me querría asir
a tu pálida veste de ensueños y azahares;
sólo por la tristeza de mirarte partir,
como una vela blanca, hacia todos los mares...

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Romeo Murga: A lo lejos... un canto

A lo lejos se escucha un canto,
vago y tembloroso, lejano, lejano...
Una voz de niña, que en él va llorando,
vibra cono un dulce timbre puro y claro.
Solo y triste marcho
por este camino que guardan los álamos.
(Las casa que esperan al desesperado
se ven al extremo del camino largo).
Lentamente marcho.

Brillan las estrellas. Sollozan los álamos.
Y llega de lejos, el canto.
Al oírlo, todo se ha callado:
el viento que pasa y el camino largo,
la voz que en mí mismo me habla del pasado,
la noche, los álamos...
Y estoy solo, y triste, y alegre, y temblando,
lleno de unas voces que nunca he escuchado,
y más cerca que antes de tu amor lejano.
Brillan las estrellas en el cielo pálido.
Lentamente marcho.
Junto a mí, la negra sombra de los álamos.
A lo lejos, el canto...

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Romeo Murga: La lluvia y tú

Llegó la triste noche oscura;
pasó la lluvia y no llegaste.
Para endulzar tanta amargura
no habrá miel rubia que me baste!
Llegó la noche, pasó la lluvia
Y no llegaste.

Después nos quisimos, es cierto,
y hasta casi olvidé ser triste;
pero esa amargura no ha muerto;
junto a tu fiel recuerdo existe:
Vino la lluvia, se fue la lluvia
Y no viniste.

Poemas cortosPoemas y poetas chilenos

Romeo Murga: Madres de los poetas

Madres de los poetas que en el pasado han sido,
vengo a hablar con vosotras de vuestros hijos tristes.
Carne doliente, en vuestras entrañas han dormido
y no los conocisteis.

Madres de los poetas que en el presente son,
con vuestra eternidad de ternuras y arrullo
calmaréis a los mares y al viento arrasador,
pero no al dolor suyo.

Madres de los poetas que mañana serán,
sobre la tierra fría se perderán sus pasos;
buscarán nuevas sendas y nunca dormirán
sobre vuestros regazos.

Madres de los poetas que son, serán, y han sido,
garganta de esos cantos, surco de esas semillas,
árbol que no dio flores y que en otoño ha visto
dispersarse a lo lejos sus hojas amarillas.

Vosotras que supisteis su inocencia primera,
gritad que fueron buenos y que amaban a Dios.
Grande fue su pasión por la carne terrena,
pero más grande fue su amor.

Llorad por sus dolores y sus ansias secretas,
por sus manos crispadas y por sus alas rotas.
Llorad por vuestros hijos, madres de los poetas,
que, por consolaros, lloraré con vosotras.

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Amado NervoFederico García LorcaGabriela MistralGustavo Adolfo BécquerJorge Luis BorgesLuis de GóngoraMario BenedettiOctavio PazPablo NerudaRosalía de CastroSan Juan de la CruzSor Juana Inés de la Cruz