Ramón Pérez de Ayala
Poemas de Ramón Pérez de Ayala para leer.
Sobre el poeta Ramón Pérez de Ayala [occultar]
El poeta que fusionó la literatura y el periodismo
Contexto histórico
Ramón Pérez de Ayala vivió durante una época de transformación en España, a caballo entre los siglos XIX y XX. Nacido en 1880, su vida abarcó desde la Restauración borbónica hasta los turbulentos años previos a la Guerra Civil. Fue testigo de movimientos culturales como la Generación del 98 y el Novecentismo, aunque su estilo literario mantuvo una voz propia, alejada de dogmatismos.
Afiliaciones y círculos intelectuales
Pérez de Ayala se vinculó con grupos intelectuales que promovían la renovación artística y política. Durante su juventud, frecuentó tertulias en Madrid y colaboró con revistas como "Prometeo". Aunque simpatizó con ideas reformistas, evitó adscripciones partidistas rígidas, defendiendo siempre la independencia creativa.
Pasatiempos y pasiones
Además de su dedicación a la escritura, disfrutaba de la pintura y la música, actividades que influyeron en su obra literaria. Era un ávido lector de filosofía y clásicos griegos, lo que se refleja en la profundidad de sus ensayos. También destacó como cronista, combinando agudeza crítica con humor refinado.
Obras más reconocidas
Entre sus poemas más celebrados se encuentran:
- "La paz del sendero" (1903), donde explora la naturaleza con tono contemplativo.
- "El sendero innumerable" (1916), una reflexión sobre el tiempo y la existencia.
- "Poemas patrióticos", donde aborda con ironía temas sociales y políticos de su época.
Su legado perdura como puente entre la tradición literaria y la modernidad del siglo XX.
Ramón Pérez de Ayala: La paz del sendero
Con sayal de amarguras, de la vida romero,
topé, tras luenga andanza, con la paz de un sendero.
Fenecía del día el resplandor postrero.
En la cima de un álamo sollozaba un jilguero.
No hubo en lugar de tierra la paz que allí reinaba.
Parecía que Dios en el campo moraba,
y los sones del pájaro que en lo verde cantaba
morían con la esquila que a lo lejos temblaba.
La flor de madreselva, nacida entre bardales,
vertía en el crepúsculo olores celestiales;
víanse blancos brotes de silvestres rosales
y en el cielo las copas de los álamos reales.
Y como de la esquila se iba mezclando el son
al canto del jilguero, mi pobre corazón
sintió como una lluvia buena, de la emoción.
Entonces, a mi vera, vi un hermoso garzón.
Este garzón venía conduciendo el ganado,
y este ganado era por seis vacas formado,
lucidas todas ellas, de pelo colorado,
y la repleta ubre de pezón sonrosado.
Dijo el garzón: - ¡Dios guarde al señor forastero!
- Yo nací en esta tierra, morir en ella quiero,
rapaz. - Que Dios le guarde. - Perdiose en el sendero...
En la cima del álamo sollozaba el jilguero.
Sentí en la misma entraña algo que fenecía,
y queda y dulcemente otro algo que nacia.
En la paz del sendero se anegó el alma mía,
y de emoción no osó llorar. Atardecía.
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