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Pavel Oyarzún Díaz

Poemas de Pavel Oyarzún Díaz para leer.

Bienvenida la poesía del futuro: Poema de Pavel Oyarzún Díaz en español fácil de leer

Pavel Oyarzún Díaz: La dimensión perdida de la Patagonia

Antes de la república
y del himno nacional.
Antes de los decretos
y la constitución política.
Antes de los colonizadores del sur de Chile
y de los primeros gringos
que llegaron aquí como a la tierra prometida.
Antes de la iglesia
y la imágenes del cuerpo torturado de Cristo
y del gesto de dolor póstumo en su rostro.
Antes de la libra esterlina,
del idioma inglés
y del castellano.
Antes de los estudios topográficos
y de los buscadores de oro.
Antes de la propiedad privada
y la plusvalía.
Antes de la desolación y las epidemias.
Antes de los cazadores de indios
y de la invención del odio.
Antes de la división de la tierra
y la plenitud del olvido.

Antes...
La Patagonia era la patria.
La creación pura
que surgía desde el amor y el instinto
de los pueblos que la habitaban y la vivían
en un estadio anterior a la esclavitud.
Que honraban a sus dioses todos los días
como santos,
y no creían en la existencia real de la muerte.
Antes de este mundo
la mirada humana no tenía término.
Su existencia tenía la dimensión de los misterios.
La Patagonia
era
infinita.
Y dejó de serlo,
con la fundación de este tiempo
y las profecías del exterminio,
a partir de la segunda mitad
del siglo diecinueve
de Nuestra Era.

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Negación del sur: Poema de Pavel Oyarzún Díaz en español fácil de leer

Pavel Oyarzún Díaz: Los niños del parque

Ellos no tienen buenas costumbres.
Ellos no tienen buenos instintos.
Ellos no aman a la patria,
ni respetan el himno nacional.
Ellos no creen realmente en la virgen María,
ni en su hijo Jesucristo.
Ellos no creen en la familia
ni en la propiedad privada.
Ellos mean en la calle,
y le sacan la madre a cualquiera.
Ellos están al margen de la ley.
Ellos tienen metido a Dios
en una bolsa de plástico.
Ellos tienen la cabeza llena
de destellos y extrañas figuras
que les dan risa.
Ellos no sienten vergüenza
Ellos sienten náuseas casi todo el tiempo.

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Pavel Oyarzún Díaz: La orilla

A mi madre, Inés Díaz Sotomayor

Arrojados de la infancia
- lugar de ninguna muerte verídica -
pierdo los ojos en el intento,
con la cabeza vuelta.
Volver la vista es un gesto de naufragio.
Nadie vuelve hasta allá realmente.
La orilla se va alejando a una velocidad asombrosa,
como así de veloz es el muro de bruma intensa
que se levanta desde el límite exacto a las alturas.

Nunca más se vuelve a poner un pie
en los parajes de la infancia,
esa es la pura y santa verdad.
No vamos desde la luz hacia la luz,
hay que aceptarlo.
Nadie sale de aquel sitio por su propia voluntad.
Nadie llega hasta la orilla y cruza el límite
como un cordero de Dios:
Todo exilio es a culatazos.
Todo exilio enfurece el aire.
Todo exilio es miedo y delirio al mismo tiempo.

Volver la vista es un gesto de naufragio.
Un gesto instintivo hacia la tierra firme
de la primera luz
y de la madre que se queda allá,
como un sol fijo en el cielo de allá,
porque ése es, a fin de cuentas,
el prodigio de la madre,
ésa su ciencia oculta,
ésa su ternura desesperada:
no irse con uno, sino quedarse en la orilla
llamándonos.

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Pavel Oyarzún Díaz: Regreso al bar

En memoria de Rolando Cárdenas

Regresar al bar como a un vientre,
y a la primera tibieza que nos recibió
y que alguna vez, seguramente, nos pareció eterna.

Regresar al bar porque todos los caminos
conducen a él,
y porque entre esas cuatro paredes
hay más redención y misericordia
que en trescientas iglesias juntas.

Estar entre sus habitantes otra vez,
sentados a la mesa de siempre,
bebiendo el vino lentísimo
que nos deparó el tiempo.

Regresar por las palabras y la memoria
y por la propia sombra que allí dejamos
entibiándose,
tras el alto muro de la noche.

Regresar como de costumbre,
y a la misma hora.
Entrar al bar,
de corbata, bien peinados,
y después de muertos.

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Pavel Oyarzún Díaz: Todas iban a ser reinas

Y heredaron la ciudad de noche.
Las calles del centro.
La salida de los cines.
Los estacionamientos,
y los paraderos de micros.
Los jardines de la plaza.
La esquina de la catedral.

Todas las noches de la República
se abren para ellas.
Para que las transiten
riéndose como locas,
todavía sin senos...
Con el alma y la vagina profanadas.

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