Poemas de Otto Rene Castillo para leer.
De veras, nunca estoy solo.
Tan solo estoy triste
cuando tus ojos
huyen
del sitio
en que debimos
encontrarnos
por la tarde.
Ahora
se pudre la espera
debajo del tiempo,
del tiempo que se ríe
de mí, gran amador,
desprovisto de amada
en búsqueda siempre
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Pasa el viento en las calles
igual que los enamorados
los tranvías y la vida...
Yo sé que la calle
tiene nostalgia de violencia
y que clama intachable en su deseo mi ventana,
pero la lluvia se aleja' sollozando
como doncella excitada por un hombre desnudo.
Y el viento sigue en la ciudad pasando,
igual que los enamorados,
los tranvías y la vida...
Y yo antorchándome de nuevo el cuerpo
y parlando de frente con mi sombra,
junto a mis libros bohemios de lecturas,
acompañándome una lámpara
enemistada
para siempre con las sombras
y un reloj judicial que dicta
sobriamente
la muerte del diálogo y del tiempo.
Y sigue el viento en la ciudad pasando
igual que los enamorados
los tranvías y la vida,
arrastra un papel, levanta una hoja,
seca una lágrima de amor y asusta un beso
acompaña al triste hasta su casa,
le pone alas a la medianoche,
sopla cruel en las pupilas de la embriaguez
que agranda la sinceridad del hombre y de su anhelo
devuelve su risa al que reencontró su sueño.
Y sigue en la ciudad pasando,
igual que los enamorados,
los tranvías y la vida...
Me has preguntado
de qué lado
tengo el corazón,
ahora
que juntos caminamos
verano
por las calles de Schwerin.
Y yo respondo.
Muchas veces
dije
que lo tenía
en la izquierda,
alzado
como un lucero.
Y no recuerdo,
en verdad
haber dicho
que lo tenía sepulto
bajo mi práctica
derecha.
Ahora sé,
mi terrible
y dulce preguntona.
Mi corazón
está
en los juncos
azules
de tus ojos,
cantando desde ellos,
siempre cantando,
cantando.
Tú no sabes,
mi delicada bailarina,
el amargo sabor a luto
que tiene la tierra
donde mi corazón humea.
Si alguien toca a la puerta,
nunca sabes si es la vida
o la muerte
la que pide una limosna.
Si sales a la calle,
puede que nunca más
regresen los pasos
a cruzar el umbral
de la casa donde vives.
Si escribes un poema,
puede que mañana
te sirva de epitafio.
Si el día está hermoso
y ríes,
puede que la noche
te encuentre en una celda.
Si besas a la luna,
que acaricia tu hombro,
puede que un cuchillo
de sal
nazca de madrugada
en tus pupilas.
Amargo sabor a luto
tiene la tierra donde vivo,
mi dulce bailarina.
Sabes,
creo
que he retornado
a mi país
tan solo para morir.
Y en verdad,
no lo comprendo todavía.
Tan solo mi dolor
pregunta ciertas
cosas importantes.
Tan solo mi dolor
suele hablar contigo,
sin que nunca lo sepas,
sin que te duelan
los ojos o la voz.
Sin que tu sombra
me cubra con su cuerpo
lleno de hierba negra.
¿Dónde murió
tu primer beso?
¿Quién conserva
tu primer rostro?
¿En qué tacto
aletean todavía tus senos?
¿Por qué buscas
en la noche mi piel?
¿Por qué abrazas
la bandera que levanto,
con orgullo?
¿Por qué rehúyes
a tu gente por mi lucha?
¿Por qué se te muere
cristo en la pupila?
¿Por qué acudes
a luchar conmigo,
contra el odio y el hambre?
¿Por qué, pequeña burguesita,
te llenas de mi rabia profunda?
Amor, amor,
te duele más
de lo que tú te dueles,
sin que lo sepa tu dolor.
Está naciendo
la ternura en tus manos,
esta tarde,
mi dulce visitante.
Acudes
alegremente
al vuelo golondrino
de tus dedos
que se inician
de entrega.
Sabes.
La ternura se despierta
para siempre,
y tus manos descubren
muy pronto
que les gusta su rostro.
Créeme, es tu minuto más grave.
Quizá concluyen aquí
tus vientos infantiles.
Desde ahora
tienen tus manos
vuelo propio,
¡alto vuelo de ternura!
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