Poemas de Oscar Castro para leer.
Sobre el poeta Oscar Castro [occultar]
También escribió cuentos, como "Huellas en la tierra", donde retrata la vida rural con realismo y ternura.
Castro perteneció a la generación literaria de 1938 en Chile. Su poesía se caracteriza por:
La cabra suelta en el huerto
andaba comiendo albahaca.
Toronjil comió después
y después tallos de malva.
Era blanca como un queso,
como la luna era blanca.
Cansada de comer hierbas,
se puso a comer retamas.
Nadie la vio sino Dios.
Mi corazón la miraba.
Ella seguía comiendo
flores y ramas de salvia.
Se puso a balar después,
bajo la clara mañana.
Su balido era en el aire
un agua que no mojaba.
Se fue por el campo fresco,
camino de la montaña.
Se perfumaba de malvas
el viento, cuando balaba.
Luna de cantos mojados,
pulida de viento y alba.
Calles de esquinas desnudas.
Casas de ciegas ventanas.
En una esquina sin nadie,
el viento encontró a la flauta;
sobre el agua de la música
se le murieron las alas
y se vistió de colores
como un país en un mapa.
Por las aceras desiertas
iban el viento y la flauta.
Como el viento estaba herido,
la música lo llevaba.
Iban buscando los ojos
de los niños qué soñaban
para lamerlos de azul
con su caricia delgada.
Con la frescura del canto
los hombres se despertaban
y se dormían de nuevo,
entre el sonido y el alba.
Quebró su junco la música;
el viento giró buscándola.
Quedó la calle ceñuda
como una mala palabra.
Gallos batieron las alas
para que el canto volara.
En la cubierta del día
se deshojaron campanas.
Yo me pondré a vivir en cada rosa
y en cada lirio que tus ojos miren
y en cada trino cantaré tu nombre
para que no me olvides.
Si contemplas llorando las estrellas
y se te llena el alma de imposibles
es que mi soledad viene a besarte
para que no me olvides.
Yo pintaré de rosa el horizonte
y pintaré de azul los alelíes
y doraré de luna tus cabellos
para que no me olvides.
Si dormida caminas dulcemente
por un mundo de diáfanos jardines,
piensa en mi corazón que por ti sueña
para que no me olvides.
Y si un tarde, en un altar lejano,
de otra mano cogida te bendicen,
cuando te pongan el anillo de oro,
mi alma será una lágrima invisible
en los ojos de Cristo moribundo...
Para que no me olvides.
Por el valle claro
vienen a enterrar
al hombre que nunca
divisó la mar.
Era un campesino
de lento mirar
mediero tranquilo
de la soledad.
Cosechó los trigos
de ajena heredad
y se fue apagando
corazón en paz.
Era casi tierra,
casi claridad,
casi transparente
rama de verdad.
Tuvo una alegría:
la de cosechar.
Tuvo una tristeza:
ya no sabe cual.
Por el valle claro
lo despedirán
tréboles y alfalfas
de verde mirar.
Aguas del estero
dirán un cantar
por el campesino
que nunca vio el mar.
Cuando lo sepulten,
alguien llorará.
y en el valle puro
todo será igual.
El junco de la rivera
y el doble junco del agua,
en el país de un estanque
donde el día se mojaba,
donde volaban, inversas,
palomas de inversas alas.
El junco batido al viento
-estrella de seda y plata-
le daba la espalda al cielo
y hacia el cielo se curvaba,
como un dibujo salido
de un biombo de puertas claras.
El estanque era un océano
para mi barco pirata:
mi barco que por las tardes
en un lucero se anclaba,
mi barco de niño pobre
que me trajeron por pascua
y que hoy surca este romance
con velas anaranjadas.
Estrella de marineros,
en junco al barco guiaba.
El viento azul que venía
dolorido de fragancias,
besaba de lejanías
mis manos y mis pestañas
y era caricia redonda
sobre las velas combadas.
Al río del pueblo, un día,
llevé mi barco pirata.
lo dejé anclado en la orilla
para hacerle una ensenada;
mas lo llamó la corriente
con su telégrafo de aguas
y huyó pintando la tarde
de letras anaranjadas.
Dos lágrimas me trizaron
las pupilas desoladas.
en la cubierta del barco
se fue, llorando, mi infancia.