Poemas de Manuel Felipe Rugeles para leer.
Sobre el poeta Manuel Felipe Rugeles [occultar]
Rugeles combinó el lirismo tradicional con un lenguaje sencillo pero profundo. Su poesía se caracteriza por:
En mi aldea
cuando niño
nunca creí en otra aldea,
nunca soñé en otra tierra.
Recortaba sus crepúsculos
y apacentaba sus nieblas.
Cristales me daba el río,
pájaros me dio la huerta.
Con un caracol de monte
vida tuvo una flor nueva.
Preso entre cuatro horizontes
pasé mi niñez entera.
Después descubrí un camino
Nacido al pie de mi aldea.
Poemas cortosPoemas y poetas venezolanos
Soy montañés y lo digo
porque montañés me siento.
Madre: mirando uno el mar
de cerca se sueña lejos.
Parece que el agua tiene
la luz de todos los puertos.
Y en cada puerto hay un barco
que nos lleva a mares nuevos.
¡Cuánta nostalgia de ti
y de la aldea yo tengo!
Nostalgia de ver azul
de colinas en invierno.
De mirar verde en los valles
y mirar niebla en los cerros.
De beber agua en cascadas.
De cortar el maíz tierno.
De seguir con los rebaños.
De ver nacer los luceros.
Madre: los pájaros llaman
a la puerta de mi sueño.
Madre: la aldea camina
por mi corazón adentro.
Este Hombre es el mismo que conocen los siglos.
Vencedor o vencido, filósofo o esclavo,
justo o impenitente, conforme o vengativo.
Este hombre es el mismo
que ha tirado el guijarro o ha aromado la venda,
que ha escondido el puñal o ha cortado la rosa,
que ha erigido el patíbulo o ha apagado la hoguera.
El que avivó la ira o prendió la alegría;
el que vistió la púrpura o el que anduvo desnudo
o lloró frente al mar o atizó la tormenta.
El mismo, el mismo hombre
que salvó las palomas o arruinó las abejas;
el del vaso de oro o el manjar de lujuria;
el que bebió del cielo o se hartó de la tierra.
El mismo, el mismo hombre
de la ardiente cruzada o el de voz tumultuaria;
el bandido o el mártir; el héroe o el misántropo;
el de lámpara o cruz o bandera en la diestra.
O el que desesperado sin esperar blasfema,
o el que ha hundido sus labios en la herida de Cristo
o el que ahoga su llanto profético en la sombra
o el que mide su vida por un grano de trigo.
Todos el mismo hombre que conocen los siglos.
Y en la historia o la fábula diciéndonos hermanos.
Y tú, Dios, perdonando la mentira y el odio
y la sangre vertida que corre en nuestras manos.
¡Ay mi lorito
lorito real!
¡Ay mi lorito!
vamos a hablar
mas no de España
ni de Portugal.
¡Cuántas palabras
repites ya
con increíble
facilidad!
El vecindario
quiere escuchar
tu repertorio
de no acabar.
¡Qué forma tienes
de charlatán!
Otros te quieren
oír cantar
La paraulata
y el cardenal
y la paloma
del palomar.
La abeja rubia
del colmenar
el pino verde
y el naranjal
¡Ay mi lorito!
¡Qué verde estás!
Poemas para niñosPoemas y poetas venezolanos
Vamos a entrar ahora en el bosque
donde ya han esperado tanto tiempo los pájaros
tu presencia y la mía.
Vamos a oír las voces
del viento que en los árboles
se hermanan con el canto de los pájaros.
Vamos ahora mismo
hasta el alma del bosque,
por entre las hojas ya caídas, ya torpes,
volanderas sobre la tierra
y sobre el aire cálido de la mañana,
hasta sentir el corazón en verde revestido
como con el escudo a la corteza
de algo que ha de perdurar,
ocultando la savia que por dentro resume
todo nuestro existir.
Son antiguos desvelos,
sobre cicatrices ya viejas,
pongamos este arrimo de luz que nos ofrecen
las entrañas del bosque.
Vamos a entrar cantando
hasta encontrar la hebra
del primer trino en algún árbol.
Vamos a entrar despacio
hasta el follaje denso
donde el sol llega apenas en jirones,
dorando la tierra y las raíces de los cedros.
Tu presencia y la mía
en el bosque la esperan hace tiempo los pájaros.
Siempre al caer de la tarde.
Yo, solitario en la sombra,
mirando el final del valle.
Oyendo la voz del río
que jamás cambia de cauce.
Yo, solitario en la sombra,
sintiéndome otra vez niño,
volviendo a ser el de antes.
Un aro azul distendido,
que va enredando el paisaje.
Un globo en el infinito
del espacio inenarrable.
Yo, solitario en la sombra,
no sé si acaso perdido
y sin volver a encontrarme.
Oyendo el agua del río,
mirando el final del valle.
Olvidando a algún amigo,
sin despedir los que parten.
Yo, solitario en la sombra,
por fin un desconocido.
Uno más. Un habitante.
Para creerme lo mismo
y pensar solo en el aire.
El valle es de oros tranquilos
siempre al caer de la tarde.
Luz de la mañana y verde mansedumbre en todo el campo.
Suelta va la vieja copla sobre los lentos rebaños.
¡Ay, la vaquita de ordeño, tan mansa, tan silenciosa!
¡Cómo lame al becerrito y cómo mueve la cola!
Panzuda y con esos ojos claros que el cielo retratan,
¡Ay, cómo todas las tardes vuelve del campo a la casa!
¡Ay, la vaquita de ordeño, con las dos orejas blancas
y un lucerito en la frente!
¡Parda piel y negras manchas!