España: 1566-1614
Poemas de Luisa de Carvajal y Mendoza para leer.
Sobre el poeta Luisa de Carvajal y Mendoza [occultar]
Su escritura se caracteriza por un lenguaje sencillo pero emotivo, con un fuerte componente autobiográfico. A diferencia de muchos poetas contemporáneos, evitó el culteranismo y optó por una expresión clara, centrada en la experiencia espiritual y la lucha por sus creencias.
Murió en Londres en 1614, tras años de actividad clandestina. Su obra, redescubierta en el siglo XX, la sitúa como una figura singular en la literatura mística española, combinando poesía y acción en defensa de sus ideales.
¿Cómo vives, sin quien vivir no puedes;
ausente, Silva, el alma, tienes vida;
y el corazón aquesa misma herida
gravemente atraviesa, y no te mueres?
Dime, si eres mortal, o inmortal eres.
¿Hate cortado amor a su medida,
o forjado en sus llamas derretida,
que tanto el natural límite excedes?
Vuelto a tu corazón, cifra divina,
de extremos mil, amor, en que su mano
mostrar quiso destreza peregrina,
y la fragilidad del pecho humano
en firmísima piedra diamantina,
con que quedó hecho alcázar soberano.
Esposas dulces, lazo deseado,
ausentes trances, hora victoriosa,
infamia felicísima y gloriosa,
holocausto en mil llamas abrasado:
Di, Amor, ¿por qué tan lejos apartado
se ha de mí aquella suerte venturosa
y la cadena amable y deleitosa
en dura libertad se me ha trocado?
¿Ha sido por ventura, haber querido,
que la herida, que al alma penetrada
tiene con dolor fuerte desmedido
no quede socorrida ni curada,
y, el afecto aumentado y encendido,
la vida a puro amor sea desatada?
¡Ay! soledad amarga y enojosa,
cansada de mi ausente y dulce amado,
dardo eres en el alma atravesado,
dolencia penosísima y furiosa.
Prueba de amor terrible y rigurosa,
y cifra del pesar más apurado,
cuidado que no sufre otro cuidado,
tormento intolerable y sed ansiosa.
Fragua, que en vivo fuego me convierte,
de los soplos de amor tan avivada,
que aviva mi dolor hasta la muerte.
bravo mar, en el cual mi alma engolfada
con tormenta camina dura y fuerte
hasta el puerto y ribera deseada.
En el siniestro brazo recostada
de su amado pastor, Silvia dormía,
y con la diestra mano la tenía
con un estrecho abrazo a sí allegada.
Y de aquel dulce sueño recordada,
le dijo: 'El corazón del alma mía
vela, y yo duermo. ¡Ay! Suma alegría,
cuál me tiene tu amor tan traspasada.
Ninfas del paraíso soberanas,
sabed que estoy enferma y muy herida
en unos abrasadísimos amores.
Cercadme de odoríferas manzanas,
pues me veis, como fénix, encendida,
y cercadme también de amenas flores.'