Poemas de Laura Victoria para leer.
Fue tan tibia la felpa de las sombras,
que sin querer callamos,
y nos bebimos como vino añejo
la frase que tembló sobre los labios.
A pesar de no amarnos, en silencio
se troncharon las manos,
sin saber si acunábamos un sueño
o era el sopor de algún amor lejano.
Y también, sin saber por qué misterio,
nuestras bocas ajenas se juntaron,
y en las pupilas húmedas de ausencia
la tarde lila se quedó temblando.
Después, en la maraña del reproche,
nos perdimos hablando,
y en la roca del alma se hizo sangre
la fruta mentirosa de los labios...
Tal vez el viento de otras soledades
nos sorprenda llorando,
y entonces nacerá como eco roto
la frase que callamos...
En el ánfora oscura de las horas,
mi cuerpo se hace lámpara,
y la sed interior que me devora
no sabe si ofrendar la carne en rosas
o fatigar la madurez en lágrimas.
Amo tu plenitud. Tu cuerpo tibio
como fruta de soles sazonada.
Amo tu boca, floración de otoño,
que mece en mi jardín de primavera
su veleidosa tentación de llama.
Nada importa la estrella de tu sino
que en mi abismo se aparta.
Quiero tu vida aunque mi vida rompa,
quiero tu amor, aun cuando sea el germen
que prenda los olvidos del mañana.
No se amarillan con tu claro ocaso
mis paisajes de grana;
el solo roce de tu ser me enciende
y si mi cuerpo se te ofrece en nido,
mi móvil corazón se te holocausta.
Cógeme entre tus brazos con locura,
o bébeme como agua,
no pienses en el lirio de la tarde,
prolóngate en mi vida, y que los besos
hagan temblar la noche perfumada.
Escucha, tengo miedo...
afuera llueve
y el caer de las gotas me parece
con su rítmico acento,
un rosario amarillo que hilvanara
telarañas oscuras en mis dedos.
La ventana se entreabre bruscamente
al impulso del viento,
y una ráfaga fría
que huele a tierra húmeda
se esconde entre mi lecho,
y me arroja los pétalos marchitos,
y me besa con rabia los cabellos...
A pesar de tu amor
hoy tengo miedo...
hace tanto que el frío de tu ausencia
me tiene en las penumbras del recuerdo,
con las pupilas húmedas de noches
y los labios sellados con tus besos.
Y mientras oigo el gotear del agua
en las pálidas sábanas me tiendo,
como una floración de primavera
en las nevadas hojas del invierno.
El frío de las brumas me seduce,
y mi alma es un sol en el silencio,
y a fuerza de buscar en los ocasos
tus misteriosos ojos de bohemio,
siento el placer de sepultar en nieve
la llama azul que iluminó mi cuerpo.
La lluvia rompe sus cristales finos
en la noche de oscuro terciopelo.
Mis ojos buscan tus pupilas hondas,
mis manos la caricia de tus dedos,
y al tenderme en las sábanas heladas
y destrenzar cansada mis cabellos,
siento el vacío de abrazar las sombras,
de perseguir la brillantez de un sueño,
y ser tan solo en tu bohemia errante
la asordinada música de un verso.
La lluvia cae en menuditas gotas,
y aquí en mi alma se retuerce el tedio.
En el mutismo de la noche cómplice
rasgue tu aliento el traje del deseo,
y surja leve como flor madura
la milagrosa felpa de mi cuerpo...
Rompa la luz sus desteñidos oros
en las ánforas tibias de mis senos,
viertan tus ojos su caudal de sombra
en el musgo otoñal de mi cabello.
Guarde tu alma en pomo de alabastro
la suave languidez de mi silencio,
guste tu boca en pliegue de sonrisa
la granada entreabierta de mi beso...
Sea tu voz el cascabel sonoro
que despierte mi espíritu del sueño,
sea tu amor el astro misterioso
que derrita las nieves de mi cuerpo.
Y en la caricia de la seda cómplice
curve mi talle el peso de tus dedos,
mientras se hunde como flor de abismo
la sombra en la oquedad de los espejos.
Amé constante a los que no me amaron
y les di la verdad cuando mintieron.
Mientras unos temblando me besaron
rogó mi beso a los que no quisieron.
Siempre busqué los que jamás me hallaron.
Mi voz llamó los que jamás me oyeron.
Y los que resignados me esperaron
nunca en mi copa de placer bebieron.
Hoy una voz recóndita reclama
mi voluptuoso corazón de llama,
que limpio ardió como la brasa al viento.
Allá me voy. Torciendo mi camino
avanzo al horizonte de platino,
desnuda hasta del propio pensamiento.
Poemas cortos de la VidaPoemas de la vidaPoemas y poetas colombianos
Yo soy la plenitud, soy el estío.
Mi piel trigueña por el sol tostada,
tiene una leve amarillez de hastío
y un perfume de fruta sazonada.
Mi amor ondula como turbio río
por un valle de yerba calcinada,
y es mi beso perenne escalofrío
que aviva una celeste llamarada.
Amo el dolor porque el dolor es cumbre,
amo la vida que la vida es lumbre
si se perfila en páginas de fuego.
No me importan la vida ni el sarcasmo,
porque templo la fe de mi entusiasmo,
sobre la fragua del cupido ciego.
Esta noche llevo un blanco lucero
partido en la sombra de mis dos ojeras,
y mis ojos tristes de un verde marino
parece que sueñan...
¡Oh si tu me vieras! Quizás anhelaras
el cálido aliento de mi boca fresca,
quizás suspiraras por los besos trémulos
de mis labios finos, húmedos y rojos
que esta noche tienen el sabor de una
granada entreabierta.
¡Oh si tu vinieras! Cómo se posaran
tus negras pupilas
entre la cascada de mi cabellera
que lleva tan solo
el pálido adorno de un broche de luces
que la luna borda con su luz enferma,
mientras que mi cuerpo desceñido todo
y envuelto en el manto azul e inconsútil
de la primavera,
tiembla con el beso tibio de esta noche
que tiene un perfume fugaz de violetas.
Qué alegres podríamos juntos
tejer el poema;
yo con el prestigio de mi cuerpo joven,
de mis ojos claros y mi boca fresca;
tú con tus pupilas ardientes que llevan
el dulce misterio de noches de luna,
hasta la salvaje inquietud de las selvas¡
¡Oh si pudiera fundir en idilio
mi loca quimera,
cómo florecieran mis cálidos versos
teniendo por cuna tus pupilas negras.
Oh si pudiera!
Vuelvo otra vez a ti
con las pupilas hondas de paisajes.
Vine a buscar quimeras, y regreso
con un sabor de lágrima en los labios
y un temblor de cansancios en el beso.
No pienses que estoy lejos...
Es tan solo la estepa interminable
la que impide mi vuelo;
pero mis alas son tan blancas
como el día
en que tocada de nevados tules
te di en hostias rosadas
la milagrosa comunión del cuerpo.
Ábreme, pues, los brazos;
voy de nuevo
a tus ojos de sombra,
a tus manos leales,
a tu boca de fuego.
Llevo para tus labios fatigados
el opio de mi angustia.
Soy la misma;
sólo que ahora ciño
un collar de crepúsculos
y un anillo de inviernos.
Pero eso nada importa...
Soy juventud, soy vida, soy deseo.
Soy nieve dúctil en tus manos suaves
y llama en el contacto de tu aliento.
Ábreme, pues, los brazos,
aunque lleve un amargo de lágrima en los labios,
y un temblor de cansancios en el beso.
No me mires así que me haces daño...
Qué bellas tus pupilas de inconsciencia
que tienen el hondor de los abismos
y el verde oscuro de las aguas muertas.
Qué fuertes esos músculos maduros
bajo la carne aceitunada y fresca,
que tiene a veces el temblor de un niño
o la tensión salvaje de una fiera.
No me mires así que me haces daño...
Con ese aliento abrasador me enervas,
y frente a ti soy gajo que se dobla
rindiendo sus frescuras a la tierra.
Cómo rompe el crepúsculo sus oros
en el lustroso añil de tu cabeza
mientras tus manos torpes se resisten
al loco impulso que en tu ser golpea.
No me mires así con esos ojos
oscuros de inconsciencia...
Dobla mi talle entre tu brazo fuerte,
embriágate en la flor de mi belleza.
Sobre la felpa tibia de los musgos
seremos yo el silencio: tú la selva!
Ven, acércate más, bebe en mi boca
esto que llamas nieve;
verás que con tu aliento se desata,
verás que entre tus labios se enrojecen
los pétalos del ámbar....
Ven, acércate más.
Muerde mi carne
con tus manos morenas;
verás qué dulcemente se desmaya
el cactus de mi cuerpo,
y surge tenue de la nieve dura
la misteriosa suavidad del nácar.
No sentirás mi carne llamearse
con tersas rosas cárdenas,
pero sabrás que es tibia como un nido
de plumas sonrosadas...
Ven, acércate más,
bebe el aliento
que se aleja de mí como una ráfaga;
en vez de fuego sentirás el fresco
despliegue de mis alas....
Deja que entre tu pelo se deshojen
mis manos delicadas;
sabré quererte con quietud de arrullo,
sabré dormirte con calor de lágrimas.
Nadie en la vida te dará más seda
que la que yo destrenzaré en tu almohada;
tendrá el olor del musgo humedecido
y una sutil irradiación castaña.
Ven, acércate más.
Para tu cuerpo
seré una azul ondulación de llama,
y si tu ardor entre mi nieve prende,
y si mi nieve entre tu fuego cuaja,
verás mi cuerpo convertirse en cuna
para que el hijo de tus sueños nazca.
(Al compañero)
Sentémonos allí bajo la sombra
de los granados frescos...
y mientras rueda entre mi boca el grano
sazonado y rojo,
me dirás qué has hecho
desde aquella mañana desteñida
en que por azulados horizontes
el tren humeante
se perdió a lo lejos...
Sentémonos allí sin más testigo
que la celeste claridad del cielo,
no hagas caso del río,
ni del viento que mece los cañales,
ni del espino que en hilera muda
perfuma el ocre pedregal del cerro.
Contéstame, ¿en qué ocasos
hundiste el nido tibio
que con mis manos ahuequé
en tus dedos?
¿En qué copas vaciaste las caricias
que delirante deshojé a tus besos?
¿Por qué licor
cambiaste los peluches
rosados de mis senos,
que entre tus manos semejaban
lirios de ternura
o cámbulos de fuego?
¿Qué hiciste pues
de aquella rosa viva
que fue para tus vértigos
mi cuerpo,
cuando tronchaba, palpitante y muda
te dio su savia en el dolor de un rito
y en la infinita languidez de un beso?
Sentémonos allí bajo la sombra
de los granados frescos...
y que el secreto sollozar del alma
cubra de nieve el llamear del cuerpo!
Vámonos silenciosos por las hondas
avenidas de palmas,
y dejemos la luna que se tienda
como una enredadera a nuestras plantas.
No derrames la copa de tus labios
entre mis manos blancas,
porque son porcelanas palpitantes
que transparentan el fulgor de mi alma.
Deja que la mudez de nuestras bocas
devore las palabras,
mientras la fría claridad del cielo
tiñe de azul la placidez del agua.
Es inútil que dejes tus pupilas
vagar entre su túnica rosada;
solo hallarás entre mi cuerpo tibio
una glacial coloración de nácar.
Quiéreme así, con la sonrisa triste,
con las pupilas al placer selladas;
y si a tu beso me traiciona el llanto,
bésame más... sin preguntarme nada.