Poemas de Juan Carlos Mestre para leer.
Sobre el poeta Juan Carlos Mestre [occultar]
Mestre no solo es poeta, sino también artista visual. Su fascinación por el grabado y la pintura se refleja en la edición de sus libros, muchos de los cuales incluyen sus propias ilustraciones. Esta fusión de disciplinas revela su visión del arte como un todo indivisible, donde la palabra y la imagen dialogan constantemente.
Su obra sigue siendo un referente para nuevas generaciones de poetas que buscan romper con lo establecido. Mestre demuestra que la poesía puede ser tan política como íntima, tan rebelde como hermosa.
Hablo contigo, ignoro dónde estás, hacia qué luz busca mi Ser el eco en que te escucho.
No hay usura en tu voz, yo sé que un aire limpio te respira, que algo redentor, alguna claridad que arrastra el río lleva
el pensamiento tuyo.
Hablo contigo, una intacta pasión vive en tu fósforo, una única luz que no se apaga mientras la muerte fluye, mientras
la muerte sufre esta palabra.
Y hablo, hablo contigo alrededor de un hueco, alrededor de mí como el que gira mutuo, como aquel que dentro de nosotros
es próximo y se acerca con su haz luminoso de pureza.
Hablo ante el destino que imagina el hombre, eso de desvalido, eso de delirante y turbio hablo contigo. Y es de noche,
es de noche en los dos como metal oscuro, y vemos como largamente la verdad extiende su único hilo de saliva,
un único alfabeto en el rumor de todos.
Hablo contigo, oh bondad compartida de quien es silencioso, sombra de esa sombra que aletea y es vuelo de semejante
elocuencia, el que escribe, el que escucha, el que lámina a lámina va enhebrando en el eco una voz que responde,
esa voz en mí mismo, la que nos alumbra y persuade desde más allá de la muerte.
El que desterrado por la pobreza
vive sin corazón en lo lejano,
y a nada atiende como suyo
y es lóbrego y cansado bajo el cielo.
El que sale vencido de su casa
y lo arrastra la gente en su murmullo
y transcurre vacío por la calle
y se sienta delante de una máquina.
El doloroso de razón frente a la vida
que muere en la esperanza y no regresa.
A este que nadie ha despedido
y toma el tren un día hacia la aurora.
Nadie lo sabrá, su historia es triste
como un mar que nadie ha descubierto.
No ha querido mirar la primavera,
trabaja por volver, brotar un día
como el árbol florecido que en su huerto
daba sombra y destino a la mañana.
Pensaréis que el cielo habrá de perdonarlo,
pensaréis que el amor,
ciudad y pájaros y torres
sonará de nuevo campanas en sus ojos.
Pero él, que perdido en lo lejano
fue escombro de alameda, ha muerto.
No lo lloréis,
junto a aquel leño oscuro
brotaba un manantial honrado.