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José Iglesias de la Casa

José Iglesias de la Casa

Poemas de José Iglesias de la Casa para leer.

José Iglesias de la Casa: Idilio II - Los celos

Tú, ruiseñor dulcísimo, cantando
entre las ramas de esmeraldas bellas,
ensordeces las selvas con querellas,
su gravísimo daño lamentando.
al Cielo y las Estrellas.
Pesados vientos lleven tu gemido
en las cuevas de amor bien aceptado,
y con pecho en tus penas lastimado,
bien es responda al canto dolorido
de tu picuelo harpado.
¿Quién te persigue. ¿Quién te aflige tanto.
Si acaso es del amor la tiranía,
consuélate con la desdicha mía,
que advirtiendo tu mísero quebranto,
busco tu compañía.
No me desprecies cuando te acompaño,
pensando que en dolor me aventajaras;
pues si mis desventuras vieras claras,
y al fin te persuadieras de mi daño,
quizá el tuyo aliviaras.
¡Triste de mí!, que en páramo apartado,
siendo alimento a pena tan esquiva,
hallé muerte de celo, que derriba
el edificio amante, que hube alzado
sobre agua fugitiva.

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José Iglesias de la Casa: Idilio III - Ilusiones de la tristeza

Descaminada, enferma y peregrina
la estéril tierra piso:
ocúltase la luz que me encamina,
y tiemblo de improviso.
Airado el Aquilón tronca las plantas,
silbando en las cavernas:
suspenden sus dulcísimas gargantas
las avecillas tiernas.
Marchítanse estos prados cuando miran
el fuego de mis ojos;
las florecillas de ellos se retiran,
armándose de abrojos.
Copian mi rostro pálido las fuentes,
y enturbian sus cristales;
huyen de mí las fieras inclementes
con bramidos fatales.
¿Quién les dijo mi mal. ¿Quién les dio cuenta
de mi dolor callado,
cuando el ardor que el alma me atormenta
decir me está vedado.
¿No te basta, cuitada, el miedo extraño
que dentro el alma siente,
sin que todas las cosas en tu daño
se muestren inclementes.
Llora, ¡ay mísera!, llora, pues el llanto
sólo a tu mal conviene:
y ni en hombres y en fieras tu quebranto
remedio alguno tiene.

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José Iglesias de la Casa: Idilio IV - Delirios de la desconfianza

Osé y temí; y en este desvarío
por la alta frente de un escollo pardo
del precipicio donde no me guardo
sigo la senda, preso el albedrío
con pie dudoso y tardo.
Nuevo ardor me arrebata el pensamiento;
discurro por el yermo con pie errante;
la actividad de un fuego penetrante;
ni la inquietud que en mi interior sïento,
huyen de mí un instante;
por el hondo distrito y dilatado
del corazón en fuego enardecido
se explayó el gran raudal de mi gemido
y la dulce memoria de mi amado
hundió en eterno olvido.
Soy ruinas toda, y toda soy destrozos,
escándalo funesto y escarmiento
a los tristes amantes, que sin tiento
levantaron de lágrimas sus gozos,
gozos de inútil viento.
Los que en la primavera de sus días
temieron el desdén de sus amores,
envidien el tesón de mis dolores,
y fuego aprendan de las ansias mías
los finos amadores.

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José Iglesias de la Casa: Idilio V - La agitación

¡Ay! ¡Cómo ya la alegre primavera,
a su felice estado reducida,
torna a las plantas nuevo aliento y vida
esmaltando las flores su ribera,
que antes se vio aterida!
Suelta el raudal su risa armonïosa;
y canta el ruiseñor con trino doble:
de púrpura se viste el clavel noble,
y enlaza al olmo con la vid hermosa,
y con la hiedra al roble.
¡Qué de veces me vio rosada Aurora
mustia y débil la flor de mi hermosura,
reclinada del monte en la espesura,
y en vela inquieta me encontró a deshora
llorando mi ventura!
Cae del cielo la noche tenebrosa;
cubren sus alas negras todo el suelo:
mi dolor se acrecienta y desconsuelo,
y paz el blando sueño da engañosa
a mi triste recelo.
Que despierto asustada: y mi cuidado
me lleva a yerma orilla de ancho río:
vuelvo en vano a dormir, y desconfío
de poder encontrar puente ni vado
al triste curso mío.
Triste de mí que sigo temerosa
la luz escasa del funesto fuego,
que el poder de mis ojos deja ciego,
y émula de la incauta mariposa,
a su volcán me entrego.

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Oda en sáficos-adónicos: Poema de José Iglesias de la Casa en español fácil de leer

José Iglesias de la Casa: La rosa de abril

Zagalas del valle,
que al prado venís
a tejer guirnaldas
de rosa y jazmín,
parad en buen hora
y al lado de mí
mirad más florida
la rosa de abril.

Su sien, coronada
de fresco alhelí,
excede a la aurora
que empieza a reír,
y más si en sus ojos,
llorando por mí,
sus perlas asoma
la rosa de abril.

Veis allí la fuente,
veis el prado aquí
do la vez primera
sus luceros vi;
y aunque de sus ojos
yo el cautivo fui,
su dueño me llama
la rosa de abril.

La dije:-¿Me amas?-
Díjome ella:-Sí-.
Y porque lo crea
me dio abrazos mil.
El Amor, de envidia,
cayó muerto allí,
viendo cuál me amaba
la rosa de abril.

De mi rabel dulce
el eco sutil
un tiempo escucharon
londra y colorín;
que nadie más que ellos
me oyera entendí,
y oyéndome estaba
la rosa de abril.

En mi blanda lira
me puse a esculpir
su hermoso retrato
de nieve y carmín;
pero ella me dijo:
-Mira el tuyo aquí-;
y el pecho mostróme
la rosa de abril.

El rosado aliento
que yo a percibir
llegué de sus labios,
me saca de mí;
bálsamo de Arabia
y olor de jazmín
excede en fragancia
la rosa de abril.

El grato mirar,
el dulce reír,
con que ella dos almas
ha sabido unir,
no el hijo de Venus
lo sabe decir,
sino aquel que goza
la rosa de abril.

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