Poemas de José Antonio Labordeta para leer.
de Vicente Cazcarra
Hoy he visto a tus padres, cuando volvía a casa.
Él me miró en silencio,
con los ojos perdidos del hombre que trabaja,
día y noche, en los trenes. Ella, tu madre,
me anunció tus treinta años igual que yo- cumplidos,
y tu hermana tenía ardor y rabia en las palabras.
Repetimos la historia, tu silencio;
la voz que conocimos ya no existe
y sin embargo, sabemos que envejeces, igual que yo
-soy calvo y apunto para padre-, día a día.
Me hablaron de tus manos, de tus pies...
Los días pasan lentos, uno a uno,
pero dañan y llagan y hacen hueco
y sombra sobre el alma.
Recuérdote
sentado en el pupitre, allá en la vieja aula,
hablando sobre Dios y la justicia,
viendo llegar el cierzo. Cada día que pasa
se te marca también a mí- la llaga
del hombre acorralado.
Es doloroso, ya ves,
saberte casi muerto en medio dela vida.
Tu padre dijo adiós. Tu madre
repitió tus treinta años, y tu hermana
me aviolentó de golpe con tu hombría.
Este tiempo. La lluvia.
Nadie venía a verme por la tarde
y el corazón
opuesto a las palabras,
rendía su homenaje silencioso.
Lejos hablaba el mar, la noche.
Siempre los pasajeros
sienten terror del cielo
y nadie representa la comedia
con el tono de voz apetecido.
Seguía el agua golpeando
y nostálgicos paraguas
redimían la aurora.
Vengo del aire o nunca
decías con tus labios
y más allá, muy lejos,
respiraban los hombres su deseo.
Cada encuentro sucede
apetecido. Todos tienen temor,
es algo repentino.
Y encuentro el horizonte,
el sol guillotinado.
Nostálgico recuerdo.
Ahora y llueve digo
como amor sin palabras:
Sucede le pensamiento.
de Emilio Gastón
Hoy me he dado de bruces
con tu ángel,
borracho en una tasca:
Olivitas rellenas, chorizo riojano,
tinto de Cariñena.
Burocráticamente hablando,
tu ángel se ha hecho ficha
de señor que revienta en los tranvías,
mientras tú, soldado de hace años,
marivioleas por el campo con tus hijos.
Duélete todo, lo sé.
Duélete el mar, la torpe hipocresía,
los mansos ciudadanos, la agonía
de tanto pobre hombre. Yo lo sé
y por eso te tengo entre mis labios.
Tu ángel juvenil se ha puesto gordo
de hacer con tu bondad su melodía.
Javalambre con nieve. Sobre el pecho,
como una inmensa herida,
los Mansuetos se abren: Carne joven
en la vieja tierra. Gira el cielo.
Pasan, camino de la mar,
los enormes camiones de transporte:
¡Adiós!
¡Adiós!
Hoy, San Martín mudéjar, me nostalgia
los amigos que tuve, allá, en mi infancia.
Miro hacia el fondo: Villaespesa.
Todo lleva consigo
la tierra que surge desde dentro:
Teruel:
Áridas voces de mineros, ascienden
del violento carmín de tu paisaje.
A nadie golpeamos
y fuimos, al contrario, empujados,
hasta caer de bruces en la yerba.
A nadie hicimos daño
y fuimos juzgados,
silenciados, hundidos, una y otra vez.
No tuvimos valor de levantar la mano
de poner la mejilla, el otro rostro lado
para recibir un nuevo golpe.
Nada hicimos.
Enjugamos las lágrimas, el miedo,
arrinconamos nuestras dudas
los odios
y seguimos intentando vivir -¿vivir?-
amargamente unidos al espacio vital
que nos ofrecen.
Ahora, luego, ya nadie
se pregunte
qué hacer, qué caminamos.
Estamos todavía absorbidos por la tierra
brutal, seca, infinita
que nos tiene apresados.
Cantamos.
Cantamos por las calles avenidas a medias-
con nuestro amor -¿amor aquello?- sobre
la espalda recién cicatrizada aún.
Y tardes enteras
en las vespertinas sesiones de cines humildes
cogidos de la mano -¿amor aquello?- inútilmente
horas y más horas. Hasta casi las nueve de la
noche.
Y luego el reverendo padre
en el púlpito barroco y torturado
acusándonos a todos -¿amor aquello?-
por unos besos nunca omitidos.
Y a pesar de todo
cantamos hasta abordar tus labios
con mis labios desesperadamente hartos
del silencio no vida tantas horas paradas
ante un escaparate iluminado.
¿Amor aquello?
Sí amor aquello
unido abrazo pleno hasta saciar la sed
del dedo la palabra el llanto
la agonía de los besos furtivos
en un baile aséptico domingo por la tarde
en la ciudad.
Silenciosa la anciana
reza en tu cementerio. Corre la niña.
El cielo está pendiente de la roca.
Aire sobre la muralla,
detenido,
como un lamento,
como una larga frase derrumbada.
Guadalaviar torcido, ausente,
lames, ceremonioso, la roca
que desciende.
Albarracín,
quilla de piedra,
rojo penacho de cuestas y de arcadas,
sobre ti duerme el tiempo,
sólo pervive el agua.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Cuando vuelvas
cuando cansado te sientes al borde del camino
y contemples el mar
como una luz vencida
y el otoño te traiga
el amargo sabor de los días agrestes
RECUERDA,
como si nada fuese a suceder,
tus infinitos pasos
huellas sobre las yerbas de otros días.
Luego crece
crece hasta sucumbir como un gigante
como una hormiga inútil
Tú y yo
y el celeste paisaje de las noches
habremos sido viento
palabras apresadas
miedo vencido
inútil NADA.
a Pepe Sanchis y Magüi, que conmigo
conocieron Belchite.
Hemos ido otra vez, entre las piedras,
a través del partido panorama de la adoba
y el cierzo venteando en los rincones,
a aquel lugar abandonado hoy-
donde papá mamó de nuestra abuela.
Hemos ido de yerbajo hasta la tumba,
de bóveda caída hasta la fuente
y nadie presenció nuestra presencia.
Está todo batido por la yedra.
Todo se hace cielo abierto hasta la entraña.
Todo se hace paisaje,
todo se hace monte,
solitario matojo, viento y horizonte.
Los recuerdos anidan entre el polvo,
la tapia derrumbada y el ocaso del cielo.
Un día y otro día los abaten,
los rompen, los trituran,
y al final ni tumbas, ni páramos ni yedra:
Sólo olvido.
Te he visto envejecer entre mis manos,
mis caricias tus manos me abrazaban
un día y otro día- sin poder detenerte,
detenernos.
Tus ojos querían para mí
las cosas dulces, suaves,
aunque tú ya sabías lo violenta,
dura y desolada,
que está la vida. Y una vez,
y otra vez, me hablabas del camino.
Y ya hoy
-Ana y Ángela, mis hijas,
te recuerdan- te veo como nunca lo hice:
Agobiada por años y más años,
por palabras y ausencias,
por dolores.
Quisiera para ti
toda la paz del mundo. Toda la paz
que no pudimos darte.