Alemania: 1749-1832
Poemas de Johann Wolfgang von Goethe para leer.
Cierto día, temprano, cuando el empeño se adornó con impaciencia,
La Musa siguió la corriente del río,
Hasta un rincón apartado y tranquilo.
Rápida y sonora fluía
La cambiante superficie distorsionada,
Hacia sus figura encantadora que huía,
Entonces la Diosa abandonó la ira.
Sin embargo, el arroyo la llamó burlándose::
¿No verás entonces la verdad en mi claro espejo?
Pero ella corría lejos, cerca del océano;
En su figura el regocijo alababa,
Adornando debidamente su guirnalda.
En tu luz matinal como me envuelves,
¡oh primavera amada!
Con todas las delicias del amor,
entra en mi pecho
tu sacro ardor de eterna llamarada;
¡oh infinita Belleza:
si pudiese estrecharte entre mis brazos!
Recostado en tu pecho languidece
mi corazón; de musgos y de flores
dulcemente oprimido, desfallece.
Tú apaciguas mi sed abrasadora,
¡oh brisa matinal y acariciante!
mientras el ruiseñor enamorado
me llama entre la niebla vacilante.
Ya voy, ya voy, y ¿adónde?
¡Ay! ¿Adónde? Hacia arriba, ¡siempre arriba!
Flotan, flotan las nubes o descienden
y abren paso al amor de ímpetu fiero.
A mí hacia mí, contra tu ser, ¡arriba!
¡En abrazo sin par, arriba, arriba!
Contra tu corazón, ¡oh dulce padre,
oh inmenso padre del amor fecundo!
Abandonar debo el chozo
donde vive mi adorada,
y con paso sigiloso
vago por la selva árida;
brilla la luna en la fronda,
alienta una brisa blanda,
y el abedul, columpiándose,
a ella eleva su fragancia.
¡Cómo me place el frescor
de la bella noche estiva!
¡Qué bien se siente aquí
lo que nos llena de dicha!
¡Trabajo cuesta decirlo!…
Y sin embargo, daría
yo mil noches como esta
por una junto a mi amiga.
Poemas cortosPoemas y poetas alemanes
¡Oh tú, la hermana de la luz primera,
símbolo del amor en la tristeza!
Ciñe tu rostro encantador la bruma,
orlada de argentados resplandores;
Tu sigiloso paso de los antros
durante el día cerrados cual sepulcros,
a los tristes fantasmas despabila,
y a mí también y a las nocturnas aves.
Tu mirada domina escrutadora
y señorea el dilatado espacio.
¡Oh, elévame hasta ti, ponme a tu vera!
No niegues a mi ensueño esta ventura;
y en plácido reposo el caballero
pueda ver a hurtadillas de su amada,
las noches tras los vidrios enrejados.
Del contemplar la dicha incomparable,
de la distancia los tormentos calma,
yo tus rayos de luz concentro, ¡oh luna!,
y mi mirada aguzo, escrutadora;
poco a poco voy viendo los contornos
del bello cuerpo libre de tapujos,
y hacia él me inclino, tierno y anhelante,
cual tú hacia el de Endimión en otro tiempo.
-¿Conoces el país de medra el limonero
y doradas naranjas bajo la parra brillan?
Del cielo azul un leve céfiro se desprende
plácido el arrayán y altivo el laurel vibran.
¿Conoces el país?, dime.
-¡Oh, sí, allá
contigo, amado mío, quisiera yo volar’
-¿Conoces tú la casa? Su techo se sostiene
sobre columnas; fulgen el salón y las cámaras,
y marmóreas estatuas, mirándome, se yerguen;
Oh, ¿qué te han hecho, dime, mi pobre malpocada?
¿Conoces el país?, dime.
-¡Oh, sí, allá
contigo, mi ángel bueno, quisiera yo volar!
-¿Conoces la montaña y su nubosa senda?
La mula, entre niebla va buscando el camino
del dragón en las cuevas la vieja raza anida;
rueda la roca y cae y en el agua se abisma.
¿Lo conoces tú?, dime.
-¡Oh, sí, allá
oh padre mío, debemos el paso enderezar!
¡Oh, Desdichadas estrellas! Vuestro destino lamento.
Vosotras que han iluminado el mar y el marinero,
Radiantes destellos que adornan los cielos;
Dioses y hombres os han despreciado:
No las aman, jamás han aprendido a amar.
Incesante e interminable danza os mueve
En el espacioso cielo, donde vuestro encanto se despliega.
Qué lejos habéis viajado, penetrantes gemas del abismo.
Demorado en mi amor, en el único amor en mí;
Confieso que yo también os he olvidado.
Hinchada el agua, espumajea,
mientras sentado el pescador
que algún pez muerda el anzuelo
plácido aguarda y bonachón.
De pronto la onda se rasga,
y de su seno-¡oh maravilla!-
toda mojada, una mujer
saca su grácil figurilla.
Y con voz rítmica le increpa:
-¿Por qué, valiéndote de mañas,
hombre cruel, tiras de mí
para que muera en esta playa?
¡Si tú supieras qué delicia
allá se goza bajo el agua,
tal como estas te arrojarías
al mar, dejando en paz la caña!
¿No ves al sol, no ves la luna
cómo en las ondas se recrean?
¿Doble de hermosos no parecen
cuando en las agujas se reflejan?
¿No te seduce el hondo cielo
cuando su azul, húmedo muesta?
Cuando este aljófar lo salpica,
¿del propio rostro no te prendas?
Hinchada el agua, espumajea,
del pescador lame los pies;
siente el cuitado una nostalgia,
cual si a su amada viera fiel.
Cantaba un tanto la sirena,
todo pasó en un santiamén;
tiró ella de él, resbaló el hombre,
nunca más se dejó ver.
Van cabalgando en altas horas
entre la lluvia y el misterio,
y como el niño está miedoso
lo arrima el padre contra el pecho.
-¿Qué tienes, hijo, que así tiemblas?
-Al rey de los silfos contemplo
con cetro real y manto undívago.
-Solo son nieblas por el cielo.
-Vente conmigo, niño hermoso,
a mi palacio azul de ensueño;
Con trajes de oro y pedrería
en los pensiles jugaremos.
¿No sientes, padre, cuál me llama
con dulces voces en secreto?
Deja el temor. Lo que tú escuchas
son hojas secas en el suelo.
¿Por qué demoras? De mis hijas
tendrás los mimos y los besos,
y con sus cantos y sus danzas
te arrullarán entre tu lecho.
Del rey las hijas no contemplas
en la penumbra, a lo lejos?
-No llores más… Son lentos sauces
que se columpian en el viento.
-Si tú no vienes, a la fuerza
te tomaré porque te quiero.
-Me ahoga, padre, entre sus brazos
el rey de los silfos, violento…
Aguija entonces el caballo
y asiendo aún más al pequeñuelo
llega a su hogar… Cuando se apea
halla, oh dolor, que el niño ha muerto…