Poemas de Joaquín Arcadio Pagaza para leer.
Sobre el poeta Joaquín Arcadio Pagaza [occultar]
Su estilo se caracterizó por la elegancia formal y un tono reflexivo, often abordando temas religiosos y naturales con un lenguaje pulcro y meditabundo.
Aunque menos conocido que otros contemporáneos, Pagaza dejó una huella en la poesía mexicana del siglo XIX por su dominio técnico y su dedicación tanto a las letras como a la fe. Su obra sigue siendo estudiada como ejemplo de la poesía clásica en un México en transición.
Asoma, Filis, soñoliento el día,
y llueve sin cesar, en los cercanos
valladares al pie de los bananos,
mi grey se escuda de la niebla fría.
Las vacas a sus hijos con porfía
llaman de los corrales, en pantanos
convertidos; y ruedan en los llanos
pardas las nubes y en la selva umbría.
Oye, se arrastran sobre el techo herboso
los tiernos sauces con extraño brío
al mecerlos el viento vagaroso.
Que trayendo oleadas de rocío
por las rendijas, entra querelloso.
Prende el fogón, amiga, tengo frío
¡Soledad y quietud! Monte y más monte
de verdes tilos, álamos y abetos;
grandes peñascos húmedos y escuetos
sin raudales, sin cielo ni horizonte.
No hay alondra que el rigor afronte
del crudo frío en los salvajes setos;
y el negro buitre y céfiros inquietos
se alejan antes de que el sol tramonte.
Y los robles, calada la capucha
de liquen, aunque el cierzo los azota,
mantienen con el sol eterna lucha.
Poemas cortosPoemas y poetas mexicanos
Escucho aún tu plácida quejumbre,
gigante río. ¡Límpida guirnalda
tu sien orne y del médano la falda
ciñas con aparente mansedumbre!
Del sol hermoso la divina lumbre
retrátese en tu linfa de esmeralda
y en ti se vea tinta de oro y gualda
del Citlatépetl la nevada cumbre.
De tus riberas el papayo rico
la poma ostente en nido de verdura
del tordo herida por el rojo pico
y mézcanse tus palmas en la altura
blandamente agitando el abanico
que al dulce Tlacotalpan da frescura.
De un monte el dorso ríspido y serrado
tiene por trono, y la escarpada cumbre;
se corona en laurel, y su techumbre
las nubes son y el éter azulado.
Por cetro empuña verde y arriscado
monolito de enorme pesadumbre;
las colinas su regia servidumbre
son, y su imperio el valle dilatado.
Se embebece mirando en el bruñido
y liquido cristal su faz severa,
su airoso porte y ademán temido.
Y su música dulce y placentera
son el trueno del rayo y el graznido
del águila salvaje y altanera.