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Isla Correyero

Poemas de Isla Correyero para leer.

Isla Correyero: Angioplastia. 13 de junio de 1995

Paso, desfalleciente, con mi bata traslúcida
al quirófano helado donde yace mi enfermo.

Tiene una arteria ahorcada sobre la mesa fría
y un conjunto de médicos asaltan a su muerte.

Observo desde un ángulo la operación inútil y
me abrasa el deseo de arrancarme los ojos.

Desde la ingle, arriba, van pasando el catéter
hasta pinchar el húmedo corazón que se para.

¡Oh pájaros del miedo! ¡Oh violencias azules!

Mi enfermo ha pronunciado un aullido obediente
y sobre mi cabeza se ha derrumbado el mundo.

Se han movido los cielos.

Un huracán proviene.

He perdido mi vida, yo también.

El relámpago agita los ojos de mi muerto.

Poemas y poetas españoles

Isla Correyero: Coño azul

Mi coño es negro como carbón
evaporado. Pero se vuelve azul a la luz
de la tele y de la luna.
La característica más peculiar que
explica su color y su forma
es
que tiene circulación lenta y
estremecida que va navegando hacia la
tinta de las venas y se abre al desamparo
de mi dormitorio como si
comprendiese que un dedo impenetrable,
masculino,
no pasara por él ni por las sábanas.

Sería una esperanza considerar
que sobre mi coño solitario aún pueden
caber volúmenes remotos
o
un pañuelo azul que penetrase las dos
mitades húmedas y abiertas y así pasar
esta tela azul, ensangrentada,
quedándose,
rompiéndome
porque mi coño ya es invencible,
mi enemigo.

Aislado del amor
cualquier coño es violento.

(De su libro: Mi coño azul)

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Isla Correyero: El deseo

Ésta es la enfermedad cruel del deseo.
La ruta de los pájaros sonámbulos
en vuelo breve bajo las tormentas.
Conozco sus libreas y sus máculas
Y las motrices ansias eternales,
demasiado bien lo conozco.

Desciende azotándome hasta el cauce
y arranca blancas prendas con su apremio.
Cruza paisajes de escarcha subterránea,
desiertos, lunaciones, parajes en crepúsculo.
Es un huésped simbionte en las dunas más altas.
Es un paraje negro oculto entre la nieve.

Cuando llegan las horas del silencio
se asienta en mí y persiste
balancea mis ancas, las abulta.
Es un impulso espeso y enturbiado
que bordea mis labios
y que en fugaz ración muestra su presencia.

Nada sabe del alma ni sus incubaciones,
nada necesita:
sólo el grueso espejo de otro cuerpo caliente.
Y sólo permanece la sombrilla violeta de mis ojos breñales
cuando en la nublada languidez del vaho
el cristal no devuelve más que su superficie.

Ésta es la enfermedad cruel del deseo
que por ti siento siempre,
hondísimo
quemando,
y no devuelto.

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Isla Correyero: Diecisiete de diciembre de 1993

17 de diciembre de 1993

Cuando paso por los pasillos limpios de ginecología
veo a las mujeres desnudas y sin pechos sobre las
blancas camas.

Todas vivas aún bajo la malvada inocencia del cáncer,
rodeadas de flores y pasteles se disuelven en la luz
de la tarde
mientras la masa indefinida de la enfermedad va
creciendo como miles de seres sin conciencia y sin frío.

Mi oscuro corazón de cansada enfermera va cerrando
las puertas de sus habitaciones.

La muerte sigue también detrás de mí.

Una mano me alcanza:

Señorita.

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Isla Correyero: Embrión. 17 de enero de 1994

Es un embrión varón el ser que extrajeron los médi-
cos.

Sabemos que crecerá con una luz violeta en una
máquina y que su madre vendrá todos los días.

Sabemos que el corazón pequeño del durmiente está
agitado como una nube negra y que se chupa el pul-
gar y juega con los líquidos.

Tiene un ojo sin párpado con sueños estelares y cen-
tellea su piel como la de los peces.

Sabemos que domina el blanco en su cabeza y un
manantial azul resuena en su cianosis.

Sigilosamente, alguien desconecta la máquina y la luz.

Ha muerto dulcemente envuelto en unas heces más
negras que la tinta.

Su madre la ha traído un pañal y un trajecito de hombre.

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Isla Correyero: Exploración ginecológica. 8 de enero de 1994

Con una lágrima de luz amarilla al fondo de los ojos
la mujer, desnuda, no obstante cubierta con la saba-
nilla, sentía la exploración del ginecólogo, abajo, des-
cubriendo la mística clausura del bebé.

'Señora, su embarazo resulta ser un algo luminoso y
animal, como paloma o mariposa o ángel, especial-
mente leve y algo líquido'.
'Mi mano entra en usted y es dulce la percepción del ser
que le acompaña'.
'No quiero el guante, no, debo tocar más desnudo y
cierto su línea del arcoiris'.

'Asómese, enfermera, fluye niebla y dolor de esta
vagina'.

'¡Qué profundo es el aliento que percibo! ¡Qué infan-
til agitación recuerdo de belleza y regresión! ¡Qué
tejido celeste y solitario posee la criatura!'

'¿De qué iluminación guardiana es este hijo?'

'Señora, no se levante hasta el noveno mes de esta
camilla'.
'Déjeme comprender sus lágrimas de fuego'.
'He quedado dócil de memoria y ciego con el fulgor'.

'Acepte toda mi fortuna'.
'Acepte toda mi timida necesidad'.

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Isla Correyero: No fluye sangre

No he venido a traerte la violencia que habita en mi
corazón.

No he venido a mostrarte mis ojos despintados y mi último
vestido.

No he venido a distraerte ni a olvidar.

Ni vengo a matarte ni a vivir de tu sombra.

He venido a verte envejecer y a que en tu decadencia me
veas como nunca me viste:

Fría, paciente y azul como un cadáver.

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Isla Correyero: Las medias blancas

Tengo unas medias blancas de encaje que me pongo
cuando me visto el traje negro de los recuerdos.
Son unas medias finas, hambrientas de fantasmas
que hacen juego con pájaros interiores, oscuros.

Las piernas, penetradas por estas bocas blancas,
levemente se abren con signos vegetales.
Los hilos amanecen mi piel,
brotan, perdiéndose,
entre los elevados pensamientos más íntimos.

En derredor: imágenes de ocupación pelviana,
soberbias latitudes desde el puente atestiguan
la entraña y las enaguas levantadas al vuelo.

¡Qué holgada está la tela de la falda de flores,
la rodilla suavísima con olor a naranjas!

Por los muslos se agrandan los dibujos henchidos,
son copos invisibles calcinando altas cumbres.
Me infunden sobresaltos, me clavan dulces flechas,
tan finas son las mallas que saltan los engarces
y hasta el ocre desierto los poros me rezuman
feroces destinos, presagios entreabiertos.

Siento flores y manos crecer entre las piernas
y más arriba el musgo
tapando el azulón vellón de la albufera.

No podía ponerme estas medias sabiendo
la gracia que se esconde, generosa en tu boca.
Espomosas persisten, sin causa me rodean,
temibles de tu roce, sin fatiga,
explorando.

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Isla Correyero: Metamorfosis

Con la misma línea estrangulada
en el talle enfatizando las caderas y los pechos
viene mojada la maniquí.

De dónde esta muchacha que era pobre
ha sacado ese aire de comercio
dónde ha dejado el martirio de Kavafis
la revolución de sus sandalias con suela de pescado,
el negro sentido de su furiosa réplica de Goya
aquella especie de cráneo hermafrodita
ni de varón ni de hembra
sólo un cráneo sediento
interminablemente herido por las moscas
perfecto para dar indiferencia
lento para negar.

Qué diferente fue
sometida
esclavizada a otro.
Y que domesticada ahora por los flases
los dólares
las telas dóciles a la luz y al hilo.

Que cambiazo esta negra con penas
que lloró y ahora
inmaculadamente seria y rica
anda
mojándose de lluvia
libertad.

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Muertos. 17 de enero de 1996: Poema de Isla Correyero en español fácil de leer

Isla Correyero: El perturbado (17 de junio de 1994)

El perturbado camina por el pasillo con una vela en
la mano. Entre la velocidad y la luz de su paso se
ven sus lágrimas azules.

Desviado del mal su voz es indefensa.

Rodeado de moscas blancas, encerrado en su círculo,
camina toda la noche por el hospital,
mientras la cristalina luz de la inocencia le protege.

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Isla Correyero: Prostituta de ocho años

Qué triste está la niña con su lunar postizo
y el carmín de los labios espeso y devastado.

A la luz mortecinade la bombilla roja
tiene la niña un rictus de mujerzuela bella.

Sobre la cama, inmóvil, nos mira agonizante
mediando entre las piernas la sábana arrugada.

De doncel ha quedado su piel, el cuello airoso,
el pecho tan minúsculo de rosadas tetillas.

Y bajo la apariencia de dulces bucles rubios
tiene la niña un nido, deshecho, ensangrentado.

Y un indefenso encaje entre los dedos vela,
el sexo aún sin vello, con el que ríen los niños.

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