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Ignacio Rodríguez Galván

Poemas de Ignacio Rodríguez Galván para leer.

Sobre el poeta Ignacio Rodríguez Galván [occultar]

El poeta que murió demasiado joven

La época de Ignacio Rodríguez Galván

Ignacio Rodríguez Galván vivió durante una época convulsa en México, a principios del siglo XIX, cuando el país luchaba por consolidar su independencia y definir su identidad cultural. Nacido en 1816, su vida coincidió con el surgimiento del romanticismo en América Latina, un movimiento que influyó profundamente en su obra.

Afiliaciones y círculos literarios

Rodríguez Galván fue parte del grupo literario conocido como "Los Romanticistas Mexicanos", que buscaba renovar la literatura nacional con un estilo más emotivo y personal. También tuvo cercanía con figuras como Guillermo Prieto y José María Lacunza, con quienes compartía el ideal de una literatura comprometida con la patria.

Pasatiempos y pasiones

Además de la poesía, Galván se destacó como dramaturgo y periodista. Le apasionaba el teatro y escribió varias obras, aunque su temprana muerte truncó lo que prometía ser una carrera prolífica. También disfrutaba de debates intelectuales en tertulias literarias, donde se discutía sobre política, arte y el futuro de México.

Obras más reconocidas

Entre sus poemas más famosos se encuentran:
  • "La Profecía de Guatimoc" (un canto a la resistencia indígena).
  • "A la muerte de mi hermana" (una elegía llena de dolor y melancolía).
  • "El beso" (un poema romántico que refleja su estilo lírico).

Su legado, aunque breve, dejó una huella en la literatura mexicana, siendo recordado como uno de los precursores del romanticismo en su país. Murió a los 26 años, en 1842, víctima de fiebre amarilla durante un viaje a Cuba.

Adiós, oh patria mía: Poema de Ignacio Rodríguez Galván en español fácil de leer

Al baile del señor presidente: Poema de Ignacio Rodríguez Galván en español fácil de leer

Ignacio Rodríguez Galván: La gota de hiel

¡Jehovah! ¡Jehovah, tu cólera me agobia!
¿Por qué la copa del martirio llenas?
Cansado está mi corazón de penas.
Basta, basta, Señor.
Hierve incendiada por el sol de Cuba
mi sangre toda y de cansancio expiro,
busco la noche, y en el lecho aspiro
fuego devorador.

¡Ay, la fatiga me adormece en vano!
Hondo sopor de mi alma se apodera
¡y siéntanse a mi pobre cabecera
la miseria, el dolor!
Roncos gemidos que mi pecho lanza
tristes heraldos son de mis pesares,
y a mi mente descienden a millares
fantasmas de terror.

¡Es terrible tu cólera, terrible!
Jehovah, suspende tu venganza fiera
o dame fuerzas, oh Señor, siquiera
para tanto sufrir.
Incierta vaga mi extraviada mente,
busco y no encuentro la perdida ruta,
sólo descubro tenebrosa gruta
donde acaba el vivir.

Yo sé, Señor, que existes, que eres justo,
que está a tu vista el libro del destino,
y que vigilas el triunfal camino
del hombre pecador.
Era tu voz la que en el mar tronaba
al ocultarse el sol en occidente,
cuando una ola rodaba tristemente
con extraño fragor.

Era tu voz y la escuché temblando.
Calmóse un tanto mi tenaz dolencia
y adoré tu divina omnipotencia
como cristiano fiel.
¡Ay, tú me ves, Señor! Mi triste pecho
cual moribunda lámpara vacila,
y en él la suerte sin cesar destila
una gota de hiel.

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