Italia: 1798-1837
Poemas de Giacomo Leopardi para leer.
Aquí, vagando del umbral en torno,
la lluvia y la tormenta invoco en vano,
para que la retenga en mi morada.
Bramaba el huracán en la floresta
y el trueno retumbaba entre las nubes,
antes que el alba iluminase el cielo.
¡Oh amadas nubes, cielo, tierra, plantas!,
parte mi amor: piedad, si en este mundo
piedad existe para un triste amante.
¡Despierta, torbellino, y trata ahora
de envolverme, oh turbión, hasta el momento
que en otra tierra el sol renueve el día!
Se aclara el cielo, cesa el viento, duermen
las hojas y la yerba, y, deslumbrado,
de llanto el crudo sol llena mis ojos.
Versión de Diego Navarro
Amé siempre esta colina,
y el cerco que me impide ver
más allá del horizonte.
Mirando a lo lejos los espacios ilimitados,
los sobrehumanos silencios y su profunda quietud,
me encuentro con mis pensamientos,
y mi corazón no se asusta.
Escucho los silbidos del viento sobre los campos,
y en medio del infinito silencio tanteo mi voz:
me subyuga lo eterno, las estaciones muertas,
la realidad presente y todos sus sonidos.
Así, a través de esta inmensidad se ahoga mi pensamiento:
y naufrago dulcemente en este mar.
Versión de Carlos López S.
Siempre querido me fue este yermo cerro
y este cerco que tanta parte
a la mirada excluye del último horizonte.
Mas, sentado y mirando interminables
espacios de allá lejos, sobrehumanos
silencios y su hondísima quietud,
me quedo ensimismado hasta que casi
el corazón no teme. Y como el viento
cuyo tráfago escucho entre las hojas, a este
silencio sin fin esta voz
voy comparando, y pienso en lo eterno
y en las muertas estaciones y en la viva presente,
y sus sonidos. Así a través de esta
inmensidad se anega el pensamiento mío;
y naufragar en este mar me es dulce.
Versión de L.S.
Oh tú, graciosa luna, bien recuerdo
que sobre esta colina, ahora hace un año,
angustiado venía a contemplarte:
y tú te alzabas sobre aquel boscaje
como ahora, que todo lo iluminas.
Mas trémulo y nublado por el llanto
que asomaba a mis párpados, tu rostro
se ofrecía a mis ojos, pues doliente
era mi vida: y aún lo es, no cambia,
oh mi luna querida. Y aún me alegra
el recordar y el renovar el tiempo
de mi dolor. ¡Oh, qué dichoso es
en la edad juvenil, cuando aún tan larga
es la esperanza y breve la memoria,
el recordar las cosas ya pasadas,
aun tristes, y aunque duren las fatigas!
Versión de Luis Martínez de Merlo
Reposarás por siempre,
cansado corazón! Murió el engaño
que eterno imaginé. Murió. Y advierto
que en mí, de lisonjeras ilusiones
con la esperanza, aun el anhelo ha muerto.
Para siempre reposa;
basta de palpitar. No existe cosa
digna de tus latidos; ni la tierra
un suspiro merece: afán y tedio
es la vida, no más, y fango el mundo.
Cálmate, y desespera
la última vez: a nuestra raza el Hado
sólo otorgó el morir. Por tanto, altivo,
desdeña tu existencia y la Natura
y la potencia dura
que con oculto modo
sobre la ruina universal impera,
y la infinita vanidad del todo.
Versión de Antonio Gómez Restrepo