Poemas de Gerardo Deniz para leer.
Que ocupes una mesa frente a sillones obesos,
escribiendo con diez dedos más despacio que yo con cinco,
no es cosa que te perjudique, a decir verdad; tan
estragados estamos
Simplemente, consuma la transustaniación en los ene
pisos del ascensor
para que al llegar a la calle
hayas dilapidado ese tufo penetrante a eufíteusis,
fideicomisos, derechohabientes, cónyuges supérstites
y el número de hoy del Diario Oficial-
-vamos pues; no era para tanto. Al fin y al cabo mi
poesía no aborda grandes asuntos.
Viéndolo bien, en una hora hay tiempo apenas
para seis botones, ul zíper, una hebilla, mientras
maúllas (como si fuese un imperativo del Código de
Procedimientos; v., por si acaso, Fargard 16 y 18
in fine) que anoche alunizaste en el Mare Crisium
y andas tigresa como tú dices.
Polvo. Detrás de la cortina, entre los equipajes,
tosió un Niño de diez años:
-Qué tos más desgarradora e incoercible- comentó acto
seguido con voz argentina.
Remontos aún los pinchos ya candentes de la ciudad
Declaró el maestro:
-No dudo de que este Niño, elapsando el tiempo preciso
para su formación,
alcance la soñada eminencia.
Tendiendo los brazos a la cortina:
-Verás, Niño, cómo merced a un sincero afán de
formalización, usando kets y bras, los teoremas
fundamentales de la mecánica cuántica-
Los ocupantes de la carretera se fueron animando;
renacía la conversación, alicaída por horas.
Cada quien fue exponiendo con llaneza su punto de
vista. El occidente más cerca siempre.
Con la mandíbula descolgada hacia un lado;
el Niño asomó la cabeza para escuchar (cf. 'enseñar
deleitando').
Los últimos compases se perdieron entre el fragor de
las ruedas sobre la calle del Empedradillo.
-Toda ventana encendida sugiere una dicha. Un hogar
apacible y una familia numerosa, de ojos redondos,
sin blanco casi, mirándose unos a otros en silencio,
sentados en camisón malva a la mesa.