Poemas de Federico Barreto para leer.
Sobre el poeta Federico Barreto [occultar]
Federico Barreto, conocido como "El Cantor del Mar", fue un poeta peruano cuya obra está profundamente ligada a los paisajes costeños y al sentimiento melancólico. Nacido en Tacna en 1862, durante la ocupación chilena, su vida y su poesía estuvieron marcadas por el dolor y el exilio, temas recurrentes en sus versos.
Barreto vivió en una época convulsa para el Perú, especialmente para Tacna, ciudad que permaneció bajo control chileno tras la Guerra del Pacífico. Este contexto influyó en su poesía, llena de nostalgia y patriotismo. Trabajó como periodista y abogado, pero su verdadera pasión fue la literatura. Murió en 1929, dejando un legado que aún resuena en la poesía peruana.
Entre sus poemas más celebrados se encuentran:
Barreto cultivó una poesía sencilla pero emotiva, con un lenguaje directo que conectaba con el pueblo. Sus versos, a menudo breves, transmitían una profunda melancolía y un amor por el mar y la tierra natal. Se le considera precursor del modernismo en el Perú, aunque su obra también tiene raíces románticas.
Su obra, aunque no tan difundida como la de otros poetas contemporáneos, sigue siendo un referente de la poesía peruana del siglo XIX y XX.
Sonríes al pasar, con ironía,
Porque me juzgas un rival vencido...
¡Imbécil! La mujer que has elegido,
antes que fuera tuya ha sido mía.
En sus labios de rosa bebí un día,
la esencia del licor apetecido.
Y tú, ¿de qué te ríes? ¿Qué has bebido?
¡Las sobras de la copa de ambrosía!
Poemas cortosPoemas y poetas peruanos
En un tiempo mejor, aquí vivía
el ángel tutelar de mis amores.
A la oración, en estos corredores,
ella, mis versos, repetir solía.
Este era su jardín. Aquí venía,
al despuntar el alba, a coger flores.
¡Bajo este limonero, hoy sin verdores,
nos despedimos para siempre, un día!
Han pasado los años. A su huerto,
ya nadie viene al despuntar la aurora...
¡Desde que ella se fue quedó desierto!;
Un cementerio es su jardín ahora,
y aquí, en las sombras, cuando el día ha muerto,
el alma mía por su ausencia llora...
Ódiame por piedad, yo te lo pido...
¡Ódiame sin medida ni clemencia!
Más vale el odio que la indiferencia.
El rencor hiere menos que el olvido.
Yo quedaré, si me odias, convencido,
de que otra vez fue mía tu existencia.
Más vale el odio a la indiferencia.
¡Nadie aborrece sin haber querido!