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Estanislao del Campo

Poemas de Estanislao del Campo para leer.

Estanislao del Campo: Adiós

De pesar una lágrima sentida
No brote, no, de tus hermosos ojos:
¿Por qué llorar mi muerte si mi vida
Era un erial de espinas y de abrojos?

No puede ser mi luz el dulce brillo
Que derrama en efluvios tu pupila,
Y es mi infierno el que irradia del anillo
Que otro en tu mano colocó, Lucila.

¿Qué iba a hallar este pobre pelegrino
A un desierto sin término lanzado?
¿Adelfas y cicuta en su camino?
¡Oh, no las hay en el sepulcro helado!

En el mar proceloso de la vida
El amor es el puerto de bonanza;
¿Y a dónde guiar mi nave combatida
Si mi amor es amor sin esperanza?

¡Venga el rayo de plomo, que hoy por suerte
Sobre mi frente, amenazante oscila;
Y en la mansión oscura de la muerte
La paz recobre el corazón, Lucila!

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Estanislao del Campo: Epílogo

Ahora sí que eres mía... En el sepulcro
Puedo llorarte solo mi Lucila.
Te envenenó el gusano, rico, enfermo,
Pero tu estrella para mi rutila.

En las joyantes noches del estío,
Cuando era tu vivir una alborada
teñida cual las plumas de un flamenco
Por una luz dulcísima y rosada;

Tu amor fué mi perfume, mi esperanza,
La novela de mi alma, mi alegría,
Cuando tú me decías: Mi poeta,
Me inundabas de luz y de poesía.

Y cuando te entregaron al gusano
Yo lloré en el altar del firmamento,
Pero si a mí me mata tu partida
¡Cómo los matará el remordimiento!

Yo he pedido el perdón para tus culpas
Y pido para Ti, toda delicia...
Tú eres, entre el rayo de la luna
El plateado fulgor que me acaricia.

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Estanislao del Campo: Mi oración a todas horas

Señor mío Jesucristo,
Dios y hombre verdadero,
a quien, aunque nunca he visto
con fe profunda venero:
heme postrado de hinojos
ante tu altar esplendente,
alzando a Ti de mis ojos
la mirada reverente;
humilde el suelo besando,
dándome golpes de pecho,
con cilicios macerando
mis piernas de trecho en trecho;
cubierto de cardenales
de faz ancha y purpurina,
que me sacan los ramales

de esta dura disciplina;
con el rostro macilento
por causa de ayuno tanto,
y entrecortado el acento
por el más amargo llanto;
suplicándote, Señor,
por la sangre que vertiste
para ser el Redentor
del mundo que redimiste;
y rogándote, Señor,
en fervorosa oración,
que siendo mi Criador
impidas mi destrucción.
Y pues misericordioso
infinitamente eres,

líbrame, Jesús piadoso,
del álbum de las mujeres.
El álbum, Señor, es peste
que no habrá quien la sofoque
si desde el reino celeste
no nos mandas a San Roque.
Líbrame, Señor, ya que eres
la fuente de todo bien,
del álbum de las mujeres,
por siempre jamás, amén.

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Estanislao del Campo: En un overo rosao

En un overo rosao,
Flete nuevo y parejito,
Caía al bajo, al trotecito,
Y lindamente sentao,
Un paisano del Bragao,
De apelativo Laguna,
Mozo jinetazo,¡ahijuna!,
Como creo que no hay otro
Capaz de llevar un potro
Asofrenarlo en la luna.
¡Ah criollo!, si parecía
Pegao en el animal,
Que aunque era medio bagual
A la rienda obedecía,
De suerte que se creería
Ser no sólo arrocinao,
Sino también del recao
De alguna moza pueblera:
¡Ah Cristo¡ ¡quien lo tuviera!…
¡Lindo el overo rosao!

Como que era escarciador,
Vivaracho y coscojero,
Le iba sonando al overo
La plata que era un primor;
Pués era plata el fiador,
Pretal, espuelas, virolas,
Y en las cabezadas solas
Traía el hombre un Potosí:
¡Qué!…¡Si traía para mí,
Hasta de plata las bolas!

En fin, como iba a contar,
Laguna al río llegó,
Contra una tosca se apeó
Y empezó a desensillar.
En esto, dentró a orejiar
Y a resollar el overo,
Y jué que vido un sombrero
Que del viento se volaba
De entre una ropa, que estaba
Más allá, contra un apero.

Dió güelta y dijo el paisano:
-¡Vaya Záfiro! ¿Qué es eso?-
Y le acarició el pescuezo
Con la palma de la mano.
Un relincho soberano
Pegó el overo que vía
A un paisano que salía
De la agua en un colorao
Que al mesmo overo rosao
Nada le desmerecía.

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Estanislao del Campo: Última lágrima

«Consumatum est!» Jesu-Cristo

¡Ya todo se acabó!.

Dejad que el pecho

Por un instante con mi mano oprima,

Dejad que el llanto de mis ojos corra,

Dejad que mi alma sollozando gima.

Es, señora, mi llanto postrimero,

Llanto del triste corazón herido,

Es mi último sollozo en este mundo,

Es en la tierra mi postrer gemido.

Llorar al pie de un tumulto, señora,

Nunca del noble corazón fue mengua;

Pues con el llanto el sentimiento dice

Lo que decir no puede con la lengua.

La antorcha que encendieron en el ara,

A cuyo pie fijasteis vuestra suerte,

A mis ojos, señora, sólo ha sido

El amarillo cirio de la muerte.

En la blanca guirnalda, que al cabello

Prendieron vuestras manos delicadas,

Mis ojos sólo han visto flores tristes

Sobre el paño de un féretro arrojadas.

En el Sí que dijeron vuestros labios

Sólo oí el estertor de una agonía,

El rechinar del enmohecido gozne

De un helado sepulcro que se abría.

¡Ya todo se acabó!.

Dejad que el pecho

Por un instante con mi mano oprima,

Dejad que el llanto de mis ojos corra,

Dejad que mi alma sollozando gima.

¡No lloro ya!.

la piedra funeraria

para siempre cayó pesada y fría.

¡Las losas de las tumbas nunca lloran,

Y una tumba es, señora, el alma mía!

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