Poemas de Eduardo Moga para leer.
Sobre el poeta Eduardo Moga [occultar]
Eduardo Moga (Barcelona, 1962) es un poeta, traductor y crítico literario español cuya obra abarca una amplia variedad de temas, desde la reflexión filosófica hasta la observación cotidiana. Su labor como traductor de más de 20 autores extranjeros ha influido notablemente en su estilo literario, caracterizado por un lenguaje preciso y una profunda exploración del ser humano.
Nacido en Barcelona, Moga estudió Derecho y Filología Hispánica, aunque dedicó su vida principalmente a la literatura. Durante años, trabajó como editor y crítico en revistas literarias, consolidándose como una voz relevante en la poesía contemporánea española. Su labor como traductor incluye obras de poetas como Konstantinos Kavafis, Joseph Brodsky y Wislawa Szymborska, lo que enriqueció su propia escritura.
Entre sus poemarios más reconocidos se encuentran:
Su poesía se distingue por un tono introspectivo y un uso meticuloso del lenguaje, combinando imágenes cotidianas con reflexiones metafísicas.
Moga cultiva una poesía intelectual pero accesible, donde la precisión léxica y la musicalidad del verso juegan un papel fundamental. Su obra oscila entre lo narrativo y lo lírico, con frecuentes referencias a la filosofía, el arte y la historia. A diferencia de otros poetas de su generación, evita el barroquismo, optando por una escritura más depurada y directa.
Su legado continúa creciendo, con nuevas generaciones de lectores descubriendo su obra a través de antologías y recitales.
El sol poniente
orina óxido y oro.
Un estornino.
*
Asperja rojos
el cielo acuchillado.
La luz se agrieta.
*
Bajo los álamos,
las sombras amamantan
grumos de nieve.
*
La tarde se hace
metacrilato y sueño
en el vagón.
*
Alguien bosteza
ruidosamente. Fuera,
una amapola.
(Poema inédito proporcionado por el autor)
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
A Juan Luis Calbarro.
Regresas como un pájaro de sueño,
como un fruto caído del tiempo. Hablas
desde el fin de las cosas, despoblada
de labios, grávida de labios, sexo
en el caz del teléfono, deshielo
de besos que habitaron mi garganta.
¿Por qué no permaneces en el ámbar
del silencio? ¿Por qué no sigues siendo
fuego ausente, clamor de nada, oro
muerto, oquedad donde brotó mi nombre?
De alas y oscuridad es tu retorno,
de sombras que respiran. Y yo, insomne
aún de ti, abrasado, oigo tus ojos,
tus cenizas pidiendo que te toque.
Te esperaba en el alambre del día, comiendo latidos, sofocando el grito de los huesos. A veces, sin embargo, cuando las poleas levantaban relámpagos y la noche sabía a almacén, callaba. Recordaba entonces las cosas pequeñas: la luna húmeda que encendía nuestros pasos junto al muelle o las palmeras amarillas de Tozeur o aquel lento cometa, sobre los montes caudalosos, a cuyo paso imaginamos la vejez. Te esperaba, deshabitado, acariciando el tiempo.
Ahora que se ha endurecido tu imagen, no sé dónde guardas el pan, dónde los quicios, las rodillas familiares, los ídolos de tu olor; he olvidado cuándo regresarán tus manos. Aquí, mientras tanto, ascensores, transeúntes, horas que escupen lágrimas.
Te esperaba. Hablábamos de cosas sencillas. E ingería la ropa, los pezones, tu mínima tos. Después salíamos a cenar como si nos hubiera amenazado un ángel.
Los cuerpos, esferas, se reúnen.
Se unifica la saliva
y circula
desde la migraña hasta el glande,
desde el sudor de la habitación
hasta la flores más negras.
Somos la saliva que gira en los miembros numéricos,
la saliva acoplada al vértigo.
Tu piel se adentra, se duplica,
cristaliza como el árbol,
ríe geológicamente,
y yo la persigo con mi piel, con la culata de la piel,
con la masticación que corona el latido.
Oigo el cuerpo,
su tránsito de bulbos, su río haciéndote,
haciéndome,
erguido bajo tus piedras
y tu consciencia.
No veo nada, salvo el círculo,
que es sol nocturno,
sed de luto
que me procura íntimos intestinos
y penumbras blandas
y besos transtornados.
Bebo, pues, bebemos,
coordinamos las glándulas,
nos bañamos en carne,
las baldosas son carne,
las pestañas son carne,
el edredón es carne,
y los líquidos en el límite de la fuga,
y el estertor de las nalgas,
y el signo igual que componemos
en esta penumbra que conserva
los enseres de nuestra soledad.
Qué rumor de vientres simultáneos.
Qué prisa de bocas
extrayendo, culpables,
lo último de nuestro cuerpos.