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Eduardo Anguita

Eduardo Anguita

Poemas de Eduardo Anguita para leer.

Eduardo Anguita: Allegro bárbaro

En un rincón de tu cuarto hay un caballo sonámbulo que no te dejará dormir con sus mármoles desvelados. Hay una hoja de amianto finísima que busca colocación entre la pared y tu alma. Entre hielos, hermosa muchacha, no mires, no te muevas, no constates: ni el amor que reclama su parte recíproca imperiosa, ni la situación de urgencia blanca de tu cuerpo aprisionado por un fuego del cual no puedo fijar la procedencia, porque ha nacido justamente del espacio que media entre yo y tú, entre tu presencia y mi destemplado deseo que se agita como una lengua, en este recinto, como en un abismo,

Por lo demás, no creo que te cieguen tus propios delirios o tu transparencia que deja sospechar más de lo existente. No te muevas, no percibas, no conozcas. Mujer, fosforescencia querida, ¿podrás dormir?

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El conocimiento perturba: Poema de Eduardo Anguita en español fácil de leer

Eduardo Anguita: Elegía y delirium tremens

A Edgar Allan Poe

Tan víctima
con el pulmón expuesto al sueño
y al aire de las vidrieras
a golpes de fuego
subiendo por los lados fríos
donde te busca la luz en traje de tonta
No huyes víctima a la instalación de las desgracias.

Tan indeciso mártir servidor de todo lo que miras
del rostro en la plaza sentado y certero
los muebles que descender no te desmayes
la obligación al mundo va hacia tu cabeza
a lo largo del cuerpo evaporado.

Expuesto a las habitaciones involuntarias
ahí cayó un hombre con piernas de crema
cercado por la mirada del gusano
en columnas inocentes elevas el zumbido
de tu cadáver dócil como una sábana.

Muy luz y algo valentía
pese a los abismos que abren las ondulaciones del miedo
ni jaula ni espejo
o lo contrario
trozo de canario
para alumbrar el crimen en la altura.

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Eduardo Anguita: Labrador del mar

Bajo velas de hojas vegetales,
entre claveles de un jardín de lino,
atraviesa mi barco con frutales
dragones griegos de celeste vino.

No son flautas sus algas vesperales,
ni ha crecido la luna en su camino,
mas huyen labradores pastorales
cazando al torso de un lebrel marino.

Tú, ramaje de agua, espejo lento,
leche del seno azul de la mañana,
pájaro de las islas Barlovento:

Echa las redes a tu pez de lana,
sirena-flor nacida contra el viento
o en la pollera oval de una campana.

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Eduardo Anguita: Límite oceánico

Para la jarcia de su piel de arena,
con zodiacal guitarra, entre los mares,
sin alcanzar a Ulises sus cantares,
llamarán por tres veces las sirenas.

Sobre la loza de una luna llena
beberá el cisne menta de pomares
y con rocío astral de aves lunares
mojarán los tritones su melena.

No orillará el marino los linderos
con que el geógrafo oceánico al viajero
encierra dentro de su huerto de ola;

Ni pastará con peces la legumbre
que con climas florales no le alumbre
el acuario del ángel-banderola.

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Eduardo Anguita: Litoral de la sirena

Sobre el tren joven de la niñería,
arranca tú, mi celestial incauta,
no atenta a Pan, que silbará en su flauta,
mas sabia al pez, que entre la luna fría.

Soldaba el riel de la melancolía
ya muerta en velas del velero nauta.
Para vivir en mi viajera pauta
¡pincha al caballo con tu espuelería!

Alfileres de agua, labio mío,
al romper los andenes de tu frío
no sin luneras rosas, no sin pena,

Locomotoras hacen, estivales,
que dancen a los cantos pastorales
de eléctricas guitarras de sirena.

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Eduardo Anguita: Posición de combate del viajero

Como espadas de luz, portando al cinto
imperiales abejas de azul pelo,
desciende a la destreza de mi vuelo,
pelea el sol contra mi avión jacinto.

Ruedas de nácar de diurnal instinto,
plumas de luna, hélices del hielo,
cortan las cuerdas y la crin del cielo
del día muerto en un misal corinto.

Ay, marino celeste, derrotado
por sus bélicas flores, no te vayas
sin brillar con tu sable de grosella.

Que aunque estén las medusas de tu lado,
¡tú, soldado, perdieras las batallas,
y tú, aviador, quebraras las estrellas!

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Eduardo Anguita: Prohibición de respirar

Vivo en las paredes donde la muerte
tiene colgada su sombra.
Las ventanas cambian de hueco en mano.
De vez en cuando un cielo visita el cielo de mi cerebro,
debido a él los animales se hacen más pesados y caen.
Porque los sonidos fermentan la tempestad,
yo estudio los gestos de los otros,
su mal hábito de irse acabando por los pies,
e insectos cubren mi estrella de la frente.

Poemas cortosPoemas y poetas chilenos

Eduardo Anguita: Recuerdo de infancia

Los mendigos escapan del tallo de las plantas
en gruesas gotas de dignidad y mármol.
Vuelan por el día como los primeros leños
en el monumento espeso del aire de los suspiros.

Sobre los techos crecen a toda hora ciegos presuntuosos
pero los hilos de un muerto extraño a la casa
los enredan y enseñan a caminar despacio.

Paciencia: mañana el difunto será convaleciente
y partirá desde su cuerpo
hacia la simplicidad de una voz
en la tiniebla endurecida.

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Eduardo Anguita: La risa o los funerales de Mister Smith

¿Por quién ríe el arzobispo cuando tam tam tañen las campanas de medio
campanario al fondo de la luz?
¿Por quién muestra sus botones quebrados por la vegetación y la espátula
este hombre con cuerpo de campana en madera?
Por Mister Smith, que murió estando muerto, como desperdicio de cocina.
Y ésta es la verdadera risa del rostro de cualquier hombre.

Ved qué es la risa, sino un vegetal que farsantea.
Ved cómo semeja una bestia torcida por el frío.
La máscara se socarra, concheperla y cuero.
El que ríe finge retirar sus bordes,
pero uñas pequeño-brillantes murmuran sílabas.

Mister Smith había pasado al fondo de un tablado,
se mostró semidesnudo como un hueso entre frutas.
Ver esto y largarse a reír fue todo uno,
como si viera aparecer un agua cortada en ambos extremos.

El que ríe muestra los dados,
dados sensibles hechos de mama y de nene,
ah, el traidor se enjuaga con ellos,
como con ojos, como con yerbas, como si no fueran él mismo.

Intensamente agazapado, ríe en la noche.
Yo lo miro reír por vez primera en la vida.
¿Qué es la risa? Un libro se abre
con las páginas cariadas, qué divertido, qué aire.

Brillan las manillas, las aldabas, a lo lejos fuma la muerte,
un pequeño fulgor es la risa de la bestia.
En ella un desconocido se contempla el reverso.
Se abre una rosa y el sermón continúa más serio.

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Eduardo Anguita: Soneto 1942

Amé vivir en cielo inmaculado,
labrado en soledad y muerte pura:
igual que el cielo, ileso mi costado
creció sin sangre, fuerza ni premura.

Inquieto, como tiempo amortajado,
Al sentirme sin vida ni amargura,
torné a tu fuego de ángel derramado
olvidándome yo en la quemadura.

Así, furioso, incierto, desvelado,
locamente veloz e iluminado,
iluminado en goce y en dolor:

Contigo quemo el cielo y el reposo,
inauguro al Terrible y al Hermoso
Amor, Feroz Amor, ¡oh dulce Amor!

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