Poemas de Circe Maia para leer.
Sobre el poeta Circe Maia [occultar]
Circe Maia (Montevideo, 1932) fue una poeta uruguaya cuya obra se caracterizó por su profundidad filosófica y su lenguaje sencillo pero evocador. Además de su labor literaria, Maia se dedicó a la enseñanza de filosofía, lo que influyó notablemente en su escritura. Su poesía explora temas como el tiempo, la existencia y la naturaleza, siempre con un tono íntimo y reflexivo.
Nacida en Montevideo, Circe Maia vivió gran parte de su vida en Tacuarembó, un departamento del interior de Uruguay. Estudió filosofía en la Universidad de la República y ejerció como profesora, combinando su pasión por el pensamiento crítico con la creación literaria. Su vida transcurrió lejos de los círculos literarios más comerciales, lo que le permitió desarrollar una voz única y alejada de modas.
Entre sus poemarios más celebrados se encuentran:
Uno de sus poemas más conocidos es "Otra voz", donde reflexiona sobre la identidad y la otredad con un lenguaje claro pero cargado de significado.
La poesía de Circe Maia se distingue por:
Circe Maia falleció en 2018, dejando un legado literario que sigue inspirando a nuevas generaciones de lectores y escritores.
Este día tan lleno de niñez,
las cápsulas verdes de los eucaliptos
en el suelo, entre hojas.
El buen aroma frío y viejo trae
de la mano, consigo,
los paseos al sol y por un parque
en un abril de viento.
Por mirar la vereda así y oír el ruido
de las hojas, arriba;
por recoger las cápsulas y aspirar hasta el alma
su antiguo olor, se puede,
-a veces, sí, se puede-
abrir puertas cerradas hacía días remotos;
las mañanas del sol y un aire limpio, fino,
los bancos de madera por el borde del parque,
las veredas desiertas,
un viento decidido contra la cara, frío,
y en la mano, tibieza de la mano materna.
Unas veces el cambio se prepara
en forma subterránea pero estalla
de modo brusco, abierto:
nova en el cielo
grieta en la tierra
inundación de luz en plena noche
lengua de fuego
asoma sorpresivamente en la mirada
del otro, vuelto Otro, vuelto ajeno.
Otros cambios se gestan
imperceptiblemente.
De una oscura manera
de un modo
silencioso
lo que no estaba está y lo que estaba
es destruido.
Pero tan gradualmente
que siempre quedan restos:
de la mirada, alguna
chispa
alguna vez.
De la voz, algún eco
(palabra no enfriada
todavía).
Cambios pequeños y tenaces.
Bajo el cielo ya un grado
de luminosidad o de tibieza.
Ha caído más polvo sobre el piso o la silla.
Pequeñísima arruga se dibuja o se ahonda.
Hay un nuevo matiz en el sonido
de la voz familiar (¿Lo notarías?)
En un coro confuso de entreveradas voces
faltan algunas, otras
aparecen.
La misma
suma total: no hay cambios.
Millonésima ola golpea
millonésima roca
y el degaste
imperceptíble y cierto
avanza.
Escucha la historia de la Muerte.
Ella estaba sobre la tierra, escondida.
Ella no estaba abajo.
Un agua subterránea, pura
era bebida de los inmortales
debajo de la tierra.
¿Quién fue culpable?
El que salió y quebró y saltó hacia afuera
por haber escuchado un canto de pájaro.
No hubiera escuchado.
No debía salir.
El dejó el lugar protegido.
El juntó frutas, plantas
y llevó adentro, abajo.
Y en cada fruto estaba semilla de la muerte.
Cayeron las semillas. Germinaron.
Hay un tejido, una red luminosa
que tiembla en la arena, por abajo del agua.
Se ve a través del verde transparente
como una temblorosa trama.
Cuando la ola rompe su espuma
quedan burbujas sueltas, chiquitas
sobre la piel del agua:
brillan intensa, nítidamente
en seguida se apagan.
Por la suave curva de las olas
sobre su lento avance
sobre su amplio movimiento seguro
la luz resbala.
Se deslizan los resplandores
por los movedizos toboganes del agua.
Ruido del mar, qué golpe derramado
qué entreverada voz y qué sonido
tan confuso y oscuro
cuando todo en derredor está tan claro.
Todos los límites
firmes y recortados
todo con su color tan decidido
los colores tocándose
uno al lado del otro, sin mezclarse.
Y parece que cada uno: limpio
y liso azul, rojo tejado
verdor brillante
diera un sonido puro e inaudible
y todos un acorde fuerte y claro.
Pero el ruido del mar no se comprende,
se desploma continuamente, insiste
una y otra vez, con un cansancio
con una voz borrosa y desgranada...
Y no se sabe
qué es qué quiere o qué pide
el turbio ruido oscuro
cuando todo en derredor está tan claro.