Poemas de César Antonio Molina para leer.
(Sisargas)
Desde la torre veletas de bronce dorado.
La campana sonando en la proa.
La vela que se curva en la curva del corazón.
Y el corazón en la flecha del haz de luz.
Aves errantes se estrellan contra la linterna.
La férrea escalera de caracol sube y baja sin fin
como un condenado al que pasan por la quilla.
Blancas son las paredes y las maderas de caoba,
libros y periódicos encima de las órdenes,
las páginas saqueadas sin leer.
Leve ruido de cuervos en un campo de cucos.
Desde la ventana todo está tranquilo,
todo está en su ordenado desorden.
Y no hay remordimiento que turbe,
y los goces del pasado alimentan la melancolía.
y llega la noche abarcando lo vasto,
lo lejano que está ya próximo.
Y llega la noche,
y la luz que de nuevo se enciende y no basta.
I
No es el alma la que tiene
alas
sino el deseo.
El duro deseo de durar,
el duro durar del deseo.
Bajo la luna de rápido parto
el horizonte oculta su silueta
en una sábana de cardos.
II
En los tálamos de las duraciones,
en la paz de tu pez,
volver hacia atrás y regresar a pisarte
antiguo rostro.
Besar en tu boca muerta
la espina luciente de estrellas.
Esa llaga que, de cierto, es la puerta estrecha.
III
En la paz de tu pez,
en los tálamos de las duraciones
a la deriva de los imanes
cardar eclipses en el atolón de ánforas.
Oír al claro de luna
el serrallo de las ánimas en lágrimas.
IV
Mientras en las conchas de tortugas
arde el aceite de ballena,
las ánforas llenas de panales
esperan a que suba la marea de obsidiana.
¡Oh, los bordes, el resplandor que las orla!
Tocar sus vientres: centro o mediodía.
Y pensar que las tomarán como dianas
unos arponeros que no saben asaetear al deseo.
El duro deseo de durar.
El cielo semejante al canoso mar.
Hojas y ramas combándose al peso del fruto.
Reverdecen los árboles que jamás serán cetro.
Los cardos en luna creciente van sembrándose.
Las cepas dañadas por la azada curan.
El húmedo soplo de los vientos
trae recuerdos.
¡Calla! ¡Reténlos! ¡No preguntes!
El agua perenne de los lavaderos
salpica el velludo corazón.
Todo brilla tierno y verdecido.
Las almas no dan sombra.
Las antorchas y velas,
cuando no las dejan extinguirse por sí mismas,
emiten un sonido como el de un animal sacrificado.
Siempre sobre la mesa queda algo.
El espejo quiebra la imagen de una nube.
En el palomar,
todo blanco y pulido,
entran y salen mensajeras
protegidas por sogas y correas de ahorcados.
El caballo semejante a la noche salada.
Cuanto cogimos lo dejamos.
Cuanto no cogimos nos lo llevamos.
Las ruinas del mundo no mueren,
van apareciendo nuevas, vírgenes,
cada ciertos diluvios.
Escondidas en los grandes cenotes
como luna en noche nublada apareciendo.
Las ruinas del mundo no mueren,
van desenterrándose distintas cada ciertos incendios.
Un día el rayo toca con sus cuchillos
los cuerpos del génesis:
Escarba y surgen
sexos fósiles en lechos de lava.
Las ruinas del mundo no mueren,
van apilándose como trastos de un viejo attrezzo.
Ahora es tu propia tumba
candente figura del olvido.
Allí,
en un valle cualquiera,
frente a los ojos absortos
y museos y fotógrafos y flashes,
que intentan despertarse del sueño
con voces implacables.
Al final se hace el silencio.
La sábana se alza como tapete de ilusionista.
Y ya debajo del doble fondo
sólo nada.
Cuando nace el sol y es claro, templado, sin nube alguna.
Cuando la luna naciente muestra su luz alrededor
y sus círculos son blancos, amarillos y dorados.
Cuando las estrellas están quietas y muy resplandecientes
y se ven correr, de una parte a otra, exhalaciones.
Cuando el Arco Iris surge de entre la lluvia
y al salir el solo al ponerse relámpagos sin truenos.
Cuando al alba hace frío y el rocío se posa
y el humo asciende por encima de las aguas detenidas y los prados.
Cuando después de alguna borrasca se aparece en la vela
un tenue resplandor y un soplo.
Cuando los halcones están sosegados en las riberas.
Cuando las grullas vuelan en lo alto
y callan sin graznar.
Cuando los milanos juegan los unos con los otros.
Cuando los palomos planean muchas veces
de una a otra parte y cantan.
Cuando los cuervos abren la boca mirando al sol.
Cuando los peces de los ríos y del mar saltan.
Y cuando la televisión se ha terminado
y todas las luces de los patios se apagan y cae la noche
sobre el jardín que se cavó a la sombra
y vuelven las más espesas tinieblas
y mi pensamiento aún no está conmigo,
sino que se demora combatiendo en ultramar
con aquella felina dependienta en la batalla de las esmeraldas.
Un espantapájaros,
en medio de un mar agostado de trigo,
no vigila a nadie
de manera consciente.
Pero no es inútil pues cuida de la ausencia.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Sacudidas.
Rocas y cenizas desde la pasada madrugada.
El lodo hirviente. La caldera. El mar.
El sueño en la agonía de los espejos estrellados,
de las velas fracturadas hasta las primeras horas de la tarde.
El rumor de labios cobijados
sin saber a quién besar en este mes de despedidas.
y pronto la lluvia, el viento, el granizo sacudido
como un grano en los cráteres de nuestras casas barrenadas.
Hasta cien metros de altura el vuelo del pichón,
el resplandor herido en las cenizas.
Y ya el invierno arreciado por fumarolas.
Y las palabras acompañadas de lodo hirviendo
en los surcos abandonados de ríos apagados.
Y las citanias de nuevo abiertas a las velas.
Y los géiseres iluminados como fuentes de colores.
Y la salida del vapor que se perfila con la urgencia de un correo nocturno.
Allí está larguísimo el camino dorado en su mañana.
A un lado, en medio del boscaje, las ruinas plateadas.
Al otro, ningún pasaje secreto.
Miro a mi alrededor:
allí fui la que soy aquí,
aquí soy la que fui allí.
Palomas torcaces se sobresaltan.
Pasos y buen aire en los pulmones
para errar por esta Tebaida bajo nubes de medianoche.
Yen cada encrucijada aquél y éste miran en torno.
La rama astillada del sauce cae.
Allí un remolino, la estatua rota esconde su rostro.
¿Dónde están?: los maizales más repletos,
la alta hierba ocultando a la liebre,
la hoja de mirto entre el ciprés severo,
la luz de una luciérnaga en el país de las hadas.
y los lagartos a la paz del sol sobre losas esculpidas rudamente.
¿Soy el alba que despereza el césped estrellado,
o la niebla que la oculta?
Pasos y buen aire en los pulmones.
Pero, al tercer día, el desaliento.
¿Dónde la armadura en la que iba a ver mi espíritu?
Allí está larguísimo el camino dorado en su mañana.
La mentira quiere el olvido,
la culpa expía el perdón.
Alrededor de puertas enmohecidas suplica una sombra,
mientras de las costas de los varios mundos
viene ya la caballería como una inmensa ola.
Todo el peso del mundo
no puede pesar tanto como el de esta
gata deslizándose por mi espalda
cual doblón de oro entre los dedos
de un verdugo.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
En la noche siega la hierba de oro.
Siluetas perdidas viven de su vida,
como yo,
y las estrellas fugaces
que van cual surco abierto
en la espuma del mar tras los buques.
Se diría que su ojo, al que ilumina la esperanza,
también brilla eterno en la otra orilla.
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