Poemas de Benjamín Prado para leer.
Sobre el poeta Benjamín Prado [occultar]
Benjamín Prado, nacido en Madrid en 1961, es una de las voces más destacadas de la poesía española contemporánea. Su obra, marcada por la fusión de la lírica con la música y la cultura popular, ha dejado una huella profunda en la literatura hispánica. Vivió su juventud durante la Transición española, un periodo de transformación política y social que influyó en su visión artística.
Prado creció en una España que dejaba atrás el franquismo y abrazaba la democracia. Este contexto histórico se refleja en su poesía, donde combina el compromiso social con un estilo cercano y coloquial. Aunque no militó en partidos políticos, su obra muestra una clara conciencia crítica, especialmente en temas como la memoria histórica y la identidad.
A lo largo de su carrera, Prado ha colaborado con músicos como Joaquín Sabina, con quien escribió canciones que mezclan poesía y rock. Esta unión entre letras y melodías se convirtió en una de sus señas de identidad. También formó parte de círculos literarios madrileños, donde compartió ideas con autores de la llamada "poesía de la experiencia".
Además de la escritura, Prado es un apasionado de la música y el cine. Suele mencionar que estas artes son fuentes de inspiración para sus versos. Le gusta explorar cómo las palabras pueden dialogar con otros lenguajes creativos, algo que se evidencia en sus talleres y conferencias.
Entre sus obras más celebradas se encuentran:
Su poesía, directa y emotiva, sigue resonando en nuevas generaciones de lectores.
-Si es un sueño no quiero que nada me despierte
-decías con El ángel que nos mira en la mano
y corriendo bajo la lluvia- decías
la tormenta es un tigre,
el tigre tiene un movimiento de árbol
que va entrando en la noche.
Bajo la lluvia,
a solas con tu vida entre cielos e infiernos,
entre nada ya es suficiente y demasiado no basta,
mirabas caer la oscuridad en los parques
-como un sonido de campanas sobre el agua-
y decías una canción es sólo
la forma de salir de un callejón sin salida,
mirabas la oscuridad,
con tu corazón perseguido por los leones,
con tus plumas azules y tus sortijas árabes.
20 años después, mientras me hablas
de pequeñas ciudades -me pregunto
si un recuerdo es algo que conservamos
o algo que hemos perdido-, de pequeñas ciudades junto al mar,
yo comprendo que sólo fuiste un sueño. Y como dice
Delmore Schwartz en una canción de Lou Reed,
en nuestros sueños comienzan nuestras responsabilidades.
La última playa es fría y tiene una luz extraña,
una luz blanca hecha de pájaros caídos.
20 años después, desde este mundo
de las cosas tal como son, tenemos
nuestras propias preguntas. y respuestas
que huyen de tu nombre
como animales asustados por un trueno.
El sueño es dulce, sientes
grandes ruedas de fuego en el calor del día.
y Lou Reed también dice
que si cierras la puerta
tal vez la noche dure para siempre.
Marsella, 1986
Asomado al balcón que soy yo porque te amo,
pasas por mis recuerdos
igual que se atraviesa una casa vacía.
Frente a mi soledad
se alza seriamente
un viejo panorama de edificios sin luna:
luces suaves
de esta madrugada
con gente triste y niebla en las glorietas.
Luces brillantes de la madrugada.
Te quedas en Madrid. A mí me esperan
casas cerca del mar,
ese cansancio azul de los hoteles,
los cuartos alquilados
donde alguien ha muerto alguna vez.
No pasarán,
los días,
tan despacio.
Pero vendrán las lluvias,
la nostalgia creciendo
como crece el amor en épocas de guerra.
Alguien recordará, seguramente,
el largo invierno del ochenta y seis.
Han pasado diez años y es un día de invierno.
Tú caminas por las avellanedas.
y vas junto a esos sauces amarillos que avanzan
por los ríos con luna.
No será como ahora, no tendrás veinte años;
la nieve irá acercándose a tu casa
y el aire verde moverá en tus ojos
sus bosques de cristal y de silencio.
Recuérdalo, hubo un río.
Los árboles vivían
en el imán del agua.
Por la noche, escuchábamos gotear en las sombras
la canción de los búhos.
Y, luego, la corriente se llevó nuestras caras.
No sabemos a dónde. No sabemos por qué.
Aún estamos aquí.
Pero, de pronto,
han pasado diez años
y tú y yo somos dos desconocidos.
(Garcilaso de la Vega)
Hay un silencio, abajo, de estatuas destruidas.
Amanece.
Recuerdas
el amor con su ambiente de barco amotinado,
la vida como un sueño con tesoros y mapas,
el rocío y su lava de cristal.
Amanece. Recuerdas.
Los caballos rompieron la lluvia con sus cascos;
las torres eran parte de tu sangre,
tu muerte se añadía a las campanas.
En su memoria azul,
río abajo, las aguas te recuerdan ahora;
te apoyas en un muro matizado de hiedra,
el carbón de la vida
se consume en tus ojos
y la nieve
sofoca el fuego de tus manos.
No preguntaste entonces quién movía las águilas,
quién juntó las tinieblas y los lobos
quién sembró la semilla del árbol del ahorcado.
Cuando ardía el laurel y se quebraba el hielo.
Cuando tu corazón se asociaba a la escarcha.
Cuando la luz fue parte de la noche.
Cuando el sol extendía su óxido por la arena
alguien te vio dejar,
perdida junto al cisne redondo de la luna,
la dulce vida entre la hierba verde.
Hace falta la noche para ver las estrellas.
Igual que ayer, hoy busco -lo dijo Juan Ramón-
una verdad aún sin realidad;
busco en la tinta verde de todo lo que escribo
un planeta sin nombre o una jungla perdida.
Y hace falta la noche.
Yo me siento en las sombras,
prendo un fósforo,
tallo mis esmeraldas, construyo mis panales.
Todo es igual y todo es diferente.
La vida,
que fue un río,
es ahora un océano,
el pasado es la arena y el agua es el futuro.
Hace falta la noche.
Todo está en mí
lo mismo que un clavo en la madera:
cada paso en la nieve,
cada luz apagada,
cada piel encendida.
Esconde un trazo
de paloma agrupada
la rosa blanca.
¿En qué consiste
un jardín? Luz confusa,
flores concretas.
Era un extremo
visible del olvido:
eso era el moho.
Noche de viento.
Junto al estanque, un seto
suena a agua fría.
Es simple: el hombre
es la raíz y el fruto
es el poema.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Un coche: el lento
oleaje de un tigre
salta el cercado.
Está el aroma
en la flor y no está:
luz sobre un vidrio.
El alba deja
los bosques planteados,
la luz vacía.
Mira las rosas
que la luna ha encendido,
más que a la luna.
Corta la flor
y que la noche caiga
sobre la noche.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Estamos en invierno y esto es Roma
y tú no estás.
Yo voy de un lado a otro
de tu nombre,
lo mismo
que un oso en una jaula;
marco un número;
pongo la radio, escucho una canción
de Patti Smith dar vueltas dentro de Patti Smith
igual que un gato en una lavadora.
Estamos en invierno y yo busco un cuchillo;
miro la calle;
pienso en Pasolini;
cojes una naranja con mi mano.
Y esto es Roma.
La nieve
convierte la ciudad en una parte del cielo,
ilumina la noche,
deja sobre las casas su ángel multiplicado.
Y tú no estás.
Yo cierro una ventana,
miro el televisor,
leo a Ungaretti,
pienso:
la distancia es azul,
yo soy lo único que hay entre tú y este frío.
Estamos en invierno y esta ciudad no es Roma
ni ninguna otra parte.
Miro atrás
y puedo verlo: acabas de apagar una lámpara;
has cerrado los ojos
y sueñas con un bosque;
de repente
alargas una mano,
buscas una manzana
que está en el otro lado de la mujer dormida...
Mientras,
yo odio este mundo frío como el infierno
y el cansancio que caza lentamente mis ojos;
odio al lobo que has puesto en la palabra noche
y la forma en que llenas la habitación vacía.
Odio lo que veré
desde hoy y para siempre: tus pisadas
en la nieve de Roma, donde nunca has estado.
Conduciendo bajo la lluvia,
la luna es del color de los coches que pasan.
Atrás queda el pequeño
hotel de carretera junto a un bosque.
Conduciendo bajo la lluvia,
en los jardines públicos brillan ángeles fríos.
Atravesando calles
tranquilas,
soledad edificada.
Conduciendo de vuelta hacia nosotros mismos.
La última frontera es nuestro corazón.