Poemas de Antonio Cisneros para leer.
En las tinieblas los cuerpos envejecen
sin que nadie repare en el escándalo.
Un rostro amable y terso se confunde
con los belfos que van hacia la muerte.
Por eso somos hijos de la noche
a la puerta del templo. Un lamparín
es también el anuncio de reposo
para los cazadores extenuados.
Una taberna, por ejemplo, es en la noche
el frontispicio de las maravillas.
O al menos una luz en las colinas
donde rondan los perros salvajes.
Nadie teme a la muerte adormecido
en su mesa de palo y sin embargo
entre los altos vasos apacibles
se enfría el corazón con la insolencia
(y el encanto tal vez) de un tigre adulto
en la plaza del pueblo a pleno día.
Ninguna confidencia en verdad nos degüella.
Ni la risa recuerda a un jabalí
de pelambre dorada y fino precio.
El páncreas es un campo de ciruelas.
Los diablos apagan la linterna.
Aguardan (como suelen) donde cesa la luz.
(affettuosso)
Para hacer el amor
debe evitarse un sol muy fuerte sobre los ojos de la muchacha,
tampoco es buena la sombra si el lomo del amante se achicharra
para hacer el amor.
Los pastos húmedos son mejores que los pastos amarillos
pero la arena gruesa es mejor todavia.
Ni junto a las colinas porque el suelo es rocoso ni cerca de las aguas.
Poco reino es la cama para este buen amor.
Limpios los cuerpos han de ser como una gran pradera:
que ningún valle o monte quede oculto y los amantes podrán holgarse
en todos sus caminos.
La oscuridad no guarda el buen amor.
El cielo debe ser azul y amable, limpio y redondo como un techo
y entonces la muchacha no verá el Dedo de Dios. Los cuerpos discretos
pero nunca en reposo,
los pulmones abiertos,
las frases cortas.
Es dificil hacer el amor pero se aprende.
Sido como fui el fauno real de Niza, la pantera -de
Argel- en el Hyde Park, gárgola alegre del
valle de Huamanga,
oh vedme convertido en el gorgojo tuerto del Danubio:
pimientos y vigilias sin rumbo y sin respuesta.
Virgen necia entre las vírgenes prudentes, un solo ojo
apestado que no ve
el cielo atrás del cielo, el triunfo de los hombres
que vendrán.
Sin lámpara de aceite que descubra las más verdes colinas
en los ojos
de un borracho fondeado en el tranvía a la hora del búho.
Campos de ámbar y avena que no oteo, gorgojo que ahora
evito:
No hay días venideros, apenas un tranvía cargado de
borrachos
como un carbón prendido entre la niebla.