Poemas de Antonio Carvajal para leer.
Sobre el poeta Antonio Carvajal [occultar]
Antonio Carvajal, reconocido por su maestría en la métrica clásica y su profunda conexión con la naturaleza, es uno de los poetas españoles más destacados del siglo XX y XXI. Su obra, marcada por la musicalidad y el rigor formal, lo convierte en un referente de la poesía contemporánea.
Carvajal se distinguió por su dominio de las formas poéticas tradicionales, especialmente el soneto. Su escritura combina la precisión métrica con una sensibilidad lírica excepcional, creando versos que fluyen con naturalidad. Temáticamente, su poesía explora la belleza de lo cotidiano, el paso del tiempo y la relación del ser humano con el entorno natural.
Además de su habilidad técnica, Carvajal fue celebrado por su capacidad para renovar la poesía clásica sin perder su esencia. Su libro Un girasol flotante es considerado una obra maestra, donde fusiona imágenes vibrantes con reflexiones profundas. También destacó como profesor universitario, influyendo en generaciones de poetas jóvenes.
Carvajal mantuvo una estrecha amistad con otros escritores andaluces, como Luis Alberto de Cuenca y Pablo García Baena. Su círculo literario fue fundamental para el desarrollo de su obra, ya que compartía con ellos una pasión por la tradición y la innovación poética.
Hasta su fallecimiento en 2023, Carvajal defendió la idea de que la poesía debe ser "un refugio y un desafío". Su vida enseñó que la disciplina artística y la conexión con lo natural son pilares para una existencia plena. Aunque su voz se apagó, su obra sigue floreciendo en lectores y estudiosos de la lírica española.
Una tristeza dulce y anterior
al suspiro y las lágrimas,
anterior al idilio de la tarde
azul y el jacaranda,
invade la memoria con su música,
su brisa, su nostalgia:
Es la tristeza de mirar el cielo
cautivo entre las ramas.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Amor mío te ofrezco mi cabeza en un plato:
desayuna. Te ofrezco mi corazón pequeño,
y una vena fecunda que tu lengua de gato
ha de lamer, ya claras las arrugas del ceño.
Otra copita y basta: Amor mío, qué rato
más feliz tu mordisco, como un nudo de sueño,
Yo escalo las paredes, tú apacientas un hato,
y yo balo en la sombra como cabra sin dueño.
Para ti no es la sombra, para ti es sólo el día,
mi Amor nunca tocado por un dedo de bruma,
mi Amor nunca dejado por la indemne alegría.
Te ofrezco un dedo rosa y unos labios de espuma,
Amor mío; te ofrezco la lengua que tenía
cuando dije tu nombre y era el eco una pluma.
Envuelto en seda y nardos, encajes y rubíes,
vino el ángel del cielo a verme una mañana;
yo encadenaba plumas de ensueño en mi ventana
con un candor desnudo de lino y alhelíes.
Su corte de querubes y jilgueros turquíes,
cambiaba por mi leche, mi miel y mi manzana;
el beso y la mejilla eran de nácar grana,
de tibios surtidores y absortos colibríes.
Se deslizó en mis venas como pez por el río
y, al tiempo que en su torre daba el reloj la hora,
mané sangre y luceros mezclados con rocío.
Me cerró las heridas su boca que enamora
y abrazando mi cuerpo transitado en su brío,
me dijo: «Eres hermoso». y se fue con la aurora.
Como en la muchedumbre de los besos
tantos pierden relieve -sólo el beso
inicial y el postrero por los labios
recibidos perduran-, estas flores
que el año nuevo entrega: Con el blanco
del almendro en su abrigo contra el norte,
la voz del macasar, no su presencia;
hoy, esta rosa. ¿La aguardabas? Huele
como la adolescencia y sus deseos.
Pero en medio se abrieron las cidonias,
los ciruelos, manzanos y perales,
tantos y tantos, rojos, rosas, blancos,
y apenas los mirabas: Como el gozo
de unos brazos constantes de certeza
te acogieron, te acogen, y recuerdas
sólo el primer calor, sólo la boca
que te ha dicho, al partir esta mañana:
«No vuelvas tarde».
Pasas por los campos:
Entre las hojas con su verde intenso,
aún canta la blancura de los pétalos.
Es la felicidad que da sus trinos,
sus trémolos, su leve melodía,
sobre un bajo continuo de sosiego,
de paz, de vuelta al labio no sabido
en la forma, en la flor que te formule.
Di, noche, amiga de los oprimidos,
di, noche, hermana de los solidarios,
¿dónde dejaste al que ayer fue mi amigo,
dónde dejaste al que ayer fue mi hermano?
-Verde le dejo junto al mar tranquilo;
joven le dejo junto al mar callado.
Poemas cortosPoemas y poetas españoles
Un capricho celeste
dispuso que velado
de lágrimas quedara
el nombre del amor;
la alondra, que lo tuvo
casi en sus iniciales,
lo perdiera en el canto
primero que hizo al sol;
la raya temblorosa
del horizonte, herida,
repitiera la llaga
que el eco le dejó;
la lumbre de otros ojos
amortecida, apenas
para el silencio nido,
para el sollozo flor.
Si oscuro fue el capricho,
y signo fue del cielo,
voluble halló una pluma,
rebelde un corazón:
no sometió la sangre
al llanto sus latidos
y desveló el secreto
con risas en la voz.
Como carne apretada a nuestros huesos
nos envuelve el amor más solo y puro,
que, apartados del mundo y su conjuro,
vivimos un festín de fiebre y besos.
Este recinto prieto, donde presos
unánimes nos damos un seguro.
este campo solar y nido oscuro
abona en gracia vida y embelesos.
Contagiados de mundo, sin embargo,
lucha es la vida con caudal de grito,
y a veces un sollozo y un letargo.
Y es que el dolor destroza nuestro mito
y el dulce amor nos sabe tan amargo
como la sed de un páramo infinito.
Fosa común de pájaros y fuentes
eran tus ojos en la tarde ardida.
Había un brillo cruel de luz mordida
en tus labios sin besos y en tus dientes.
Ayer dos corazones coincidentes,
hoy dos bordes sangrantes de una herida,
mañana doble sombra de guarida
de sierpes y de lobos impacientes.
Tú, aquí; él, por ahí: Porque no es buena
la vida, no: No es justa y no es sagrada
para quien muerde el fruto de la ciencia.
Esa ciencia que nace de la pena
de no verse mirada en su mirada,
pedir amor y recibir paciencia.
Así, rodado, crepitado, ungido,
estarcido y flagrado,
como derrama un niño cuenta y cuenta
de vidrio en la sonora
patena de la noche, te he entregado
mi puño y mi tormenta
y he nombrado
como albacea la Aurora.
Agujas y sedales han cosido
mi lengua al paladar, donde tú abrías
ya no sé qué navajas o alegrías,
qué sigilo mortal, qué luz de olvido.
No pido compasión; sangre te pido
y músculos joyantes y agonías,
devoradoras águilas, orgías
y uñas escodadoras del sentido.
Y vivir y cantar y la condena
cumplir de nuestro amor y ver la cima
del monte más temible destrozada
por un súbito embate de carena,
por una mano que la piedra oprima
con el temblor sediento de la espada.
Dame, dame la noche del desnudo
para hundir mi mejilla en ese valle,
para que el corazón no salte, y calle:
hazme entregado, reposado y mudo.
Dame, dame la aurora, rompe el nudo
con que ligué mis rosas a tu talle,
para que el corazón salte y estalle:
hazme violento, bullidor y rudo.
Dame, dame la siesta de tu boca,
dame la tarde de tu piel, tu pelo:
sé lecho, sé volcán, sé desvarío.
Que toda plenitud me sepa a poca,
como a la estrella es poco todo el cielo,
como la mar es poca para el río.